La situación que viven los jóvenes, también en España, hoy es dramática y
tremendamente explosiva. Más de un 50% de ellos han sido condenados tanto por
el sistema educativo como por el económico a la “ociosidad”. La mitad de éstos
además de estar en el desempleo se encuentran sin estudios. La otra mitad luce
títulos y currículo que en el mejor de los casos intercambian por empleos
basura de los que entran y salen como de una puerta giratoria. La mayoría no ha
podido salir de la casa de sus padres o abuelos. Otros tantos han tenido que
regresar a ellas. Nunca tantos jóvenes han dependido tanto y durante tanto tiempo
de sus padres y abuelos.
Algunos jóvenes, frustradas las expectativas en las que les
hemos educado, intuyen que les hemos vendido humo y “sueñan” con “otro mundo
posible”. Otros tantos, tratan de abrirse caminos, “compitiendo”, “emprendiendo”
o emigrando. Y finalmente están los que transitan el de la violencia
subversiva, racista, la evasión y el enganche en mil adicciones que tantos
beneficios dan a la industria del ocio, las drogas y de la “salud” (léase
farmacéuticas). Y también a los nuevos “fascismos”.
Estos “sueños”,individuales o colectivos, y las “alucinaciones”
son otra trampa mortal. Los “sueños” sin más, porque no podemos creer que
habiendo sido educados tantos años en una mentalidad insolidaria, abotargada
política y moralmente y de espaldas a los problemas reales de un mundo en el
que no han dejado de aumentar los esclavos y los hambrientos sin que nos
quisiéramos enterar, de la noche a la mañana nos hemos convertido en “jóvenes revolucionarios”.
Las “alucinaciones” no hacen falta explicarlas.
Pero es que además la familia, que está siendo una tabla de
salvación, nunca ha sido tan agredida y maltratada. La mayoría está sin trabajo
y hasta sin vivienda y además es víctima de un individualismo salvaje que
promueve su ruptura sin combatir. No cabe duda que la estrategia, ya anticipada
por los pobres organizados en el movimiento obrero, de aburguesarla y
dividirla, ha tenido un buen resultado. Forjadas en medio de una cultura
mercantilista que las ha orientado hacia si mismas, a la búsqueda de su éxito y su “felicidad”
consumista, hoy se encuentran impotentes para afrontar tamaño desafío. Y aún con
todo, sigue siendo el principal baluarte de esta generación que vive condenada
a venderse o a luchar.
Si estamos descubriendo que este mundo será obra del
protagonismo real de todos o no será, será autogestionario y solidario o no
será, el proceso será largo y sacrificado. Y desde luego requerirá otra
educación y otra cultura, en la que aprendamos con los demás y con humildad, a
poner el bien común sobre los intereses egoístas personales o de “mi grupo”:
una educación para la autogestión y la solidaridad.
Editorial del nº95 de la Revista Autogestión. Ediciones Voz de los sin Voz
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