En Septiembre de 2011, falleció el p. Silva y fue enterrado en
Vilanova dos Infantes, la aldea de Orense de la familia Feijóo, fundadores del
Circo Price de Madrid, donde nació. Su muerte apenas tuvo trascendencia pública,
pero su obra pedagógica y social fue importante y original en la España del último franquismo
y la transición.
Ya medio siglo desde
aquel 1956 en que un cura de Orense recién ordenado inició una peculiar aventura
pedagógica y humana llamada “Benposta
Nación de Muchachos”. En esa época Galicia, una vez más, se vaciaba de gente por la emigración
y muchos jóvenes quedaban con los abuelos o deambulaban a su aire. En esas
circunstancias y bajo el ambiente opresivo de una pequeña ciudad de provincias,
este cura, con lazos familiares en el Circo Price, puso en pie una utopía
educativa de la que, a lo largo de estos casi cincuenta años, hemos tenido noticias
intermitentes cada vez que el Circo de los Muchachos plantaba su carpa en
nuestra ciudad o aparecía fugazmente en televisión la figura menuda y la voz
ronca del p. Silva.
En el Parque de la Bombilla de Madrid, junto
a San Antonio de la Florida ,
acaba la función matinal del Circo. Es domingo. El p. Silva, que está a punto
de cumplir los setenta años, ha tomado el micrófono y, como un profeta con cazadora
de cuero, ha crecido maldiciendo a todos los poderes que construyen ciudades
sin alma y amontonan ganancias mientras privan a demasiados niños de su
dignidad y de su título de príncipes de este mundo, al que tienen derecho por
ser hijos del Creador. A continuación niños y niñas de muchos colores y
procedencias levantan pirámides sobre los hombros seguros de jóvenes portores,
formando con agilidad vertiginosa la imagen y la metáfora de esta utopía pedagógica: los fuertes abajo, los débiles arriba y el niño en la cumbre.
Acabada la función,
comemos en un “chino” con Toni, el director del Circo que inició siendo un niño
sus primeros saltos mortales en Benposta y que ahora, veinte años después,
además de seguir participando en casi todos los números, está siempre pendiente
de si un cable está flojo o si a una niña le faltan las zapatillas. El p. Silva
va desgranando, con su voz quebrada, retazos de una vida intensa, llena de
proyectos, de gentes, de países y también de amarguras y decepciones. “Se está perdiendo la utopía y eso para nuestras raíces cristianas es un golpe mortal, porque la utopía es la fuente de la esperanza y sin esperanza la fe acaba siendo conformidad o fanatismo y, la caridad, se convierte en pura obra de beneficencia”.
El Circo de los
Muchachos nació en una época de utopías educativas, cuando en Inglaterra A.S.
Neil montaba su célebre Summerhill
y
en Italia Don Milani iniciaba su escuela
de Barbiana. La diferencia estaba en que, mientras que en Europa empezaba a
consolidarse el Estado de Bienestar, en España aún se vivía en plena autarquía
y el p. Silva tenía que utilizar la casa de su madre para albergar a los
muchachos, hasta que una tómbola montada en plena Rambla de Barcelona permitió
comprar la finca en la que se levanta Benposta y que, por cierto, ahora el
gobierno de Galicia le quiere arrebatar para poner un campo de fútbol. “Benposta y su Escuela de Circo nació como una saeta que se lanzaba al corazón de un mundo dormido. Por medio de la dignidad, la
perseverancia y la visión de una meta
compartida, los muchachos le daban a un mundo cansado y
desilusionado un aire fresco de esperanza, de paz y de amor y, con inagotable
fuerza y entusiasmo, trabajaron día y noche, y por años, hasta alcanzar aquel
sueño”.
Pero nada aquí fue
fácil. Cada ladrillo y cada trozo de pan suponían un enorme esfuerzo ya que las
ayudas oficiales siempre fueron ridículas y hubo décadas en las que se atendía
a más de mil muchachos en diversos países. Sin embargo, como sucede siempre,
las mayores dificultades no estaban en las letras que vencían o en los
acreedores insistentes sino en haber puesto muy alto el listón de los ideales,
al intentar construir el propio proceso educativo sobre la responsabilidad
colectiva, la generosidad y la capacidad de compromiso
“A veces el artista, aunque sea muy joven, se siente imprescindible y trata de chantajear. Tiene
que haber al lado un veterano que le hable del sacrificio, de la lealtad, de
muchos niños que esperan ser rescatados del abandono y de la muerte. Las
pirámides – el fuerte abajo, el débil arriba y el niño en la cumbre – han sido
una enseñanza que se mantiene en el tiempo, porque, a pesar de los asombrosos cambios
históricos en estos decenios, aún es un programa sin cumplir en un mundo donde la
cuarta parte de los niños siguen siendo despojados de sus derechos más
elementales. En muchos lugares del mundo la propia marginación de los niños les
ha empujado a crear formas de supervivencia en la calle que sorprenden por su
creatividad y su frescura, pero esto también está siendo contaminado por las
mafias que se aprovechan de la necesidad y la desesperación. Los gamines de Bogotá viven a cientos en las calles. Robando y sobreviviendo. Yo les decía: venid a una ciudad
donde tendréis un techo y una casa. Y ellos me contestaban: ¿Ves esas calles?;
son nuestras. Y los
coches y el parque, también los tenemos cuando
queramos. Ese orgullo de los gamines
se está perdiendo en la mirada turbia de los sicarios. Ahora hay niños desechables
a los que nadie ha transmitido una esperanza y por eso acaban convirtiéndose en
destructores… Pero, ¿qué quieren? Si los que mandan no hacen pirámides sino que
decretan la guerra…”
Lo que admira de
este hombre menudo es su coraje para no tirar la toalla, su condición de profeta
sin derecho a la jubilación, su juventud permanente conseguida a base de pasar
las 24 horas entre jóvenes y de no tener el alma en venta ante ningún poder. El
p. Silva y el Circo de los Muchachos son famosos pero la fama no significa
reconocimiento, ni apoyo. Después de haber sido embajadores de Galicia y de
España por el mundo entero, ahora se les regatea cicateramente el pan y la sal
en su tierra. El p. Silva, que seguramente ha cometido también errores en su
larga trayectoria, está hecho de la pasta de los idealistas, a los que su fe
les mantiene en pie hasta morir con las botas puestas, lo cual no evita que a
veces se le escape un suspiro de amarga lucidez. “Quizás hemos sido un grito, pero hemos fracasado. Nadie hizo eco al grito. Se perdió en el vacío”.
Nos levantamos y nos
dirigimos a la carpa. Dentro de unos minutos se volverá a encender la pista y
todo será ese mundo de color y de fantasía donde aun cabe el “más difícil
todavía”.
Ángel Arrabal González (M)*Entrevista
realizada por un sociólogo y antiguo colaborador de Benposta en la última
visita del Circo a Madrid, poco antes de la decadencia de Benposta, Frontera, 27 (2003).
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