Tenía 16 años y viajaba solo. Era la primera vez que volaba en su vida y al bajar del avión se sintió algo perdido.
Llegaba a París desde Bamako, la capital de Mali. En la mano, un pasaporte gracias al cual Alassane Diakité se había convertido, de un día para otro, en mayor de edad. En su mente, la convicción de que su futuro inmediato pasaba por un grande del fútbol. Quién sabe si el Real Madrid. Mes y medio después, sin embargo, Alassane estaba perdido y en la calle: sin equipo, sin dinero, ni siquiera tenía un lugar donde dormir; era una víctima del tráfico de niños futbolistas.
No era el primero. Ni el último. En Europa, más de 20.000 niños africanos que soñaban con lo mismo que él se han dado de bruces contra la misma realidad. La cifra la proporciona Culture Foot Solidaire, ONG dedicada a combatir esta práctica, aunque alerta su fundador, el exjugador camerunés Jean-Claude Mbvoumin «podrían ser muchos más». En Mali, Senegal, Camerún, Costa de Marfil, Ghana o Nigeria, sus familias, engañadas por traficantes que se presentan como ojeadores, hipotecaron o vendieron sus negocios, sus casas e incluso a alguno de sus hermanos con la esperanza de ver a sus prometedores vástagos convertidos en estrellas del balompié.
Nada más lejos. Al llegar a Europa, quien no llama rápido la atención de un club o se lesiona descubre que la paciencia no figura entre las virtudes de sus nuevos tutores. Sin dinero ni papeles ni techo, sin posibilidad de regresar a casa tras el esfuerzo exigido a sus allegados, la indigencia y la delincuencia son, a veces, la única opción. Y podría ser peor, ya que algunos acaban incluso en las garras de alguna red de explotación de menores.
Las historias de estos niños son ahora el sustento dramático de Diamantes negros, una película en la que el propio Alassane se mete en la piel de un camello, colabora en el guion y con cuya trama asegura identificarse en un 90 por ciento, aunque, matiza, no precisamente por el papel que interpreta. «Gracias a Dios, nunca perdí la cabeza afirma. He conocido chicos que han acabado muy mal, pero yo me habría vuelto a mi país antes de llegar a esos extremos».
Alassane lleva seis años en España y acaba de iniciar una campaña en Internet ha recogido ya más de 90.000 firmas para solicitar a la UEFA y a la Federación Española de Fútbol un código de conducta contra el tráfico de menores para los clubes europeos. Sentado en una grada del estadio del Canillas, el equipo madrileño dueño de su ficha, con el cual lucha cada domingo por el ascenso a Tercera División, relata su historia con la esperanza de evitar que otros vivan lo que él ha vivido.
«Desde que murió mi padre, me convertí en la esperanza de mi familia. Mis hermanos me dijeron: 'Tú, a jugar al fútbol'. Todos decían que era muy bueno relata. Un día apareció un ojeador francés. Iba muy bien vestido y me aseguró que estaba llamado a triunfar». Aquel sujeto lo cubrió de promesas, corrió la voz y, en nada, la excitación se extendió por los miserables rincones del barrio de Kalaban Koro. Llegó entonces la dolorosa. «El hombre me dijo que, claro, él no podía hacerse cargo de todo recuerda. Nos pidió 3000 euros».
Hipnotizados por las promesas y arrastrados por su fe ciega en Alassane, campeón cadete de Mali como estrella del Centre Salif Keita, hermanos, tíos, primos, amigos, vecinos y demás se rascaron los bolsillos, en un país donde la renta per cápita no supera los 250 euros anuales, para enviar a Europa la que, entendían, era su mejor inversión. Otro escollo, su edad la FIFA prohíbe a los clubes contratar a menores fuera de Europa, quedó resuelto por obra y gracia de un alterado pasaporte. Alassane recuerda la fiesta que le organizaron antes de partir: «¡Colgaron un cartel con mi nombre!». Lo habían apostado todo por él. Y perdieron.
Nada más aterrizar en el Charles de Gaulle, sintió el tufillo del engaño. «El ojeador me dijo que mi agente iría a recogerme rememora. Pasé la aduana y un tipo me hizo señas desde lejos, como si se escondiera. Me pareció raro, pero ¿qué iba a hacer?». Alassane, que en el avión se había soñado vestido con la elástica de un gran club europeo, fue llevado a entrenar un día después con un equipo de barrio. «Durante mes y medio cuenta le reclamé, como me habían prometido, una prueba en un equipo profesional. Pero aquel tipo no tenía contactos y cada día me decía una cosa distinta. Había cogido su parte del dinero de mi familia y no sabía qué hacer conmigo. Así que me fui».
Fueron, asegura, los días más duros de su vida. Salió en autobús de París y acabó en un equipo portugués «No sé si al norte o al sur del país», donde mostraron interés. «Como no tenía papeles, hablaron con el presidente de mí en Mali, que les pidió dinero por arreglar mi situación. Todo eran problemas. Me tuve que marchar». Alassane entonces viajó a Madrid, donde vivía un primo suyo llegado en patera a España años atrás. «Éramos un montón de gente en un piso explica. Cada uno se ganaba la vida como podía, pero yo quería jugar al fútbol, perseguir mi sueño». Encontró abrigo en el Canillas y, poco después, se le encendió la luz. En verano de 2008, como mediocentro titular de Mali en el Mundialito de la Inmigración, llamó la atención de un agente de verdad. Equipos como el Levante y el Lorca quisieron ficharlo, pero su situación legal y desencuentros económicos entre el Canillas, dueño de su ficha, y los interesados truncaron sus opciones.
Alassane ha pasado también por clubes más modestos, si cabe, como el Quintanar de la Preferente manchega o el Carranque de Tercera División. Aunque el recuerdo que aún alimenta su sueño de triunfar como futbolista es su paso por el Albacete, donde jugó con el filial en 2011 y pudo, de paso, legalizar su situación en España. «Por desgracia se lamenta, el primer equipo descendió a Segunda B y, con la crisis, nos despidieron a muchos jugadores del filial». De regreso al Canillas, que mantiene los derechos federativos sobre Alassane, el jugador optó por la estabilidad. Ahora da clases de fútbol en un colegio y entrena a las categorías inferiores del equipo del que es capitán. Con eso consigue enviar algo de dinero a su familia. Su sueño, en todo caso, sigue vivo. Y con todos los papeles en regla, solo espera otra oportunidad.
Autor: Fernando Goitia
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