lunes, 12 de noviembre de 2012

Lisa Kristine: Testimonio de la esclavitud en el siglo XXI

Durante los últimos dos años, la fotógrafa Lisa Kristine ha viajado por el mundo documentando las realidades de la esclavitud moderna. Aquí comparte imágenes -de mineros en el Congo, de pilas de ladrillo en Nepal...- que iluminan la situación de millones de esclavizados en todo el mundo.




Video tomado de TED Talks con licencia Creative Commons, copiamos a continuación la trasncripción:

Estoy 45 a metros bajo tierra en una mina ilegal de Ghana. El aire está cargado de calor y polvo y es difícil respirar. Siento el roce de cuerpos sudorosos en la oscuridad, pero no puedo ver mucho más. Oigo voces que hablan pero, sobre todo, esa cacofonía de toses masculinas y piedras partidas con herramientas primitivas. Como los demás, llevo una linterna barata de luz tintineante sujeta a la cabeza con este elástico andrajoso y apenas puedo distinguir las resbalosas ramas que sostienen las paredes de ese agujero de un metro que cae cientos de metros en la tierra. Se resbala mi mano y de repente recuerdo a un minero que conocí días antes, que perdió el control y cayó innumerables metros en ese pozo.


Mientras hablo con Uds. hoy, estos hombres están en lo profundo de ese hoyo arriesgando sus vidas sin paga ni recompensa y, a menudo, muriendo.

Salí de ese hoyo y fui a casa pero ellos quizá nunca lo harán, porque son presa de la esclavitud.

En los últimos 28 años estuve documentando culturas nativas en más de 70 países en seis continentes y, en 2009, tuve el gran honor de ser la única expositora en la Cumbre de la Paz de Vancouver. Entre todas las personas increíbles que conocí allí conocí a un integrante de ‘Free the Slaves’, una ONG que se dedica a erradicar la esclavitud moderna. Empezamos a hablar de la esclavitud y, realmente, empecé a aprender sobre esclavitud porque sabía que existía en el mundo pero no a tal grado. Cuando terminamos de hablar me sentí muy mal; honestamente estaba avergonzada de ignorar esta atrocidad de nuestros días y pensé: si yo no lo sé, ¿cuánta gente no lo sabe? Se me hizo un nudo el estómago y, semanas después, volé a Los Ángeles para conocer al director de ‘Free the Slaves’ y ofrecerle mi ayuda.

Así empezó mi viaje a la esclavitud moderna. Curiosamente, ya había estado en muchos de estos sitios. A algunos, incluso, los consideraba mi segundo hogar. Pero esta vez, ventilaría los trapos sucios.

Un cálculo conservador dice que actualmente hay más de 27 millones de personas esclavizadas en el mundo. Es el doble de la cantidad de africanos desplazados durante toda la trata de esclavos transatlántica. Hace 150 años el costo de un esclavo agricultor era de unas tres veces el salario anual de un trabajador de EE.UU. El equivalente a unos US$ 50 000 actuales. Sin embargo, hoy se puede esclavizar a familias enteras por generaciones por deudas ínfimas de US$ 18. Sorprendentemente, la esclavitud genera ganancias de más de US$ 13 000 millones al año en todo el mundo.

Muchos han sido engañados con falsas promesas de buena educación y mejor trabajo para luego descubrir que están obligados a trabajar sin paga, bajo amenaza de violencia y no pueden escapar.

Hoy la esclavitud opera en el comercio: los bienes producidos por esclavos tienen valor, pero quienes los producen son desechables. La esclavitud existe en casi todo el mundo y, sin embargo, es ilegal en todo el mundo.

En India y Nepal, conocí los hornos de ladrillos. Este espectáculo extraño y formidable fue como entrar al antiguo Egipto o al Infierno de Dante. Inmersos en una temperatura de 54 ºC, hombres, mujeres, niños, de hecho, familias enteras envueltas en un pesado manto de polvo- apilan mecánicamente ladrillos en sus cabezas, hasta 18 a la vez, y los llevan de los hornos ardientes a camiones que están a cientos de metros. Desanimados por la monotonía y el cansancio trabajan en silencio, haciendo esta tarea una y otra vez durante 16 ó 17 horas al día. No había pausas para comer, ni para beber, y la deshidratación severa hacía que orinar fuera bastante intrascendente. Tan penetrantes eran el calor y el polvo que mi cámara se volvió demasiado caliente al tacto y dejó de funcionar. Cada 20 minutos yo tenía que correr al auto para limpiar el equipo y hacer que funcionara con aire acondicionado para revivirlo y, sentada allí, pensaba: mi cámara recibe un tratamiento mucho mejor que estas personas.

De vuelta en los hornos quise llorar pero el abolicionista que estaba a mi lado rápidamente me agarró y me dijo: “Lisa, no lo hagas. No lo hagas aquí”. Y me explicó muy claramente que demostrar emociones es muy peligroso en lugares como éste, no sólo para mí sino para ellos. No podía ofrecerles ninguna ayuda directa. No podía darles dinero, nada. Yo no era ciudadana de ese país. Podía ponerlos en una situación peor de la que ya estaban. Tuve que confiar en ‘Free the Slaves’ y trabajar dentro del sistema por su liberación y confié en que lo conseguirían. En cuanto a mí, esperé a llegar a casa para sentir mi corazón destrozado.

En el Himalaya, encontré niños acarreando piedras durante km por terrenos montañosos hasta camiones que esperaban abajo. Esas grandes planchas eran más pesadas que los niños que las cargaban y los niños las sujetan a sus cabezas con correas caseras hechas de palos, cuerdas y harapos. Es difícil presenciar algo tan abrumador. ¿Cómo podemos influir en algo tan insidioso, pero tan omnipresente? Algunos ni siquiera saben que son esclavos -y trabajan 16 ó 17 horas al día sin paga- porque esto ha sido así toda su vida. No tienen nada con qué comparar. Cuando estos aldeanos reclamaron su libertad, los esclavistas quemaron íntegramente sus casas. Digo, no tenían nada, estaban paralizados, querían rendirse, pero la mujer del centro les animó a perseverar y los abolicionistas del lugar les ayudaron a arrendar su propia cantera así que ahora hacen el mismo trabajo agotador pero lo hacen para sí mismos, reciben una paga y lo hacen en libertad.

Al oír la palabra esclavitud a menudo pensamos en tráfico sexual y debido a esta conciencia mundial me advirtieron que sería difícil para mí trabajar con seguridad en este negocio en particular.


En Katmandú me acompañaban mujeres que habían sido previamente esclavas sexuales. Me condujeron por unas escaleras angostas que daban a este sótano sucio, de tenue luz fluorescente. No era exactamente un burdel. Era más bien un restaurante. Restaurante-cabina, como se conoce en el oficio, son locales para la prostitución forzada. Tienen habitaciones pequeñas, privadas, donde las esclavas -mujeres con sus niñas y niños, algunos de tan sólo siete años- son forzadas a entretener a los clientes y a alentarles a comprar más comida y alcohol. Cada puesto es oscuro y sucio, identificado por un número pintado en la pared y dividido por un biombo y una cortina. Las trabajadoras a menudo sufren abuso sexual a manos de sus clientes. De pie en la penumbra, recuerdo haber sentido un temor agudo ardiente y, en ese instante, apenas pude imaginar lo que debe ser quedar atrapada en ese infierno. Sólo tenía una salida: las escaleras por donde entré. No había puertas traseras. No había ventanas suficientemente grandes como para trepar. Esas personas no tienen escapatoria y, ya que tocamos un tema tan difícil, es importante señalar que la esclavitud, incluso el tráfico sexual, ocurre a nuestro alrededor.

Hay cientos de personas esclavizadas en la agricultura, en restaurantes, en el servicio doméstico y la lista puede continuar. Recientemente, el New York Times informó que entre 100 000 y 300 000 niños estadounidenses se venden cada año como esclavos sexuales. Ocurre por doquier, pero no lo vemos.

Los textiles son otra actividad que a menudo relacionamos con la mano de obra esclava. Visité aldeas indias en la que había familias enteras esclavizadas en el comercio de la seda. Este es un retrato de familia. Las manos teñidas de negro son del padre, las teñidas de azul y de rojo, de sus hijos. Mezclan tinturas en estos grandes barriles y sumergen la seda en el líquido hasta los codos, pero la tintura es tóxica.

Mi intérprete me contó sus historias.

“No tenemos libertad”, dijeron. “Todavía esperamos, sin embargo, poder salir de esta casa algún día e ir a otro lugar donde realmente nos paguen nuestro trabajo”.

Se estima que hay más de 4000 niños esclavizados en el lago Volta, el mayor lago artificial del mundo. Cuando llegamos, fui a echar un vistazo rápido. Vi lo que parecía ser una familia de pescadores en un barco, dos hermanos mayores, algunos niños más jóvenes, tiene sentido ¿no? Error. Eran todos esclavos. Los niños son separados de sus familias traficados, desaparecidos y forzados a trabajar jornadas extensas en estos botes en el lago, a pesar de no saber nadar.

Este niño tiene ocho años. Cuando nuestro bote se acercó estaba temblando; temía que su pequeña canoa fuera embestida. Estaba paralizado por el miedo de caer al agua. Las raquíticas ramas de los árboles sumergidos en el lago Volta a menudo atrapan redes y a niños, fatigados y con miedo, se arrojan al agua para desatar las ramas. Muchos se ahogan.

Desde que recuerda, siempre ha sido forzado a trabajar en el lago. Por temor a su amo no va a huir y, como toda la vida ha sido tratado con crueldad, cruelmente trata a los esclavos más jóvenes bajo su mando.

Conocí a estos muchachos a las cinco de la mañana, cuando levantaban las últimas redes, pero habían estado trabajando desde la una en la noche fría y ventosa. Y cabe señalar que estas redes pesan más de 400 kilos cuando están repletas de peces.

Quiero presentarles a Kofi. Kofi fue rescatado en una aldea de pescadores. Lo conocí en un refugio en el que ‘Free the Slaves’ rehabilita a víctimas de la esclavitud. Aquí lo vemos tomando un baño, recibiendo grandes baldes de agua sobre su cabeza, y la noticia maravillosa es que mientras estamos aquí conversando hoy Kofi está con su familia, y, mejor aún, su familia ahora tiene herramientas para ganarse la vida y mantener a salvo a sus hijos. Kofi simboliza lo posible. ¿Quién llegará a ser gracias a que alguien decidió marcar la diferencia en su vida?

Conduciendo por una carretera en Ghana con socios de ‘Free the Slaves’, un compañero abolicionista con su moto de repente aceleró y sobrepasó nuestro auto y tocó la ventana. Nos pidió que lo siguieramos por un camino de tierra hasta la selva. Al final del camino, nos instó a salir del auto, y le pidió al conductor que saliera rápidamente. Luego señaló este sendero apenas visible y dijo: “Este es el camino, este es el camino. Vamos”. Conforme empezamos a bajar, quitamos las enredaderas que bloqueaban el camino y después de caminar cerca de una hora hallamos que el camino estaba anegado por las recientes lluvias, así que puse el equipo de fotos sobre mi cabeza a medida que descendíamos en estas aguas hasta el pecho. Después de dos horas de caminata, el sinuoso camino terminó abruptamente en un claro, y teníamos delante una masa de agujeros que podía caber en un campo de fútbol, y todos estaban llenos de trabajadores esclavizados. Muchas mujeres tenían hijos atados a sus espaldas y, mientras buscaban oro, caminaban en aguas envenenadas con mercurio. El mercurio se usa en el proceso de extracción.

Estos mineros están esclavizados en un pozo en otra parte de Ghana. Cuando salieron del pozo estaban empapados en su propio sudor. Recuerdo que miré sus ojos cansados, irritados, dado que muchos habían estado bajo tierra durante 72 horas. Los pozos tienen hasta 90 metros y estas personas cargan bolsas pesadas de piedra que luego serán transportadas a otra zona en la que machacarán la piedra para poder extraer el oro.

A primera vista, el sitio parece estar lleno hombres fuertes y vigorosos pero, si miramos más de cerca, al margen vemos trabajar a otros menos afortunados y también a niños. Todos son víctimas de lesiones, enfermedades y violencia. De hecho, es muy probable que este musculoso termine como esta víctima de la tuberculosis y del envenenamiento por mercurio en unos pocos años.

Este es Manuru. Cuando murió su padre su tío lo llevó a trabajar con él en las minas. Al morir su tío, Manuru heredó la deuda del tío lo que lo fuerza a ser esclavo en las minas. Cuando lo conocí, había trabajado en las minas 14 años y la lesión de la pierna que ven aquí es producto de un accidente en la mina, tan grave que los médicos decían que debía ser amputada. Además de eso, Manuru tiene tuberculosis y, no obstante a eso, está obligado a trabajar noche y día en esa mina.

Aún así, él sueña con ser liberado y educado con ayuda de activistas locales como ‘Free the Slaves’ y es este tipo de determinación, de cara a una posibilidad remota, lo que me inspira mucho respeto.

Quiero arrojar luz sobre la esclavitud. Cuando hacía el trabajo de campo llevé muchas velas conmigo y, con ayuda de mi intérprete, le dije a las personas que estaba fotografiando que quería iluminar sus historias y su situación; por eso cuando era seguro para ellos, y para mí, tomé estas imágenes. Sabían que sus imágenes serían vistas por Uds. en todo el mundo. Quería que supieran que daremos testimonio de ellos y que haremos todo lo posible para ayudar a cambiar sus vidas. Sinceramente creo que si podemos vernos unos a otros como seres humanos, entonces se hace muy difícil tolerar atrocidades como la esclavitud. Estas imágenes no son de revistas. Son de personas, personas reales, como Uds. y como yo, que merecen los mismos derechos, dignidad y respeto en sus vidas. No hay un día que pase que yo no piense en estas tantas personas hermosas, maltratadas, que he tenido el gran honor de conocer.

Espero que estas imágenes despiertan una fuerza

en quienes las ven, en personas como Uds., y espero que esa fuerza encienda un fuego y que ese fuego arroje luz sobre la esclavitud porque, sin esa luz, la bestia de la esclavitud puede continuar viviendo en las sombras.

Muchas gracias.

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