viernes, 2 de agosto de 2013

Superarse. Escucha esta historia

Es martes, 25 de junio, día de la independencia en Mozambique. Hace unas semanas que intentamos organizar un equipo de fútbol y tras un par de partidos amistosos y bastante entrenamiento al parecer, hoy había que debutar y presentar al barrio oficialmente el equipo de la comunidad, que como en tantas otras cosas, se ha completado con jóvenes de las comunidades musulmanas vecinas. 


Grandes amistades... que no puede la religión destruir...

Quien conozca África sabrá por qué un equipo de fútbol merece unas líneas. Aquí no se trata únicamente de esa experiencia que aglutina diferencias con el objetivo común del juego y la competición. Es más, mucho más. Una pelota deshinchada, remendada, o incluso confeccionada con retales, pedazos de tela o quién sabe qué otras sorpresas es suficiente para organizar un partido con todos los que tengan dos piernas y puedan moverlas un poco... no les gusta jugar con esas pelotas, pero a falta de más la vida sigue con menos. Tampoco hay botas, ni camisetas para vestir que representen a tu equipo, así que se juega descalzos, con algo de ropa que no desentone demasiado. De campo sirve cualquier explanada, más o menos grande, interesa que se acerque algo a esos que se ven por televisión aunque haya que imaginar mucho. Lo que importa es jugar, no quien seas, como seas o de donde seas. Y sólo por eso merece la pena.

Esta vez había un balón que conseguimos comprar, un balón original, suelen decir ellos, y eso y la independencia atrajo a una buena cantidad de público al partido, en día tan señalado.
Tenia ante mi jóvenes fuertes, rápidos, dispuestos a ganar dándolo todo... algunos habían conseguido zapatillas de algún amigo, pero otros, descalzos, no remataban con menos fuerza... conseguimos que un equipo vecino nos dejase unos trajes, verdes y blancos y del Barcelona. Así que el partido comenzó con toda la solemnidad de uno de esos televisados. 





Esto del fútbol y la coca cola deben ser las únicas cosas para las que no hay fronteras. Por lo menos la presencia del fútbol en los barrios de Pemba así lo confirma y si aquí ejerce este efecto de unión de culturas, etnias y religiones tan claramente, desde luego merece su lugar... A otros niveles no sería tan absurdo que algo aprendiésemos de esto del fútbol, a más unir que separar, sabiendo poner los objetivos de lo que humaniza por encima de todo lo que nos distingue. 


No me hubiese impresionado tanto el partido si no fuese por lo que vi al poco de estar allí. Con eso de la euforia por seguir el balón y esperar a que entre en la portería del contrincante no te fijas en detalles. El sol también pegaba fuerte. Mi sorpresa fue, al pitido del silbato, encontrarme con un árbitro minusválido, Sualim, un muchacho al que la polio dejó deformado, con una gran dificultad para moverse y andar, pero al que no se le escapaba una falta, un fuera de juego o tantas de esas reglas que se dicen en esto del fútbol... no podía correr y yo no podía creer lo que estaba viendo. Habían confiado a un disminuido el control del partido, pero lo más increíble era ver como todos le hacían caso. Puede parecer demasiado forzado pero me vinieron al corazón aquellas palabras: hablaba con autoridad y no como los escribas. A Sualim nadie le cuestionaba en el juego, parecía tener a todos convencidos... Mauri, el entrenador, me dijo al verme así sorprendido: es el único que sabe arbitrar, y todo el mundo lo sabe. Pensé: esto es genial… es la actitud de los hijos ante un padre disminuido, pero que es el único que sabe arbitrar, porque es el padre. Y en este contexto africano, con un ingrediente que quizás hemos olvidado: ese respeto y reverencia, esa escucha y humildad, de los que saben que tienen que aprender de la vida y que hay alguien capaz de arbitrar. Nosotros somos tus pies, tus manos, y hemos de llegar a ser tu mismo corazón… ¡Cuántos me llevan la delantera! 

Desde ese momento seguí con la mirada a aquel joven, al que una minusvalía, de esas que en África condenan al desprecio y al ostracismo, no le había negado la posibilidad de existir sino que lo había llamado a superarse. 
No entiendo mucho de fútbol, pero tengo claro que Sualim sabía lo que estaba haciendo a cada momento, y sobre todo que ese chico sería capaz de cualquier cosa en la vida. 

Lo menos importante fue que nuestro equipo ganase por 3 goles. Esa vivencia de intensa comunión, en un partido de fútbol, ese respeto y la alegría de vivir que por doquier se hacía sentir, la presencia de Sualim, de algunos pies descalzos y un balón original, el estar juntos y hacernos una foto con el teléfono móvil, disfrutar unos y otros por una tarde maravillosa, eso sí es importante porque eso llena de un modo que nada puede hacerlo. 
Al atardecer de este día siento que conozco algo más a este pueblo y la gratitud me encoge el corazón. Cuando experimentas estas cosas aprendes lo que es verdad y lo que realmente vale la pena, sientes que nada o muy poco puedes ofrecer, y que descender es el único camino. 




En medio de esta realidad tan dura, de tanta carencia y tanta posibilidad negada, juntos afirmamos la verdadera relación que hace humanos, cuando no hay cosas que nos desvíen de lo importante brota espontáneamente la necesidad de ser, el reconocimiento de lo que cada uno somos y podemos dar a los otros, y también espontáneamente el lugar de cada uno. Me supongo que algo así vivirían los discípulos del Maestro… y me pregunto si también ellos jugarían a la pelota.


Posos de café en Pemba 40, 25 de junio de 2013.

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