Junto a la descomposición social que lleva a los jóvenes a tomar el camino de la delincuencia, sobresalen las fallas del Estado al momento de atacar al problema.
Tiene ocho armas de fuego de diferentes modelos y calibres.
Correo del Caroní ha arado en terrenos que explican el fenómeno de la violencia en la sociedad de hoy.
Expertos en la materia han explicado de qué manera la criminalidad se ha arraigado de forma profunda en amplios sectores del país. Para algunos el Estado ha fallado en dar respuestas a un problema que claramente se les está saliendo de las manos. El negocio de la muerte se ha vuelto un estilo de vida para cientos de personas que de manera indiferente halan el gatillo, sin que las consecuencias de sus actos les afecten.
Cada vez existen más personas como ellos. Un sicario, que aceptó ser entrevistado por Correo del Caroní con la condición de que no revelaran su identidad, confiesa que matar y robar es parte de su vida. Por ahora no se ve ejerciendo otras “labores”. Su “oficio” es asesinar a sangre fría.
El encuentro se dio en algún sitio de Puerto Ordaz. Antonio, como llamaremos a esta persona, tiene 19 años. Vestía blue jeans, chemisse verde y zapatos deportivos. Luego de sentarse y frotarse las manos, con actitud nerviosa y a la vez intimidante, preguntó: “¿Pa’ qué soy bueno. Qué es lo que quieren saber de mí?”.
Aseguró creer en Dios y rezar todos los días, con un arma bajo la almohada. Comentó que todo inició cuando tenía 14 años, la separación de sus padres lo llevó a abandonar los estudios para trabajar y poder ayudar a su mamá con los gastos de la casa, pues aparte de él estaban dos niños, a la espera de tres platos de comida diarios.
“El divorcio me pegó y más cuando mi papá abandonó la casa. Yo estaba en tercer año de bachillerato y dejé los estudios”.
Al ausentarse de las aulas de clases comenzó a juntarse con los “chamos” de su barrio. Parecían ser personas “normales”, que tampoco estudiaban, pero poco a poco fue descubriendo que éstos de manera “fácil” conseguían lo que querían para vivir.
“Comencé con esa mala junta, cuando faltaba pan en casa los imitaba a ellos para conseguir billete y llevarle comida a mi gente. Con el pasar de los meses me fui metiendo en problemas. A los 15 maté. Con una pistola prestada le di cuatro tiros a un tipo que me quería tumbar a mi novia”.
La imagen de ese muerto quedó marcada por horas en la memoria de Antonio. Dos noches sin dormir fueron suficientes para olvidar lo que había hecho y volver a salir a la calle con sus amigos.
“Mi mamá me notaba raro, le decía que no pasaba nada. Con palos me obligaba a dejar de estar con ellos pero después se acostumbró. Ella pensaba que yo consumía drogas, pero realmente nunca lo he hecho, no me drogo, nunca lo he hecho”.
De liceísta, recogelatas o indigente
En cuatro años Antonio ha segado más de 10 vidas y ha asaltado cinco bancos. Para asesinar, sus cifras de cobro varían. Ha estado preso en dos oportunidades por periodos cortos. Expresa que queda en libertad por falta de pruebas.
“No tengo jefes pero sí varios clientes. Llevo más de 10 muertos, creo que 12. Cuando son trabajos para los panas les cobró 40 millones y si son desconocidos pido 60 mil, la mayoría de las muertes son por dinero o ajustes de cuentas”.
En su barrio todos lo conocen, saben sus pasos pero “lo quieren”. “El que se mete con la gente de mi barrio se mete conmigo y por eso tengo una banda rival”.
“Para mis trabajos no hay hora ni lugar. Me disfrazo de liceísta, recogelatas, indigente o borracho. Eso sí, siempre los veo a los ojos (a las víctimas)”.
No todo es dinero, “la situación del país no es fácil, la vida está cara, a veces mato por dinero, pero otras muertes han sido ‘culebras’ que si no las acabo me acaban a mí”, acotó.
Antonio tiene alrededor de 8 armas de fuego, Glock, Prieto Berreta, revólver cinco tiros, entre otras; no le teme a la muerte y comenta que sabe que lo más seguro es que muera a tiros.
“Después de matar le pido perdón a Dios. Tengo una esposa y una niña de tres años que es lo más hermosa de mi vida y cuando mato a un padre pasan muchas cosas por mi cabeza”.
Antonio hace hasta lo imposible para que su pequeña hija no observe nada de lo que hace, sueña verla con el título de abogada.
“Me han intentado matar un bojote de veces pero no me han pegado ni un solo tiro, he tenido cuatro trabajos frustrados (no acabar con su víctima) y eso sí es malo”.
Sin remordimientos admite que no le teme a nada. “Esta vida es dura, trae problemas por eso siempre ando armado, el que me ataque le disparo hasta verlo muerto”.
“Es más fácil acabar vidas que robarse un banco. Eso sí es complicado, una vez casi me atrapan, se cerró la puerta. Uno llega con todo y quien se ponga estúpido pierde”.
La vida en un encierro
La vida de un sicario está signada por inestabilidad que produce tener enemigos a doquier.
“Las rumbas son encerrados en una casa, entre puros panas, nadie sale y nadie entra. El que lo haga pierde. Nosotros sabemos cómo es eso, hemos llegado a dos fiestas echando plomo”.
El mayor temor de Antonio es que sus hermanos menores, de 17 y 14 años respectivamente, sigan su camino.
“Quiero que ellos estudien y no sigan mi camino, yo entré en esto por mi familia y ahora no puedo salirme. Les doy todo, pero que no sean matones y delincuentes”.
Quería ser ingeniero
Antes de ser delincuente Antonio soñaba con ser ingeniero industrial. “Yo quería seguir mi sueño, pero me gustó este mundo al punto que no hago más nada, de esto vivo y bien. Tengo tres casas y varios carros, todo a nombre de mi madre”.
Publicado en "Correo Caroní"- periódico venezolano- (Septiembre 2011)
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