Auschwitz es un laboratorio de lo que el ser humano puede llegar a ser, la negación de cualquier conciencia moral: el mal. Podemos deducir muchos argumentos cómodos para comprender ese horror: una explicación personalista y carismática, Hitler; un reduccionismo sociológico que puede llevar al absurdo, la Alemania nazi estaba enferma psiquiátricamente. Podríamos seguir: las estrategias explicativas buscan tranquilizarnos. El mal sigue ahí y sigue produciéndose.
Adorno nos recordó que la educación tiene un objetivo definido: Auschwtiz no puede repetirse. Esta afirmación es literal y metafórica: no podemos silenciar, admitir o justificar aquello que se incuba dentro de la propia civilización, ¿qué es? La barbarie y su consecuencia: el mal. Hannah Arendt siguiendo el caso Eichmann, nos dio una explicación que levantó polémica y estupefacción: la banalización del mal. El famoso experimento de Milgram nos sacudió aún más: la capacidad de obedecer y anular nuestra responsabilidad concreta y personal. Podemos llegar a ser animales inquietantes, extraña normalidad.
Adorno caminaba apoyándose en Freud en este aspecto de su pensamiento, de ahí su recomendación explícita, leamos otra vez obras como: “El malestar de la cultura” o “Psicología de las masas y análisis del yo”. Añadiría otro, el famoso: “El miedo a la libertad” de E. Fromm. Lecturas y diseños metodológicos que deberían estar en nuestra tarea educativa: diálogos, lecturas críticas, dilemas morales o interpretaciones de actualidad.Empecemos por lo que tenemos cerca: la autonomía se crea aquí. Interiorización y aplicación: la difícil y lenta construcción de lo que sentimos y pensamos. En toda conciencia moral: emociones y razón están entrelazadas.
La brecha moral comienza cuando deshumanizamos al otro, el otro como un medio para cualquier fin personal: dinero, fama o ideología. Ese otro puede ser cualquiera en nuestra vida cotidiana. Nuestro sistema educativo está lleno de prácticas y ejemplos de una violencia física y verbal, que no podemos y debemos admitir. Violencias y sus modalidades: la amenaza o la indiferencia ante lo injustificable. Existen límites en nuestra práctica social, no podemos ser cómplices de la brecha moral. Detrás de esas frías denominaciones: bullyng y otras, existe una descomposición moral, que nace en la sociedad que estamos construyendo. En una fórmula: el fracaso escolar es, también, un fracaso moral. No hay éxito si nuestra dignidad ha desaparecido.
¿Cómo empezar? Realismo y reconocimiento de la conciencia moral inmediata. Esa conciencia no significa memorizar las filosofías éticas de nuestra cultura occidental, esa conciencia no significa reproducir un dualismo bien/mal heredado por la tradición y contexto donde crecemos. Empieza en un lugar llamado sensibilidad moral: la empatía hacia nuestros semejantes. Esa palabra comienza con todos aquellos que forman nuestra red social: familia, escuela y sociedad. Quien se pone en el lugar del otro, está enfrentándose a cualquier mal posible. Desde ahí todo lo anterior cobra sentido y aparece interiorizada una palabra que justifica la pasión educativa: un alumno, una persona. No hacerlo significa que todo vale para conseguir un fin: la crisis en que estamos es un ejemplo de ello. Bandura nos enseñó la potencia en el desarrollo personal del aprendizaje por observación. Dicho de otro modo: no hay casualidades morales. Bandura lo sabía: ellos crecen a través de nosotros.
Ined21
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