Vivimos en una época en la que la invocación de los derechos de personas y grupos está presente en la conciencia colectiva de una manera destacada. A la lucha por los Derechos Humanos, que sigue siendo un grito necesario ante diversas realidades presentes en todo el mundo, se suman ahora una serie de ‘nuevos derechos’ ‘p.e. el supuesto derecho al aborto, a decidir sobre el fin de la propia vida, a un medio ambiente limpio,…’ que está extendiendo el clima reivindicativo a nuevas realidades.
Pero, al mismo tiempo, se está creando también una cierta superficialidad y confusión en los planteamientos como veremos a lo largo de los párrafos que siguen, ya que más que alargar la lista de los Derechos Humanos, estas nuevas propuestas parecen tener como efecto el olvido de los mismos y su sustitución por los llamados “nuevos derechos”. Por todo ello creemos que es importante profundizar seriamente sobre este asunto y a ello quisiéramos contribuir con las siguientes apreciaciones.
1. Todos tenemos limitaciones y todos tenemos recursos.
Una primera reflexión que, a modo de introducción, creemos importante plantear es que todo grupo humano, todo colectivo, incluso todo individuo tiene unas necesidades y unos recursos. Es importante que tomemos conciencia de que hasta la persona más desvalida que podamos encontrarnos, objetivamente tiene unas limitaciones, unas carencias pero también unas capacidades, unas potencialidades. Todos, por tanto, tenemos necesidades y recursos. Y tan importante es ser conscientes de las unas como de los otros. Es necesario ser conscientes de nuestras necesidades y, consecuentemente, debemos reivindicar que sean satisfechas. Así lo hemos hecho los seres humanos en muchas ocasiones y así habrá que seguir haciéndolo en muchos ámbitos de la vida (laborales, sociales, políticos, culturales,…). Pero también debemos ser conscientes de nuestros propios recursos y del “poder” que ellos nos confieren de modo que podamos ejercerlo sin delegarlo en nadie. Cuando sólo somos conscientes de nuestras necesidades, podemos adoptar (o no) una actitud reivindicativa, pero si no se acompaña de una similar conciencia de nuestros recursos y potencialidades, y de las posibilidades que gracias a ellos tenemos, a lo más que llegaremos es a una catarsis colectiva que, en el fondo, está poniendo de manifiesto que tenemos una imagen de nosotros mismos como impotentes e incapaces.
2. Todos tenemos derechos, y todos tenemos obligaciones.
En paralelo con la dialéctica “necesidades vs. recursos” podemos reflexionar en segundo lugar sobre otra equivalente como es la dialéctica “derechos vs. deberes”. La reivindicación de nuestros derechos nace de la conciencia que tenemos de nuestras necesidades no satisfechas (no solo necesidades materiales sino de cualquier tipo). Todos los movimientos sociales contribuyen a la toma de conciencia de las necesidades de determinados colectivos y, consiguientemente, reivindican los derechos que tienen a que sean satisfechas. Pero esos mismos movimientos sólo serán verdaderamente transformadores de la realidad en la medida en que están formados por personas con plena conciencia de sus recursos, de sus potencialidades y capacidades y, en consecuencias, de sus deberes (de su obligación de poner en ejercicio esas potencialidades), es decir, movimientos que estén formados por personas que han desarrollado actitudes que podríamos denominar como “militantes”.
Lo verdaderamente transformador no es la conciencia que tenemos de nuestros derechos, sino la que tengamos de nuestros deberes. Aunque lo frecuente es que los derechos se violen y los deberes se impongan, la realidad social sólo será transformada por personas que, llegado el caso, sean capaces de renunciar a sus derechos y asumir deberes que no le corresponden. Es una afirmación que podemos constatar fácilmente si pensamos en personas conocidas por todos que han luchado, de un modo u otro, por cambiar el rumbo de la historia (Ghandi, Che Guevara, San Francisco de Asís,…) pero también en otras que no están en los libros de historia y que probablemente hemos conocido en nuestra propia familia o amigos.
Lo verdaderamente revolucionario no es la conciencia que tenemos de nuestros derechos, sino la que tengamos de nuestros deberes. Y no surge esta afirmación como consecuencia de un pensamiento casi masoquista fruto de la tradición judeo-cristiana como alguno estará pensando sino de que, al igual que los derechos se apoyan en la conciencia de las propias necesidades individuales y colectivas, los deberes nacen de la toma de conciencia de nuestras capacidades, de nuestros propios recursos, igualmente, individuales y colectivos. Si sólo tenemos conciencia de nuestras necesidades y derechos nos instalaremos en la “cultura de la queja” al mismo tiempo que reivindicaremos disfrutar de una cierta “calidad de vida” (expresión políticamente correcta para referirse a lo que siempre se ha llamado “dedicarse a la buena vida”) y a lo más que llegaremos será a pedir una subvención. Si, además, tomamos conciencia de nuestros recursos y ejercemos nuestros deberes transformaremos, como dice Freire, nuestras necesidades en posibilidades y, al hacerlo, transformaremos la realidad y a nosotros mismos. No somos seres de adaptación sino de transformación (sigue diciéndonos Freire) y, ejerciendo como tales, seremos actores protagonistas activos (no actores secundarios) de nuestra vida, personas capaces de construir el futuro transformando el presente, un futuro que está abierto y que ni ha llegado a su fin como nos dicen los neoconservadores americanos al estilo de “el fin de la historia” de Fukuyama, ni está prefijado de antemano de modo que llegará sin que nadie lo traiga, como decía la izquierda prometeica de los siglos XIX y XX.
3. Tenemos derechos, precisamente porque tenemos obligaciones.
Otro aspecto que muestra la superficialidad de muchos de los planteamientos que actualmente se hacen sobre los derechos humanos es hablar de ellos según los parámetros de “lo políticamente correcto” y el uso de palabras vacías de contenido. Superficialidad que debe ser tanto más combatida cuanto que es ocasión para la manipulación de la Sociedad por parte de quienes apoyan el (des)orden establecido. Así, los derechos (a la educación, a la libertad de expresión, a la asociación,…) no son SÓLO derechos. Si lo fueran podría renunciarse a ellos. Quizá se vea más claro tomando como ejemplo el “derecho a la educación básica”: si fuera sólo un derecho no podría ser “obligatoria” pues a los derechos se puede renunciar. Es decir, los derechos, en cierto modo, también son una obligación o conllevan una obligación y a las obligaciones no se puede renunciar. Por eso, siguiendo con el mismo ejemplo, podemos decir que la educación es obligatoria; porque, además de un derecho, es un deber (parece una perogrullada, pero hasta aclarar cosas como esas parece que hay que llegar). No hay, por tanto, derechos sin obligaciones ni viceversa sino que la razón de ser de los derechos es cumplir con las obligaciones. Por ejemplo: tenemos la obligación de participar en la organización política y por eso tenemos el derecho a la libertad de asociación, o de expresión; tenemos derecho a la educación porque tenemos la obligación de contribuir al progreso de la Humanidad,… y así podríamos repasar todos los derechos humanos y veríamos que cada uno de ellos es una cara de una moneda mientras que la otra es la obligación correspondiente.
Y si lo anterior es cierto, podremos comprender la manipulación que se esconde tras el discurso que acentúa los derechos sin aludir a las obligaciones que les acompañan pues, al actuar así, incluso los derechos se quedan vacíos de contenido y no dejan de ser palabras huecas que no transforman la realidad. Podemos exigir, por ejemplo, el derecho de asociación política, pero si no somos conscientes de la obligación de transformar la realidad no haremos uso de ese derecho (no nos asociaremos -¿para qué nos vamos a asociar?-) y es muy posible que hasta nos olvidemos de él. Exigiremos el derecho a la educación, pero si no asumimos la obligación que se corresponde a ese derecho, no estudiaremos y estaremos repitiendo curso permanentemente “porque tenemos derecho”, etc. Es decir ¿de que nos valen esos derechos si no asumimos la obligación de contribuir al bien común que los justifica? El resultado es que, aunque formalmente tengamos esos derechos, en realidad, se renuncia a ellos al no ejercerlos. Y en eso consiste la manipulación: al no asociar derechos y obligaciones, se nos reconocen todos los derechos que queramos con la condición de que no hagamos uso de ellos por no cumplir con nuestros deberes.
4. Los nuevos derechos del Nuevo Orden.
Es necesaria también una reflexión sobre los llamados “nuevos derechos” a los que aludíamos más arriba (derecho al aborto, a la eutanasia, a un medio ambiente,…). Habría que someter este heterogéneo conjunto de supuestos derechos a la prueba de fuego de cuál es la obligación asociada a cada uno de ellos y en qué medida dicha obligación (en caso de que exista) contribuye al bien común de toda la Humanidad.
Por otra parte llama la atención que se esté planteado la necesidad de que el Estado, vía legislación, otorgue nuevos derechos a la ciudadanía cuando aún no se ha universalizado la aplicación de los Derechos Humanos, llamémosles así, “tradicionales” como pone de manifiesto, por ejemplo, el hecho de que en muchos países, incluso entre los llamados “desarrollados” se mantenga la pena de muerte. También llama la atención que estos “nuevos derechos” sean, en algunos casos, contradictorios, con los originarios como es el caso del denominado “derecho al aborto” que es contrario al “derecho a la vida”. Y llama la atención que al mismo tiempo que sucede lo anterior se esté planteando como algo vital los derechos de los animales (pensemos, por ejemplo en el auge que está tomando la oposición a las corridas de toros en España o, anteriormente, a la caza del zorro en Gran Bretaña) o los derechos “humanos” de algunos animales (recordemos el “Proyecto Gran Simio”) que se niegan a muchas personas que viven en la miseria, en la explotación, incluso en la esclavitud. Por ahora dejamos ese análisis para otras personas o para otro momento aunque no quisiéramos dejar pasar la ocasión para señalar que no puede hablarse de “derechos de los animales” (los animales no son sujetos de derechos), sino de obligación de los seres humanos de respetar y cuidar la Naturaleza. Pero, como decimos, en este momento quisiéramos poner el acento en otro asunto: en el hecho de que respecto a estos “nuevos derechos” no se hable de “reconocimiento” de derechos inherentes a la dignidad de todo ser humano por el mero hecho de serlo, sino de derechos que son otorgados por los órganos del Estado. Uno no puede dejar de preguntarse si este empeño en destacar los “nuevos derechos” no es una manera de distraer la atención de la Declaración de los Derechos Humanos (derecho a la vida, a un trabajo,…) que pasarían a un segundo plano imponiéndose una lógica sociopolítica descafeinada.
Un hecho fundamental que habría que destacar es que esta segunda generación de supuestos derechos se está gestando de un modo diferente a la declaración de derechos universalmente reconocidos. En estos últimos se RECONOCE a cada ser humano una serie de derechos que tiene por ser persona. Sin embargo, la “nueva generación de supuestos derechos” son OTORGADOS por los Estados (de hecho algunos los otorgan y otros no, aunque hay grupos de presión que tratan de extenderlos a todo el mundo). La diferencia entre unos y otros radica en la fuente de legitimidad de cada uno de ellos. Los primeros son derechos inherentes a la dignidad intrínseca a cada ser humano por el hecho de serlo y, por tanto, exigibles en cualquier lugar y circunstancia con independencia que en su entorno se respeten o se violen; es decir, pueden ser protegidos o pueden ser violentados, pero tanto en un caso como en el otro, el hecho de que sean derechos exigibles depende de una realidad ajena a la voluntad de nadie. Por el contrario, los segundos no son considerados intrínsecos a la dignidad de toda persona sino que se derivan de la graciosa concesión de los órganos del Estado que así lo legislan; dependen de la voluntad del poder. Unos pueden tenerlos y otros no (como los fueros que las Monarquías Absolutas otorgaban a unas zonas y no a otras, que no dependían del reconocimiento como personas de sus habitantes sino de la voluntad del monarca o de la capacidad de cada pueblo de arrancárselos).
Es posible que esos supuestos “nuevos derechos” acaben siendo reconocidos en la conciencia colectiva como inherentes a la persona, pero eso no anula que su origen haya sido una concesión del poder debida a determinados intereses. Y si aceptamos que los derechos derivan de la voluntad de los que ostentan el poder en un momento determinado, estaremos aceptando la dictadura y dando un paso más hacia Estados Totalitarios, pues, quien los otorga puede dejar de otorgarlos. Si reconocemos al poder como fuente de derechos, también le reconocemos la posibilidad de suprimirlos. Es decir, desaparece el concepto de “violación de uno u otro de los derechos humanos”, simplemente es que ya no se tienen esos derechos por decisión del Poder.
5. Conclusión.
Autor: Antonio Aguilera y Mayte Gómez del Castillo
1. Todos tenemos limitaciones y todos tenemos recursos.
Una primera reflexión que, a modo de introducción, creemos importante plantear es que todo grupo humano, todo colectivo, incluso todo individuo tiene unas necesidades y unos recursos. Es importante que tomemos conciencia de que hasta la persona más desvalida que podamos encontrarnos, objetivamente tiene unas limitaciones, unas carencias pero también unas capacidades, unas potencialidades. Todos, por tanto, tenemos necesidades y recursos. Y tan importante es ser conscientes de las unas como de los otros. Es necesario ser conscientes de nuestras necesidades y, consecuentemente, debemos reivindicar que sean satisfechas. Así lo hemos hecho los seres humanos en muchas ocasiones y así habrá que seguir haciéndolo en muchos ámbitos de la vida (laborales, sociales, políticos, culturales,…). Pero también debemos ser conscientes de nuestros propios recursos y del “poder” que ellos nos confieren de modo que podamos ejercerlo sin delegarlo en nadie. Cuando sólo somos conscientes de nuestras necesidades, podemos adoptar (o no) una actitud reivindicativa, pero si no se acompaña de una similar conciencia de nuestros recursos y potencialidades, y de las posibilidades que gracias a ellos tenemos, a lo más que llegaremos es a una catarsis colectiva que, en el fondo, está poniendo de manifiesto que tenemos una imagen de nosotros mismos como impotentes e incapaces.
2. Todos tenemos derechos, y todos tenemos obligaciones.
En paralelo con la dialéctica “necesidades vs. recursos” podemos reflexionar en segundo lugar sobre otra equivalente como es la dialéctica “derechos vs. deberes”. La reivindicación de nuestros derechos nace de la conciencia que tenemos de nuestras necesidades no satisfechas (no solo necesidades materiales sino de cualquier tipo). Todos los movimientos sociales contribuyen a la toma de conciencia de las necesidades de determinados colectivos y, consiguientemente, reivindican los derechos que tienen a que sean satisfechas. Pero esos mismos movimientos sólo serán verdaderamente transformadores de la realidad en la medida en que están formados por personas con plena conciencia de sus recursos, de sus potencialidades y capacidades y, en consecuencias, de sus deberes (de su obligación de poner en ejercicio esas potencialidades), es decir, movimientos que estén formados por personas que han desarrollado actitudes que podríamos denominar como “militantes”.
Lo verdaderamente transformador no es la conciencia que tenemos de nuestros derechos, sino la que tengamos de nuestros deberes. Aunque lo frecuente es que los derechos se violen y los deberes se impongan, la realidad social sólo será transformada por personas que, llegado el caso, sean capaces de renunciar a sus derechos y asumir deberes que no le corresponden. Es una afirmación que podemos constatar fácilmente si pensamos en personas conocidas por todos que han luchado, de un modo u otro, por cambiar el rumbo de la historia (Ghandi, Che Guevara, San Francisco de Asís,…) pero también en otras que no están en los libros de historia y que probablemente hemos conocido en nuestra propia familia o amigos.
Lo verdaderamente revolucionario no es la conciencia que tenemos de nuestros derechos, sino la que tengamos de nuestros deberes. Y no surge esta afirmación como consecuencia de un pensamiento casi masoquista fruto de la tradición judeo-cristiana como alguno estará pensando sino de que, al igual que los derechos se apoyan en la conciencia de las propias necesidades individuales y colectivas, los deberes nacen de la toma de conciencia de nuestras capacidades, de nuestros propios recursos, igualmente, individuales y colectivos. Si sólo tenemos conciencia de nuestras necesidades y derechos nos instalaremos en la “cultura de la queja” al mismo tiempo que reivindicaremos disfrutar de una cierta “calidad de vida” (expresión políticamente correcta para referirse a lo que siempre se ha llamado “dedicarse a la buena vida”) y a lo más que llegaremos será a pedir una subvención. Si, además, tomamos conciencia de nuestros recursos y ejercemos nuestros deberes transformaremos, como dice Freire, nuestras necesidades en posibilidades y, al hacerlo, transformaremos la realidad y a nosotros mismos. No somos seres de adaptación sino de transformación (sigue diciéndonos Freire) y, ejerciendo como tales, seremos actores protagonistas activos (no actores secundarios) de nuestra vida, personas capaces de construir el futuro transformando el presente, un futuro que está abierto y que ni ha llegado a su fin como nos dicen los neoconservadores americanos al estilo de “el fin de la historia” de Fukuyama, ni está prefijado de antemano de modo que llegará sin que nadie lo traiga, como decía la izquierda prometeica de los siglos XIX y XX.
3. Tenemos derechos, precisamente porque tenemos obligaciones.
Otro aspecto que muestra la superficialidad de muchos de los planteamientos que actualmente se hacen sobre los derechos humanos es hablar de ellos según los parámetros de “lo políticamente correcto” y el uso de palabras vacías de contenido. Superficialidad que debe ser tanto más combatida cuanto que es ocasión para la manipulación de la Sociedad por parte de quienes apoyan el (des)orden establecido. Así, los derechos (a la educación, a la libertad de expresión, a la asociación,…) no son SÓLO derechos. Si lo fueran podría renunciarse a ellos. Quizá se vea más claro tomando como ejemplo el “derecho a la educación básica”: si fuera sólo un derecho no podría ser “obligatoria” pues a los derechos se puede renunciar. Es decir, los derechos, en cierto modo, también son una obligación o conllevan una obligación y a las obligaciones no se puede renunciar. Por eso, siguiendo con el mismo ejemplo, podemos decir que la educación es obligatoria; porque, además de un derecho, es un deber (parece una perogrullada, pero hasta aclarar cosas como esas parece que hay que llegar). No hay, por tanto, derechos sin obligaciones ni viceversa sino que la razón de ser de los derechos es cumplir con las obligaciones. Por ejemplo: tenemos la obligación de participar en la organización política y por eso tenemos el derecho a la libertad de asociación, o de expresión; tenemos derecho a la educación porque tenemos la obligación de contribuir al progreso de la Humanidad,… y así podríamos repasar todos los derechos humanos y veríamos que cada uno de ellos es una cara de una moneda mientras que la otra es la obligación correspondiente.
Y si lo anterior es cierto, podremos comprender la manipulación que se esconde tras el discurso que acentúa los derechos sin aludir a las obligaciones que les acompañan pues, al actuar así, incluso los derechos se quedan vacíos de contenido y no dejan de ser palabras huecas que no transforman la realidad. Podemos exigir, por ejemplo, el derecho de asociación política, pero si no somos conscientes de la obligación de transformar la realidad no haremos uso de ese derecho (no nos asociaremos -¿para qué nos vamos a asociar?-) y es muy posible que hasta nos olvidemos de él. Exigiremos el derecho a la educación, pero si no asumimos la obligación que se corresponde a ese derecho, no estudiaremos y estaremos repitiendo curso permanentemente “porque tenemos derecho”, etc. Es decir ¿de que nos valen esos derechos si no asumimos la obligación de contribuir al bien común que los justifica? El resultado es que, aunque formalmente tengamos esos derechos, en realidad, se renuncia a ellos al no ejercerlos. Y en eso consiste la manipulación: al no asociar derechos y obligaciones, se nos reconocen todos los derechos que queramos con la condición de que no hagamos uso de ellos por no cumplir con nuestros deberes.
4. Los nuevos derechos del Nuevo Orden.
Es necesaria también una reflexión sobre los llamados “nuevos derechos” a los que aludíamos más arriba (derecho al aborto, a la eutanasia, a un medio ambiente,…). Habría que someter este heterogéneo conjunto de supuestos derechos a la prueba de fuego de cuál es la obligación asociada a cada uno de ellos y en qué medida dicha obligación (en caso de que exista) contribuye al bien común de toda la Humanidad.
Por otra parte llama la atención que se esté planteado la necesidad de que el Estado, vía legislación, otorgue nuevos derechos a la ciudadanía cuando aún no se ha universalizado la aplicación de los Derechos Humanos, llamémosles así, “tradicionales” como pone de manifiesto, por ejemplo, el hecho de que en muchos países, incluso entre los llamados “desarrollados” se mantenga la pena de muerte. También llama la atención que estos “nuevos derechos” sean, en algunos casos, contradictorios, con los originarios como es el caso del denominado “derecho al aborto” que es contrario al “derecho a la vida”. Y llama la atención que al mismo tiempo que sucede lo anterior se esté planteando como algo vital los derechos de los animales (pensemos, por ejemplo en el auge que está tomando la oposición a las corridas de toros en España o, anteriormente, a la caza del zorro en Gran Bretaña) o los derechos “humanos” de algunos animales (recordemos el “Proyecto Gran Simio”) que se niegan a muchas personas que viven en la miseria, en la explotación, incluso en la esclavitud. Por ahora dejamos ese análisis para otras personas o para otro momento aunque no quisiéramos dejar pasar la ocasión para señalar que no puede hablarse de “derechos de los animales” (los animales no son sujetos de derechos), sino de obligación de los seres humanos de respetar y cuidar la Naturaleza. Pero, como decimos, en este momento quisiéramos poner el acento en otro asunto: en el hecho de que respecto a estos “nuevos derechos” no se hable de “reconocimiento” de derechos inherentes a la dignidad de todo ser humano por el mero hecho de serlo, sino de derechos que son otorgados por los órganos del Estado. Uno no puede dejar de preguntarse si este empeño en destacar los “nuevos derechos” no es una manera de distraer la atención de la Declaración de los Derechos Humanos (derecho a la vida, a un trabajo,…) que pasarían a un segundo plano imponiéndose una lógica sociopolítica descafeinada.
Un hecho fundamental que habría que destacar es que esta segunda generación de supuestos derechos se está gestando de un modo diferente a la declaración de derechos universalmente reconocidos. En estos últimos se RECONOCE a cada ser humano una serie de derechos que tiene por ser persona. Sin embargo, la “nueva generación de supuestos derechos” son OTORGADOS por los Estados (de hecho algunos los otorgan y otros no, aunque hay grupos de presión que tratan de extenderlos a todo el mundo). La diferencia entre unos y otros radica en la fuente de legitimidad de cada uno de ellos. Los primeros son derechos inherentes a la dignidad intrínseca a cada ser humano por el hecho de serlo y, por tanto, exigibles en cualquier lugar y circunstancia con independencia que en su entorno se respeten o se violen; es decir, pueden ser protegidos o pueden ser violentados, pero tanto en un caso como en el otro, el hecho de que sean derechos exigibles depende de una realidad ajena a la voluntad de nadie. Por el contrario, los segundos no son considerados intrínsecos a la dignidad de toda persona sino que se derivan de la graciosa concesión de los órganos del Estado que así lo legislan; dependen de la voluntad del poder. Unos pueden tenerlos y otros no (como los fueros que las Monarquías Absolutas otorgaban a unas zonas y no a otras, que no dependían del reconocimiento como personas de sus habitantes sino de la voluntad del monarca o de la capacidad de cada pueblo de arrancárselos).
Es posible que esos supuestos “nuevos derechos” acaben siendo reconocidos en la conciencia colectiva como inherentes a la persona, pero eso no anula que su origen haya sido una concesión del poder debida a determinados intereses. Y si aceptamos que los derechos derivan de la voluntad de los que ostentan el poder en un momento determinado, estaremos aceptando la dictadura y dando un paso más hacia Estados Totalitarios, pues, quien los otorga puede dejar de otorgarlos. Si reconocemos al poder como fuente de derechos, también le reconocemos la posibilidad de suprimirlos. Es decir, desaparece el concepto de “violación de uno u otro de los derechos humanos”, simplemente es que ya no se tienen esos derechos por decisión del Poder.
5. Conclusión.
Los derechos hacen referencia a nuestras limitaciones y necesidades (que deben ser satisfechas) y nuestras obligaciones hacen referencia a nuestros recursos y posibilidades trasformadoras (que deben ser ejercidas). Así, derechos y obligaciones son las dos caras de una misma moneda y no pueden existir los unos sin las otras. Quien anima en la reivindicación de derechos sin, al mismo tiempo, hablarnos de obligaciones es porque quiere arrebatarnos nuestras posibilidades de transformación o impedir que seamos conscientes de ellas, pretendiendo que seamos titulares meramente nominales de unos derechos con la condición de que no hagamos uso de ellos para la transformación de este mundo salvaje en otro más humano, o hacernos personas dependientes de los intereses de los poderosos en la medida en que dejamos que gobernante de turno defina a qué sí o a qué no tienen derecho unas u otras personas.
Autor: Antonio Aguilera y Mayte Gómez del Castillo
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