domingo, 31 de marzo de 2013

NO PODEMOS PERMANECER PASIVOS ANTE LA ESCLAVITUD INFANTIL



Iqbal Masih tenía cuatro años cuando su padre lo vendió a una fábrica de alfombras de Punjab (Paquistán) porque necesitaba un préstamo para pagar la boda del  hijo mayor. Para saldar la deuda Iqbal trabajaba doce horas al día trenzando alfombras a razón de una rupia diaria. A los 10 años Iqbal asistió a un mitin sobre derechos humanos y su vida cambió radicalmente. Consiguió la libertad a través de una campaña del Frente de Liberación del Trabajo Forzado y se convirtió en un activo luchador contra el trabajo cautivo. En abril de 1995, cuando tenía 12 años, Iqbal, que era católico, fue asesinado a tiros cerca de Lahore. La mafia de las alfombras fue acusada del brutal crimen. Es una triste historia, entre los millones de historias de niños vendidos o secuestrados para trabajos forzados, para soldados o para la prostitución, que podrían contarse.

Keitetsi fue reclutada a la fuerza por los guerrilleros del Ejército Nacional de Resistencia de Uganda y tuvo la atroz experiencia de ser una niña soldado. Ella misma cuenta que «a las niñas que hemos pasado por este trance, además de obligarnos a matar, abusaban sexualmente de nosotras. Además, tenemos que demostrar que somos más crueles que los chicos y hemos de aprender a reprimir los sentimientos y no llorar, para que nuestros superiores nos traten con más respeto».
Kaitetsi es madre de dos hijos y denuncia que le ha costado más de diez años salir de ese infierno y llegar a ser la mujer que ahora es. Sus convicciones católicas le han ayudado a perdonar. Una de sus mayores alegrías fue haber tenido una audiencia con el papa Benedicto XVI, que le dijo: «He oído hablar de ti y he estado rezando por ti». Con la ayuda de la organización Missio ha creado un centro para antiguos niños y niñas soldado de Byumba (Ruanda).


Hablo hoy de estos dos hechos, entre los muchos que se podrían contar, porque quiero que el Día Mundial de la Esclavitud Infantil [16 de abril] no pase desapercibido. La esclavitud infantil es una verdadera vergüenza para nuestro mundo. Hay cuatrocientos millones de niños esclavos, de entre 4 y 14 años. Guerras, prostitución, explotación laboral, hambre, malos tratos... es el horizonte en el que transcurre su vida. Y, lamentablemente, la explotación infantil sigue aumentando como consecuencia del comercio internacional, del monopolio tecnológico, y de la pasividad y cinismo de los organismos internacionales.

Ante esta bochornosa realidad no podemos permanecer pasivos. Jesucristo nos puso en guardia frente al daño que puede hacerse a los niños: «más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al fondo del mar», dijo en una de las advertencias más duras que encontramos en el Evangelio. Tomemos, pues, conciencia de esta dura realidad y apoyemos a las organizaciones que luchan rescatar y educar a los niños esclavos.



Con mi afecto y bendición.
+ Alfonso Milián Sorribas
Obispo de Barbastro-Monzón

No hay comentarios:

Publicar un comentario