domingo, 16 de octubre de 2011

Sobre el Modelo de Educación Comprensiva


No seré yo quien tire la primera piedra (pues no estoy libre de faltas al respecto, ni considero malo el modelo globalmente hablando) contra la educación comprensiva. Pero sí que tiraré una piedra al estanque para que salten las ranas, pues creo profundamente, que en educación y en política (a lo mejor esta es otra tautología como la de actividad educativa) el debate ensancha y amplia nuestras miras.


Y decía que no estoy libre de faltas al respecto, con honestidad, pues aún defendiendo la esencia del modelo, quizás prefiera que mis hijos, no tengan en su clase que compartir el “tiempo educativo” con dos gitanos, un magrebí, tres TDAs, 1 autista, …

Fuera de las aulas (79.17% del tiempo), miraré hacia otro lado, sin importarme tanto, o quizás nada, con quién comparte ese otro tiempo educativo invisible y sutil, ese otro tiempo que forma y conforma, y que del mismo modo que el tiempo escolar “no es neutral”, este aún más si cabe, es beligerantemente no neutral. Pero al fin y al cabo así es este país, abundante en contradicciones. Podemos ser los mayores defensores de la escuela inclusiva, y mandar a nuestros hijos a una que no lo sea tanto (por eso de que los extremos no son buenos), o imponer en el plano educativo, entre otros,  lenguas co-oficiales para todos, pero enviar a mis hijos a los mejores colegios alemanes o ingleses, o …

La reflexión que me gustaría plantear es: ¿para qué un modelo comprensivo en la escuela, en una sociedad no comprensiva?, o dando un paso más allá y asumiendo la necesidad de un modelo comprensivo, ¿cómo debe adaptarse el modelo comprensivo de educación para enfrentarse a una sociedad que no lo es?


Doy por supuesta la complejidad del tema a abordar, pero no creo que sea menos complejo que el sustrato educativo en el que nos va a tocar educar. Creo en la educación. Y creo que la educación compromete. Lo creo así después de hacer un análisis exhaustivo de mi vida y traer a mi memoria a quienes han sido mis referentes educativos y por qué lo han sido. Me educaron quienes atravesaron las barreras del aula física, me educaron incluso más fuera del aula, me educaron por testimonio, por contacto, por acción. No desdeño algunas facetas de la instrucción que recibí, ni algunos elementos del sistema de  enseñanza en el que me tocó estudiar (EGB, BUP, COU…), pero creo firmemente que la mayor parte de mi aprendizaje significativo lo he aprendido en la vida, de la vida, y de los vivos, que no son todos los que pululan, sino los que con su propio actuar transmiten lo importante a aprehender para la vida.

Dando por supuesta la premisa de que educar nos compromete con el otro (nuestros alumnos, aunque no me gusta nada la dicotomía maestro-alumno desde una perspectiva colaborativa y constructivista del aprendizaje), no podemos volcar nuestro trabajo exclusivamente en el interior del aula en pos de una enseñanza comprensiva. No podemos caminar con,  o acompañar a nuestros “alumnos” sólo en el interior de nuestro aula, hasta los 16, o quizás mañana hasta los 18 años, y luego decirles:

            – Querido amigo, hasta aquí ha llegado mi esfuerzo por hacer una educación igual para todos. Ya no estás en la enseñanza obligatoria, y se nos olvidó comentarte en estos años que hemos estado juntos, que te enfrentas a una sociedad selectiva y salvaje, con un 43 % de paro juvenil, y con una tasa de paro real, que da miedo hasta nombrarla… Querido amigo, bienvenido a la sociedad real no comprensiva.

            Simplificando el escenario, la cruda realidad es así. Por primera vez en la historia de España, va a haber, y ya hay, hijos con condiciones laborales peores que las de sus padres. Y no lo planteo desde el catastrofismo, sino desde el convencimiento de que pues es realmente así, y como quiero educar, debo complicarme la vida. Debo comprometerme en ayudar a mis “alumnos”, no sólo a que aprendan las competencias de mi asignatura, o cumplan sus objetivos, sino a enfrentarnos juntos a los verdaderos problemas de la vida, a plantear con honestidad las posibles vías o caminos por donde caminar solidariamente en la sociedad.

            Sí, creo que educar complica enormemente la vida. Lo creo como padre y lo creo como aprendiz de educador, que no de enseñante.

El profesional de la enseñanza que cegado por el catastrofismo y la crítica fácil de que cualquier tiempo pasado fue mejor, es como el jubilado que apoyado desde la barandilla de la obra critica el trabajo de los que sudan a chorretones, o como el valiente que da órdenes al torero desde el otro lado de la barrera.

El profesional de la enseñanza que cegado por la “ilusión” de que el sistema educativo en el que se encuentra imbuid@ es el mejor de los posibles y que dota a sus “alumn@s” de las herramientas necesarias para enfrentarse a la vida, es como el general que envía a sus subordinados a la batalla sabiendo que esta está perdida, o como los padres de Pulgarcito, que en el momento decisivo de la estrechez y de la prueba, de la que sólo se puede salir juntos, se quitan a sus hijos de encima perdiéndolos en el bosque.

El educador, o quien sueñe alguna vez con serlo, debe prepararse ardientemente para ello, templarse en la forja de la sociedad no comprensiva, para desde ahí, con renovado ánimo y junto a un puñado de otros Quijotes (como han sido siempre las experiencias que han perdurado en la historia, asociativas) luchar sin tregua por esa otra educación que todos sabemos en nuestro interior que es posible.

Oscar Arcera. Miembro del equipo educativo de la Escuela Iqbal Masih

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