¿Quién tiene razón?
No son adolescentes de secundaria. Son adultos hechos y derechos. Cansados del trabajo, inscritos voluntariamente en un cursillo de 14 sesiones. Un sacrificio semanal de varias horas extra por el que no obtendrán ningún crédito. Lo hacen por amor. Por el bien de sus hijos. Algunos por pura desesperación, porque están desbordados, desquiciados. Bienvenidos a la escuela de padres y madres Hirusta.
Echemos un vistazo al problema. Se les plantea cada fin de semana a miles de padres. Su hijo se va de marcha. Usted le ha dicho que esté a las dos en casa. Después de un tira y afloja, le ha concedido una hora más. Son las seis de la mañana y no ha vuelto. Llama al móvil, pero lo tiene desconectado. Usted ya no puede dormir, angustiado por si le ha pasado algo. Amanece cuando escucha la llave en la cerradura. Respira. Es hora de poner los puntos sobre las íes. Pero su hijo le corta en seco. No tiene la cabeza para sermones. Se mete en su cuarto, donde dormirá hasta la hora de comer. Y usted no tiene más remedio que tragarse los puntos, las íes y la impotencia. ¿Qué hacer?
Rafael Cortés, el consejero familiar, anima a sus alumnos a poner en común las respuestas. La mayoría reconoce que no ve solución. Imposible razonar con ellos. Las buenas palabras les entran por una oreja y les salen por la otra. Y las malas, como quien oye llover... Los castigos tienen fecha de caducidad y ellos lo saben. Además, el padre o la madre que castiga se siente culpable y termina perdonando antes de tiempo. A los españoles nos puede el corazón: condenamos e indultamos con la misma facilidad. Y si alguien se mantiene firme, se convierte en el malo de la película. Y en las parejas actuales nadie quiere ese papel.
Algún progenitor reivindica el guantazo. Pero lo hace con la boca pequeña. Si le hubiera funcionado, no estaría aquí. Rafael Cortés les escucha, deja que se desahoguen. Finalmente les explica que ni la permisividad total ni la correa, como en otros tiempos, son soluciones. Pero no hay recetas milagrosas. Tal vez por eso, y según una encuesta del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, cada vez son más los partidarios de la bofetada: el 47 por ciento de los padres la considera «imprescindible», cuando en 2001 el porcentaje era del 43.
La mayoría de los educadores considera que la mano dura es un síntoma de impotencia. Además, el que pega pierde la autoridad que reclama. ¿Por qué entonces el apoyo al guantazo está en alza en España? En el Consejo de Europa están perplejos y exigen a nuestro país que erradique de su legislación cualquier fórmula que dé cobertura legal al castigo físico a los niños. También la ONU ha instado a la modificación del artículo 154 del Código Civil, que autoriza a los padres a «corregir razonable y moderadamente a los hijos».
Lo de «razonable y moderadamente» es una fórmula tan ambigua, que permite que cada progenitor haga de su capa un sayo. Ni los jueces se aclaran. El titular de un juzgado de Mataró justificó las bofetadas propinadas por un padre a su hija porque son parte del «deber de corrección». Y todavía se recuerda la sentencia del magistrado del Tribunal Supremo Juan Ramón Berdugo, cuando era juez de la Audiencia de Córdoba. Berdugo consideró que «unos azotes en el culo son conformes con los usos sociales». Pero un juzgado de Lérida condenó el pasado abril a una mujer a seis meses de cárcel por abofetear a su hija de 16 años. El motivo: una discusión por el mando del televisor.
¿En qué quedamos? Para evitar confusiones y abusos, el Defensor de la Comunidad de Madrid, Pedro Núñez Morgades, prefiere cortar por lo sano. Y considera que esa ambigüedad debe desaparecer de la legislación de una vez por todas si España quiere respetar la Convención de los Derechos del Niño, que ya va siendo hora, pues la firmó en 1989.
Lo cierto es que nunca los padres habían estado tan preocupados como ahora por la formación de sus hijos. Saben que tendrán que ser flexibles y abiertos, lo que no saben es cómo potenciar esas habilidades. Y lo que transmiten es inseguridad. Lo curioso es que los intereses y las aficiones de padres e hijos cada vez son más parecidos. Madres treintañeras y niñas de 13 comparten la ropa y las pinturas. Y muchos hijos con un solo progenitor acaban desempeñando el papel de un compañero con el que compartir el tiempo libre. Sin embargo, esto no sirve para unir. Muchos padres no saben demasiado sobre el desarrollo infantil y a menudo les exigen a sus hijos demasiado o muy poco. Y no tienen ni idea de los cambios interiores que experimentan los adolescentes, cada vez más acelerados, y los dramas que pueden conllevar.
Hoy la pubertad comienza a los diez años en las chicas y a los 12 en los chicos. Sin embargo, no están preparados ni intelectual ni emocionalmente para esa descarga hormonal. Las infancias son cada vez más cortas. Nuestros hijos viven inmersos en un mundo de estímulos que les roba años de niñez. Pasan en un parpadeo de Los Lunnis a emular a un delincuente en Grand Theft Auto: San Andreas, el videojuego más vendido de la historia. Y la edad del pavo ya no es un paréntesis en la biografía, sino una enorme estepa que parece no tener fin.
Y mientras tanto, padres y profesores se pasan la pelota de la responsabilidad. Para Juan Manuel Escudero, catedrático de Organización Escolar, es cierto que la sociedad ha pasado de un esquema de relación patriarcal autoritario a otro más permisivo. «En principio es un avance positivo. De una moral rígida hemos pasado a un modelo en el que el individuo tiene que madurar asumiendo las normas democráticas y pasándolas por el filtro de la razón. Eso está bien. Y está bien que se reconozcan los derechos de los individuos. Pero en este tránsito se nos ha olvidado que los derechos también conllevan deberes. Es más, en la sociedad del bienestar hemos pasado de ser ciudadanos a convertirnos en consumidores y clientes. Es un cambio traumático. Al niño se le consiente todo. Pero la solución no es el cachete. Los niños deben aprender a controlar sus impulsos y descubrir que no lo pueden tener todo. Que si no les compramos un nuevo videojuego cada día, no por ello los queremos menos. Estamos haciendo a nuestros hijos esclavos de sus deseos. Y a nosotros, esclavos de nuestros hijos.»
Lo de «razonable y moderadamente» es una fórmula tan ambigua, que permite que cada progenitor haga de su capa un sayo. Ni los jueces se aclaran. El titular de un juzgado de Mataró justificó las bofetadas propinadas por un padre a su hija porque son parte del «deber de corrección». Y todavía se recuerda la sentencia del magistrado del Tribunal Supremo Juan Ramón Berdugo, cuando era juez de la Audiencia de Córdoba. Berdugo consideró que «unos azotes en el culo son conformes con los usos sociales». Pero un juzgado de Lérida condenó el pasado abril a una mujer a seis meses de cárcel por abofetear a su hija de 16 años. El motivo: una discusión por el mando del televisor.
¿En qué quedamos? Para evitar confusiones y abusos, el Defensor de la Comunidad de Madrid, Pedro Núñez Morgades, prefiere cortar por lo sano. Y considera que esa ambigüedad debe desaparecer de la legislación de una vez por todas si España quiere respetar la Convención de los Derechos del Niño, que ya va siendo hora, pues la firmó en 1989.
Lo cierto es que nunca los padres habían estado tan preocupados como ahora por la formación de sus hijos. Saben que tendrán que ser flexibles y abiertos, lo que no saben es cómo potenciar esas habilidades. Y lo que transmiten es inseguridad. Lo curioso es que los intereses y las aficiones de padres e hijos cada vez son más parecidos. Madres treintañeras y niñas de 13 comparten la ropa y las pinturas. Y muchos hijos con un solo progenitor acaban desempeñando el papel de un compañero con el que compartir el tiempo libre. Sin embargo, esto no sirve para unir. Muchos padres no saben demasiado sobre el desarrollo infantil y a menudo les exigen a sus hijos demasiado o muy poco. Y no tienen ni idea de los cambios interiores que experimentan los adolescentes, cada vez más acelerados, y los dramas que pueden conllevar.
Hoy la pubertad comienza a los diez años en las chicas y a los 12 en los chicos. Sin embargo, no están preparados ni intelectual ni emocionalmente para esa descarga hormonal. Las infancias son cada vez más cortas. Nuestros hijos viven inmersos en un mundo de estímulos que les roba años de niñez. Pasan en un parpadeo de Los Lunnis a emular a un delincuente en Grand Theft Auto: San Andreas, el videojuego más vendido de la historia. Y la edad del pavo ya no es un paréntesis en la biografía, sino una enorme estepa que parece no tener fin.
Y mientras tanto, padres y profesores se pasan la pelota de la responsabilidad. Para Juan Manuel Escudero, catedrático de Organización Escolar, es cierto que la sociedad ha pasado de un esquema de relación patriarcal autoritario a otro más permisivo. «En principio es un avance positivo. De una moral rígida hemos pasado a un modelo en el que el individuo tiene que madurar asumiendo las normas democráticas y pasándolas por el filtro de la razón. Eso está bien. Y está bien que se reconozcan los derechos de los individuos. Pero en este tránsito se nos ha olvidado que los derechos también conllevan deberes. Es más, en la sociedad del bienestar hemos pasado de ser ciudadanos a convertirnos en consumidores y clientes. Es un cambio traumático. Al niño se le consiente todo. Pero la solución no es el cachete. Los niños deben aprender a controlar sus impulsos y descubrir que no lo pueden tener todo. Que si no les compramos un nuevo videojuego cada día, no por ello los queremos menos. Estamos haciendo a nuestros hijos esclavos de sus deseos. Y a nosotros, esclavos de nuestros hijos.»
Pero volvamos a la escuela de padres de Bilbao, donde hemos dejado a 20 progenitores cavilando sobre los horarios de recogida. Rafael Cortés les sugiere una solución de compromiso. No es mágica ni instantánea. «Pactemos con él. Negociemos una hora. Si luego no cumple y llega tarde, sabrá que nos ha defraudado. Eso es más efectivo que un castigo. Si imponemos nuestra voluntad de manera inflexible, antes o después se rebelará. Todos hemos sido jóvenes.»
Este tipo de negociación puede aplicarse otros conflictos que van minando la autoridad paterna. Y cuanto antes se empiece, mejor. «Hay que saber diferenciar la rebeldía o la agresividad normal de un adolescente de otras conductas más preocupantes. Aquí, te encuentras casos muy dramáticos, agresiones de los hijos a los padres. El proceso es gradual. Pero es la consecuencia de largos años de educación negativa. Puede empezar con la típica pataleta a los tres años. Si el crío aprende que la rabieta tiene éxito, seguirá. A los 14 ya saben que cuanto más dura sea la apuesta, más van a conseguir. Muchos padres nos confiesan que tienen miedo a sus hijos. Eso es muy duro.
La Generalitat Valenciana puso en marcha con carácter experimental una escuela para padres maltratados en un centro de reeducación de menores. Y ha sido tal el éxito que ya prepara la apertura de otras siete, atendidas por psicólogos que impartirán sesiones orientadas a progenitores que han sufrido violencia familiar por parte de sus hijos. El ejemplo es extremo, pero quizá convenga a estas alturas realizar un retrato robot de nuestros hijos. No son unos ángeles, pero tampoco unos delincuentes. Su perfil responde más bien al del niño mimado.
¿Quiénes son estos extraños, siempre pendientes del móvil, que lo tienen todo menos la atención de sus padres? Basta darse una vuelta por cualquier instituto a las ocho de la mañana y contemplar con qué avidez niños y niñas que no han cumplido 14 años apuran el primer cigarrillo matinal. De las novatadas de otros tiempos se ha pasado albullying. Practicar el botellón es casi obligatorio y ya se dan casos de comas etílicos con 11 años. Crecen los embarazos no deseados, el consumo de drogas de diseño y los trastornos de alimentación. Duermen menos de lo que deberían, porque todos tienen televisión en el dormitorio y durante la madrugada hay media docena de canales que emiten porno. O se conectan al ordenador y pasan las horas muertas enganchados al Messenger. Uno de cada tres alumnos no logra el título de la ESO.
España está a la cola de los países desarrollados en matemáticas, comprensión de textos y ciencia. Y hablamos de chicos normales. Sanos, alegres. y complicados. Tienen cuerpo de adulto y mentalidad infantil. Conocen muy bien sus derechos y eluden obligaciones. Pero no son tan malos como los pintan. Ponerles la mano encima es perder el tiempo. Mejor sentarse a dialogar y negociar. Sin olvidar que, aunque sus mensajes de móvil estén plagados de faltas de ortografía, saben latín.
Carlos Manuel Sánchez
Este tipo de negociación puede aplicarse otros conflictos que van minando la autoridad paterna. Y cuanto antes se empiece, mejor. «Hay que saber diferenciar la rebeldía o la agresividad normal de un adolescente de otras conductas más preocupantes. Aquí, te encuentras casos muy dramáticos, agresiones de los hijos a los padres. El proceso es gradual. Pero es la consecuencia de largos años de educación negativa. Puede empezar con la típica pataleta a los tres años. Si el crío aprende que la rabieta tiene éxito, seguirá. A los 14 ya saben que cuanto más dura sea la apuesta, más van a conseguir. Muchos padres nos confiesan que tienen miedo a sus hijos. Eso es muy duro.
La Generalitat Valenciana puso en marcha con carácter experimental una escuela para padres maltratados en un centro de reeducación de menores. Y ha sido tal el éxito que ya prepara la apertura de otras siete, atendidas por psicólogos que impartirán sesiones orientadas a progenitores que han sufrido violencia familiar por parte de sus hijos. El ejemplo es extremo, pero quizá convenga a estas alturas realizar un retrato robot de nuestros hijos. No son unos ángeles, pero tampoco unos delincuentes. Su perfil responde más bien al del niño mimado.
¿Quiénes son estos extraños, siempre pendientes del móvil, que lo tienen todo menos la atención de sus padres? Basta darse una vuelta por cualquier instituto a las ocho de la mañana y contemplar con qué avidez niños y niñas que no han cumplido 14 años apuran el primer cigarrillo matinal. De las novatadas de otros tiempos se ha pasado albullying. Practicar el botellón es casi obligatorio y ya se dan casos de comas etílicos con 11 años. Crecen los embarazos no deseados, el consumo de drogas de diseño y los trastornos de alimentación. Duermen menos de lo que deberían, porque todos tienen televisión en el dormitorio y durante la madrugada hay media docena de canales que emiten porno. O se conectan al ordenador y pasan las horas muertas enganchados al Messenger. Uno de cada tres alumnos no logra el título de la ESO.
España está a la cola de los países desarrollados en matemáticas, comprensión de textos y ciencia. Y hablamos de chicos normales. Sanos, alegres. y complicados. Tienen cuerpo de adulto y mentalidad infantil. Conocen muy bien sus derechos y eluden obligaciones. Pero no son tan malos como los pintan. Ponerles la mano encima es perder el tiempo. Mejor sentarse a dialogar y negociar. Sin olvidar que, aunque sus mensajes de móvil estén plagados de faltas de ortografía, saben latín.
Carlos Manuel Sánchez
MAGAZINE A FONDO
El 47 por ciento de los padres españoles de- fiende las virtudes pedagógicas de un cachete a tiempo. Otros acuden a escuelas y seminarios con el objetivo de aprobar una de las más llamativas asignaturas pendientes de esta generación: la educación de los hijos. |
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