lunes, 20 de febrero de 2012

Versión ilustrada por Jörg Müller de El soldadito de plomo


El cuento de Hans Christian Andersen es tomado como un pretexto para que Müller muestre un íntimo y personal punto de vista sobre la actual situación de  pobreza y desigualdad que vive el mundo. La narración y la historia de amor que Andersen deja implícita en su cuento nunca son descartadas, pero gracias al cambio de espacios y personajes, Müller muestra su posición  con respecto al abuso social, la pobreza extrema y la exotización de países del tercer mundo por parte de  habitantes de países del primer mundo.

El soldadito de plomo
 

Nos presenta a los protagonistas: un soldadito que no parece cojo por falta de plomo, sino que nos hace pensar en desagarrado; y la bailarina, que en este caso es una “Barbi”, que viaja con el soldadito y la manera de acusar el dolor de la historia es mostrándola en unas condiciones (el vestido roto, el pelo revuelto, la postura) que pueden incluso sugerir el resultado de una violación.

Con estas guisas, ambos personajes salen de una cómoda Europa de aspecto opulento (pero con ratas en lo que no se ve) para llegar, como en el cuento original por medio de un pez pescado, hasta África.

Si bien el entorno se recrudece (el pescado descabezado, la lonja y el buque de guerra, el camión de los desperdicios, el basurero a donde van a parar los personajes, quienes los recogen, sus chabolas, la miseria), a pesar de ello la vida del soldadito y de la muñeca parece con más valor: esta basura europea puede generar una sonrisa africana en el niño a cuyas manos han llegado.
Hasta que aparece el yanki que le compra por un dólar al niño su sonrisa (sus nuevos juguetes) y se lleva a los personajes a un museo etnográfico que a nadie interesa (pasillos vacíos, suelos limpísimos) para que mueran definitivamente en el olvido.

Müller, suizo de 63 años, ha recibido el premio Andersen de ilustración en 1994 como reconocimiento a toda su labor. 

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