Desde fuera el colegio chileno Cerro Guayaquil se parece a cualquier otro. Pero cuando atraviesas su entrada descubres que es uno de los pocos centros educativos decididos a incorporar el arte en la formación del niño, y casi el único situado en una zona rural
Un grupo de niños forman un círculo en uno de los rincones del patio y juegan a tirar la peonza. Y mientras algunos saltan la cuerda, otros le dan patadas a un balón hasta encajarlo en la portería contraria. Cuando suena el timbre, todos dejan lo que están haciendo y salen corriendo. El patio queda vacío y en silencio, mientras las aulas van volviendo poco a poco a la vida.
Por fuera, el colegio Cerro Guayaquil, en Monte Patria (Chile), parece un colegio normal. Pero por dentro no es como los otros. Sus maestros, además de enseñar a los alumnos matemáticas, literatura o ciencias, imparten también clases de música, canto, pintura y danza. Cerro Guayaquil es uno de los pocos centros educativos decididos a incorporar el arte en la formación del niño, y casi el único situado en una zona rural.
Suena música detrás de una puerta. Dentro, un grupo de alumnos afina sus instrumentos. “Cuando estoy muy enojado, toco”, cuenta Manuel mientras limpia su trombón, “y enseguida consigo que se me quite eso malo de dentro”. El profesor les pide que saquen las partituras del día anterior. “Creo que la música te ayuda mucho cuando estás mal”, opina. “A mí, por lo menos, me sirve para que se me pase el estrés por las notas y me hace olvidar de todos los problemas”.
Manuel es uno de los 400 alumnos que recibe este colegio, tiene 14 años y forma parte de la banda instrumental de la escuela. El centro, situado en uno de los sectores más vulnerables del lugar, vio en el arte una apuesta clave para la educación de estos jóvenes. “El contexto en el que viven, de droga, violencia y disfunción familiar, es muy complicado”, explica Roberto Newman, uno de los profesores. “Pero yo tengo mucha fe en que la mayoría de estos chicos va a cambiar su forma de ver el mundo, van a ver y sentir lo que otros no pueden, y eso les va a convertir en personas felices y buenas”.
Unas aulas más allá, otro grupo ha sacado sus lápices y van dándole color al papel blanco que les entregó la profesora. “La pintura es la manera que tenemos de expresar nuestros sentimientos”, explica Viviana, una alumna de 10 años, mientras la maestra se va paseando por los pupitres. “Cuando pintamos, le contamos nuestros problemas al papel; y al hacerlo, los problemas desaparecen”.
Cuando este colegio abrió sus puertas, hace diez años, el grado de violencia entre los niños era muy elevado. “Pero cuando comenzamos con la actividad artística, la agresividad disminuyó de forma extraordinaria”, asegura Ricardo Aguilera, profesor de la banda escolar. “Y eso es porque a través del arte se enseña disciplina y esfuerzo, y sin darse cuenta, los alumnos lo incorporan a sus vidas”. Después de pensar unos segundos, añade: “Además, así también les saca de espacios muertos como la televisión”.
Pero a pesar del contexto en el que viven la mayoría de los alumnos del colegio Cerro Guayaquil, “los niños están sanos”, asegura el director del colegio, Ricardo Rodríguez, desde detrás de una mesa llena de papeles y libros. “Y eso es porque el arte les hace olvidarse del medio. La escuela les ofrece esa oportunidad”.
Al otro lado, Ana María y Brenda se visten con una túnica larga y verde. Es el uniforme del coro. “A mí me gusta cantar porque me relaja”, cuenta una de ellas. Las dos terminan de colocarse el atuendo. “Yo me siento libre cuando canto”. Y continúan hablando sobre lo que significa para ellas cantar y pertenecer al coro de la escuela. “A mí me ayuda a expresarme”. “A mí, a sentirme segura”. “Claro, te sientes apoyada por el grupo”. “Sí, siento que la música nos une”.
La unión, la confianza, la autoestima y el bienestar emocional son algunos de los aspectos que el colegio trabaja desde el arte. “Para estos niños tiene más sentido venir al colegio”, asegura el director. “Porque para ellos, tocar un instrumento, cantar, bailar o pintar son momentos felices”. Antonio Moreno, el coordinador artístico del colegio, concuerda con él. Y añade: “El arte favorece el desarrollo integral de una persona, por eso debería ocupar más espacio en la educación. Porque los niños aprenden a expresar sus sentimientos a través de la música, del dibujo, del teatro, del baile… del arte. Y eso es lo que nos vuelve mejores personas”.
Sin embargo, las horas de educación artística en los centros escolares de Chile son cada vez menos. “Los colegios nos hemos convertido en empresas, y la educación, en un producto de consumo más; ahora necesitamos logros que se puedan medir con números, y fabricar profesionales que sirvan al modelo de consumo. El arte no entra en los planes que el sistema tiene para nosotros”, critica el coordinador.
Y mientras en la capital del país miles de jóvenes de estudiantes se manifiestan alrededor de las universidades contra esa brutal privatización de la educación que está provocando en Chile una cada vez mayor desigualdad social entre pobres y ricos, 500 kilómetros hacia el norte, en el interior de la cordillera, el colegio Cerro Guayaquil de Monte Patria vuelve a hacer sonar el timbre para devolver la vida a su patio de recreo. Sin embargo, las aulas no quedan del todo vacías. La música, la pintura, las danzas y los cantos de los niños continúan ahí.
a unión, la confianza, la autoestima y el bienestar emocional son algunos de los aspectos que el colegio trabaja desde el arte. “Para estos niños tiene más sentido venir al colegio”, asegura el director. “Porque para ellos, tocar un instrumento, cantar, bailar o pintar son momentos felices”.
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