A lo largo de estos días comienza el curso escolar. Vemos ya por la calles a un montón de chavales con sus mochilas al hombro que salen de los colegios. No quiero hablar de los temas de moda que salen en los medios de comunicación y además ya hay otros que se encargan de expresar una opinión muy bien fundada sobre esos puntos. Voy a arriesgarme a hacer un ejercicio de lo que podríamos llamar “medicina preventiva”.
Como un médico voy a partir de los datos que se poseen para elaborar un diagnóstico. Tomemos en nuestras manos una radiografía de qué está pasando con los niños y los jóvenes en su relación con la Escuela. Los datos son asombrosos y nos muestran cómo un 31% de adolescentes no aprueba la ESO. El 69% de alumnos restantes continúa los estudios pero, de ellos, otro 28% no conseguirá ni título de Bachiller ni título de FP grado medio. Además, la tasa de repetición anual media de los alumnos de la ESO se sitúa en más del 16%. Esto significa que más del 40% de los alumnos menores de 15 años han repetido alguna vez, lo cual no deja de ser un fracaso encubierto. Según el ministro de educación “el fracaso y el abandono no tiene su raíz sólo en el sistema educativo, obedece a la situación social y económica de muchos jóvenes y sus familias”.
El fracaso escolar no hace sino poner de manifiesto un sistema educativo que no dice ni significa nada para una inmensa mayoría de jóvenes que no ve razones para esforzarse por lo que ya tiene sin esforzarse o para conseguir una cualificación profesional para un futuro en el que no creen. Desde el punto de vista social no podemos olvidar cómo 300.000 niños pasan la tarde de los días laborables absolutamente solos en el hogar.
Evidentemente se han disparado las dependencias de actividades extraescolares, de los móviles, de la televisión, de los videojuegos y de Internet (dotaciones habituales ya de cualquier niño o niña que sobrepase los 11 años y muy extendidas desde antes). No han dejado de aparecer, en la sociedad mejor y más comunicada, nuevas patologías y adicciones relacionadas con la soledad y la incomunicación, incluidas las adicciones a las nuevas tecnologías. Y la inquietud que provoca que el suicidio sea una de las primeras causas de muerte entre los jóvenes. A todo ello hay que sumar una sistema económico con toda la gama de opresiones, esclavitudes y explotaciones que se han inventado: paro, precariedad, jornadas laborales que superan las 60 horas semanales, movilidad total, despido libre y gratuito, flexibilidad, viviendas inaccesibles,… Eso sí, aderezadas y gratinadas para poder ser engullidas con subvenciones, asistencialismo a todo pasto, y una dosis de “sexo, drogas y música”, o sea, lo de siempre: Pan y Circo.
Con un 43 % de paro juvenil en España estamos ante la primera generación de nuestra historia en la que los jóvenes tendrán peores niveles de vida que los de sus padres. Estamos ante una generación que amenaza estallar con ira y con violencia descontrolada allá donde prenda la más mínima chispa o conflicto social. Desestructuración familiar, adicciones caras a todo tipo de drogas y evasiones, consumismo impulsivo, dependencia de los adultos hasta más allá de los 35 años, combinado con paro, explotación laboral, desarraigo, e incapacidad de establecer relaciones personales serias (aumento año tras año de los divorcios) son un auténtico cóctel impredecible. Estamos pues ante una crisis no sólo económica sino global que va más allá de un diagnóstico cortoplacista, economicista o tecnicista, tan propio de los que creen sólo en la burocracia. Posiblemente estamos ante una profunda crisis de raíces culturales y morales que hay que afrontar. Este sería el tema a tratar ante el curso escolar.
Fernando Bogónez. Publicado en el Diario de Valladolid
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