miércoles, 30 de noviembre de 2011

La Logoterapia, más que una terapia: hacia una propuesta educativa.


LOGOTERAPIA Y EDUCACIÓN

¿Qué significa educar hoy? ¿De qué manera colaboraremos los logoterapeutas a la formación? ¿Cuál es en realidad la tarea del logoeducador? ¿Por qué su importancia en el siglo XXI? ¿Existe una cura educativa que permita a cada uno realizar el sentido de su propia existencia y, al mismo tiempo, permita a todos compartir un horizonte de sentido y de valores? ¿Para que educamos? La necesidad de respuestas, es lo que nos tiene aquí y ahora, buscando las alternativas de formación. Un intento de síntesis siempre flaco, me lleva a concluir lo siguiente:


Dice Frankl: “La educación en la actualidad, ya no puede seguir sus lineamientos tradicionales, sino que debe promover la capacidad de tomar decisiones de manera independiente y auténtica. …Una conciencia viva y vital es lo único que puede capacitar al hombre para resistir los efectos del vacío existencial, llamado, conformismo y totalitarismo” El sugiere que en una época en la que nos caracteriza una falta de sentido, la educación ha de poner el empeño no solo en proporcionar ciencia, sino también en “afinar la conciencia” de manera que la educación sea además una “educación a la responsabilidad”.[1]

Hasta ahora, la formación y el ejercicio profesional predominante de los egresados de SMAEL ha sido en el campo de la psicoterapia; sin embargo muchos otros deciden no desarrollarse en el terreno terapéutico, pero tampoco desean dejar la logoterapia y se dedican más al trabajo social en comunidades e instituciones. En sentido estricto, la logoterapia representa una intervención clínica orientada a curar un tipo particular de neurosis (las llamadas neurosis noógenas), en sentido más general es un método integrador utilizado en una gama más amplia de molestias psicológicas y existenciales (cfr. Frankl 1974; Frankl 2001a; Frankl 2005a), pero en sentido profiláctico y preventivo es una forma de “educación en la responsabilidad” (Frankl 2005b, p. 69), desarrollada en una época en la que el sentimiento de falta de sentido – que se puede considerar normal y casi “fisiológico” en algunas etapas y situaciones de la vida – está agudizado y tal vez exasperado gracias a la precariedad e incertidumbre en la que la sociedad contemporánea se encuentra envuelta.

Daniel Bruzzone comentaba: …la logoterapia “es más que una psicoterapia”, y hacemos bien en preguntarnos si junto a un logoterapeuta en el sentido estricto, podemos hablar de un “logo-educador”. Diría más: ¡el logoterapeuta es un logo-educador! Esto no quita que la formación de estas dos figuras, debiendo operar en contextos diversos en varios aspectos, no requiera una distinción (más clínica en el primer caso, más socio-educativa en el segundo). Sin embargo, la esencia del trabajo terapéutico sigue siendo educativa, ya sea que se trabaje en un espacio clínico, o bien en un contexto socio-asistencial o pedagógico.


Tal es el caso de personas egresadas de SMAEL que se encuentran involucradas en, comunidades de bajos recursos, iglesias, empresas, grupos de necesidades específicas, como padres de familia, maestros, familiares de enfermos crónicos o terminales, etc. Estos profesionales se han capacitado como logoterapeutas, pero realizan actividades de orientación educativa, empleando para ello parte de los conocimientos y destrezas que recibieron en su formación y otro tanto de su intuición y buena voluntad.

La tarea de educar es cumplir la misión de humanizar, con la esperanza de lograr la tan ansiada salud y transformación del mundo y de la vida. El compromiso de la logoterapia se orienta a educar en valores, actitudes y sentido de vida, para hacer del hombre un ser íntegro.

Decía Bruzzone en su conferencia que: “A un lado de la tarea propiamente clínica del logoterapeuta, se abre el horizonte cada vez más basto en el que un nuevo profesionista, experto en humanidad, está llamado a intervenir: el logo-educador. Él conoce la profundidad del ser humano y sus abismos de misterio, pero alimenta también una confianza incondicional en las alturas a las que puede elevarse su “fuerza de oposición espiritual”.

Es evidente que la ideología y la cosmovisión de la logoterapia es igualmente benéfica en el terreno de la psicoterapia como el de la educación. Ambas tienen como personaje principal al hombre más con terrenos diferentes.
Viktor Frankl señala: “La tarea de la educación no es transmitir conocimientos y nociones, más bien afinar la conciencia de manera que el hombre pueda reconocer las exigencias contenidas en cada situación”, es decir: La formación de la conciencia, le permite al individuo reconocer el sentido concreto de cada situación y elegir responsablemente.

La labor del logoterapeuta –tal vez la más importante- es acompañar a su paciente en el encuentro de las actitudes de sentido que requieren las diversas situaciones de su vida. Frankl hace hincapié que el sentido corresponde a un individuo, que vive una situación concreta en tiempo y espacio. El sentido es entonces único y específico para esas coordenadas espacio-temporales de ese paciente. La unidad de trabajo del logoterapeuta es el paciente ya sea en trabajo individual o en reducidos grupos terapéuticos. En cambio la unidad de trabajo de esos otros profesionales que orientan educativamente en los grandes temas de la logoterapia a grupos diversos como los mencionados es la comunidad: la de personas necesitadas de bajos recursos, la de padres, la de mujeres sometidas a violencia familiar, la de empleados de una empresa, la de familiares de enfermos crónicos o terminales; en cualquier terreno fundamentalmente es la de formar individuos en torno a la capacidad de ser más personas que desarrollen su habilidad de decidir y de ser responsables, en otras palabras: de “afinar su conciencia”. Este sería posiblemente el campo mas ajustado al trabajo de un logoeducador.

Por lo tanto, tenemos por un lado, al logoterapeuta ejerciendo la logoterapia como acción terapéutica –cura médica de almas- para acompañar al hombre doliente individual o grupal en el encuentro del sentido. Por otro tenemos al logo-educador ejerciendo igualmente la logoterapia como labor de orientación a grupos comunitarios. Ambos se fundamentan igualmente de la filosofía y antropología de Viktor Frankl, pero su ámbito de trabajo es distinto, lo mismo que sus actividades profesionales, y por lo tanto sus conocimientos y destrezas deben ser específicas para la labor que cada uno realiza. Y esto debe reflejarse en la formación profesional. Aristóteles nos dice: “La educación consiste en dirigir los sentimientos de placer y dolor hacia el orden ético.”

¿Por qué la formación de logeducadores parece imprescindible?

Nos alertaba Bruzzone diciendo que el problema del vacío existencial no pertenece tan solo a los jóvenes de 1930, sino que hoy en día está más difundido y se agrava de manera preocupante.

Se necesita entonces que la pregunta por el sentido (descuidada por un mundo adulto a menudo distraído e insensible) sea escuchada y encuentre respuesta, de otra forma la vida está en riesgo de aplanarse en la búsqueda ilusoria de los sustitutos: el consumo de drogas que dan la impresión de poder disponer a voluntad del bienestar y de la euforia, el recurrir a formas extremas de evasión a menudo ligadas al riesgo, al uso de la violencia como una reacción desesperada ante el aburrimiento, etc. El replegarse en estas formas evasivas surge del intento de llenar un vacío, pero no alcanza a cubrirlo más que por unos instantes, y por lo tanto, amenaza con convertirse en un círculo vicioso de dependencia. Los factores patógenos que, según Frankl, favorecen el surgimiento de la crisis y del vacío existencial son la provisionalidad de la conducta, la actitud fatalista de la vida, la mentalidad colectivista y el fanatismo (cfr. Frankl 2001b, pp. 62-64). Son precisamente estos los enemigos principales, los adversarios más insidiosos con los que la educación de hoy debe combatir: La ausencia de proyectualidad a largo plazo y la ideología del aquí-y-ahora y del todo-y-pronto, la entrega de la propia libertad en manos de la casualidad o de un destino ciego, la masificación y la alienación, las visiones totalitarias e intolerantes de carácter religioso o filosófico o político.
Entonces, si como Frankl repetía “cada época tiene su neurosis y cada época necesita de una psicoterapia” (Frankl 1992, p.9), esto vale con más razón para la educación: cada época tiene sus necesidades educativas y por lo tanto requiere de una pedagogía. Una época marcada por el vacío existencial necesita de una pedagogía apta para prevenir y combatir la falta de sentido. Esta pedagogía probablemente no existe todavía, nos toca a nosotros construirla.

Esto significa que el problema “ya no es psicológico, sino cultural” (Galimberti 2007, p. 12) y que la solución no puede ser tan solo clínica, sino que debe ser pedagógica. Se necesita combatir el sentimiento de la falta de sentido con el testimonio de los valores y del sentido incondicionado de la vida.

Una idea de Frankl que me ha motivado desde hace tiempo es lo que menciona: “Aún puedo ver ampliada mi tarea de incumbencia, en sentido que debo inmunizar a tiempo a personas sanas contra la desesperación, señalándoles, en sentido de logoprofilaxis, que la vida tiene un sentido incondicional”[2]

Dice Graciela Clément: Cualquier teoría pedagógica deberá tener clara la idea de hombre que sostiene. La logoterapia y el Análisis Existencial presentan una antropología integral que, al preocuparse por “cómo se existe en el mundo”, fundamenta todos los aspectos de la existencia humana incluida la educabilidad.

En el contexto frankleano, la plena manifestación de la dimensión espiritual, depende de la educación. ¿Por qué afirmamos esto? Todas las características humanas específicas están presentes en nosotros como potencialidades pero su actualización es una tarea mediada por un proceso educativo profundo: ellas deben ser apeladas, orientadas y educadas.

Todo lo esencialmente humano depende del aprendizaje. Poseemos por naturaleza una diversidad de posibilidades pero, como lo dijimos otras veces:
- a ejercer la libertad, se aprende
- a hacerse responsables, se aprende
- a descubrir sentidos y encarnar valores, se aprende
- a lanzar puentes de una existencia a otra y a construir la comunidad, se aprende

LOGOTERAPIA COMO PEDAGOGÍA

La Logoterapia es una Pedagogía de la conciencia y una Pedagogía del Sentido. Todo ser humano está llamado a buscar sentidos y para realizar esta aspiración, cuenta con la Voluntad de Sentido que es la motivación básica del hombre.

Desde la Logoterapia podemos también proponer una Pedagogía de los valores.

Dice V. Frankl en “Psicoanálisis y Existencialismo”: “Ahora bien, aunque el sentido está ligado a una situación única e irrepetible, hay además universales en el mundo del sentido y esas amplias posibilidades de sentido es lo que llamamos valores.”

Ellos son universales de sentido cristalizados en el curso de la historia. El hombre es por esencia un ser valorativo y la educación debe orientarlo en el descubrimiento, adhesión y encarnación de valores.
Tenemos la capacidad de valorar pero la escala de valores es una tarea que se descubre y se aprende.

Los valores no se enseñan como un contenido más del currículo, “los valores hemos de vivirlos.”

Desde una Pedagogía de los valores se debe educar para ser cada vez más nosotros mismos desde las raíces de nuestra propia humanidad y de nuestra propia singularidad.

Los valores tienen dimensión intersubjetiva, son “para nosotros”. Exigen ser comunicados y compartidos y se orientan a construir la comunidad.

Junto a la Pedagogía de los Valores surge la del Compromiso y la solidaridad.
Frankl ya planteaba a los pedagogos que: “De una u otra manera, la educación es hoy más que nunca una educación para la responsabilidad. Y ser responsable significa ser selectivo, saber elegir.”

Se trata de responder a las situaciones y demandas que la vida presenta y de hacerse cargo de sí mismo. Ese acto de responsabilizarse se convierte en un rico proceso educativo que permite acompañar y orientar a otros en su camino de responsabilidad.

La Logoterapia es también una Pedagogía liberadora. Cuando afirma que el hombre puede tomar distancia de los condicionamientos y asumir una actitud frente a ellos, la libertad se encarna como proceso de liberación.

El proceso educativo también es liberador, permite cambiar el “ser-así” en “ser-de-otra-manera”. En este sentido Frankl afirma: “Educación supone libertad, concretamente libertad de transformarse.”

El educador, según la etimología del término, no sólo instruye, enseña, forma, sino que, además cuida. Y estas tareas suponen el marco de la apelación, el encuentro y el diálogo.

Apelar, llamar, requiere del movimiento autotrascendente de alguien que se dirige a otro a quien convoca y así se posibilita el encuentro, el cual está mediado por el diálogo. V. Frankl recomendaba a los educadores que fuesen guías y no pacificadores.[3]

La alternativa presentada por Frankl del educador como “pacificador” (peace-maker, Friedenstifter) y el educador como guía y “marcapasos o precursor” (pace-maker, Schrittmacher) presenta al quehacer educativo como una especie de testimonio existencial: “El hombre necesita una guía que le haga de precursor y lo anteceda manteniendo una distancia que no puede ser nunca llenada. La guía perdería su carácter de necesidad si fuera alcanzada” (Frankl, 2001a, p. 51). El papel del guía-precursor es, de hecho, el de preceder al educando en el camino de la vida y trazar un recorrido ejemplar que él no debe repetir al pie de la letra, sino inspirarse idealmente para construir la propia e irrepetible historia personal.

La logoterapia se interesa en la parte sana del hombre, en su capacidad espiritual que no se enferma, que permanece intacta.

Federico Mayor Zaragoza, director de la UNESCO comenta: “Educar no es solamente inculcar saberes es despertar ese inmenso potencial de creación que anida en cada uno de nosotros a fin de que podamos desarrollarnos y contribuir mejor a la vida en sociedad. Por eso lo que más falta hace hoy en día, lo que reclaman, de nosotros de manera más o menos explícita los jóvenes, en particular, los adolescentes que concluyen sus estudios secundarios son referencias, una brújula, una carta de navegar. Urge que les proporcionemos esa orientaciones so pena de enfrentarnos con grandes trastornos sociales y tenemos que hacerlo lo antes posible si no queremos que nuestros nietos murmuren refiriéndose a nosotros esa frase terrible de Albert Camus: “Pudiendo hacer tanto, se atrevieron a hacer tan poco “.(4)

Educar, significa sacar, extraer, pero, también es guiar y acompañar, hacia el logro de un mayor perfeccionamiento… Es imposible, plantearse la posibilidad de perfeccionamiento humano, sin una reflexión profunda acerca de los valores.
La dimensión dialogal afectiva e intersubjetiva de la persona, por estar estrechamente ligada a la problemática de los valores, constituye uno de los aspectos que más puede ayudar a la superación de la crisis educativa, con la consiguiente prevención de alguno de los males que nos aquejan.

Los valores, esas realidades capaces de despertar el interés vital de la persona o de estimular su perfeccionamiento, son descubiertos por el hombre en el mundo que el mismo habita.[4] Bruzzone[5] ha señalado que: “La función principal del logoterapeuta y del educador es, por lo tanto, la de ser un “catalizador” (Frankl, 1998, p. 59) de la voluntad de sentido. Si la personalidad está guiada fundamentalmente por una radical exigencia de sentido y si la salud mental y la madurez psicológica dependen del desarrollo de una actitud genuina de autotrascendencia, entonces es tarea de una terapia y de una educación “orientada-al-sentido” desarrollar tal disposición intrínseca del espíritu humano y reactivar en él el dinamismo que hasta ahora estuviera adormecido o interrumpido: “el anhelo humano de una existencia tan significativa como sea posible es tan poco patológico en sí mismo que puede – y debe – ser movilizado por una acción terapéutica. Este es uno de los objetivos más nobles de la ‘logoterapia’, en cuanto a tratamiento orientado hacia un ‘Logos’, un tratamiento que, en concreto, está orientado hacia el sentido, ¡y que orienta hacia allí al paciente! Para hacer esto se requiere no solamente poner en movimiento a la voluntad de sentido, sino también, en dado caso, si esta está oculta, inconsciente u ofuscada, se requiere despertarla” (Frankl, 2005d, p. 68).

El educador en la concepción logoterapéutica ofrece entonces su intervención sobretodo a través de su “mediación personal” y esto significa que actúa sobre el educando a través de lo que es, antes incluso de lo que sabe, hace o dice. Tal mediación hace presión sobre la capacidad personal del educador de ser una “personalidad vitalmente abierta a la realización del sentido” (Kurz, 1991, p. 122).[6] Es de hecho a través del “ser precedido” por el único e irrepetible modelo del educador que el educando experimenta el poder encontrar su personal y único modo de ser en la historia y la realidad concreta en la que está situado. En esta perspectiva, el educador se caracteriza, en términos fenomenológicos, como una especie de “técnico de la intencionalidad” La figura del mediador es urgente, me comentaba Gloria Arango, -no existe y su presencia se requiere para intervenir entre el director y los maestros, entre los alumnos y los maestros, entre los hijos y los padres de familia… Parafraseando a Gerónimo Acevedo lo imagino como un pontífice, ´es la persona que crea puentes para mejorar las relaciones´.

De este modo, Frankl revalora el principio clásico de la asimetría en la relación educativa, corrigiendo las eventuales desviaciones autoritarias a través del concepto del rol insustituible del educador como “modelo” significativo (Vorbild) que, produciendo no una “influencia” (Beeinflussung) determinante, sino una especie de “impresión” (Eindruck), favorezca la búsqueda de la identidad personal y anime a la autonomía (ver Wicki, 1985).[7] Por último, como escribe Frankl, “la eficacia inmediata del ‘ser’, del ser un ejemplo, es siempre mayor que la del discurso” (Frankl, 2005c, p. 134-135).

Su tarea debe ser otra. ¿Cuál? Tal vez podremos responder: la tarea de la educación consiste en cultivar los sueños más allá que las necesidades. Educar, si lo pensamos bien, requiere una buena dosis de utopía: quiere decir hacer aparecer lo posible, apostar sobre lo que no se ve, lo que todavía no está pero se puede realizar. “Cada quien crece sólo si es soñado” decía Danilo Dolci (arquitecto, poeta, educador, muerto en 1997, pocos meses después de Frankl, y nominado varias veces para el Premio Nobel de la Paz). El educador es aquel que sabe “soñar a los demás como no son todavía”. Y es precisamente en esto en lo que consiste el amor educativo según Frankl: en tener viva la tensión entre el “ya” y el “ todavía no”, entre el ser actual y el deber-ser.

El amor, dice Frankl, no es “ciego” sino “clarividente”, porque no se limita a aceptar al otro por lo que es, sino que alcanza a ver aquello en lo que se puede convertir, y lo ayuda a creer en ese objetivo y a alcanzarlo. El amor es, en este sentido “un acto metafísico” (Frankl 2005a, p. 173). El educador es siempre metafísico: alguien que sabe mirar más allá de lo que aparece inmediatamente, alguien que cultiva una esperanza, alguien capaz de ver el futuro por anticipado. Sin esta mirada a largo plazo, no hay educación. (Bruzzone p 8)

El cuidado educativo, en el sentido fenomenológico y existencial, se propone como intervención dirigida a custodiar y sostener la posibilidad de decidir y de decidirse, desarrollando márgenes de trascendencia respecto a un “ser arrojado” existencial frecuentemente no elegido ni deseado. Y desde el momento en que toda proyectualidad auténtica se fundamenta en la decisión, la educación se centra esencialmente sobre la capacidad de elegir, como expresión plenamente madura de una existencia autónoma y responsable. El cuidado educativo encuentra entonces su razón de ser en el esfuerzo de “cultivar en el sujeto educativo el deseo de tener cuidado de sí mismo” (Mortari, 2002, p. XVI), donde tener cuidado de sí mismo significa principalmente “llenar la propia vida con sentido” (Mortari, 2002, p. 20).[8]

El logo-educador, tiene la función entonces, de hacer que su interlocutor adquiera consciencia de sí mismo, confianza en sus propias capacidades, consciencia de la propia responsabilidad, llevándolo al umbral de la elección y dejándolo a que sea él el que decida qué camino seguir y caminar con sus propias piernas. Pero para hacer esto un buen guía debe hacer lo suyo: debe ser a su vez consciente y responsable, saber elegir y caminar con sus piernas. Debe ser finalmente, un testigo de como estar en el mundo para ayudar a los otros a estar en el mundo con sentido. Convertirse en logoterapeuta y logo-educador implica entonces, no solo saber ciertas cosas o actuar de cierta manera, sino antes que nada ser un cierto tipo de persona. La competencia relacional típica de la logoterapia se basa sobre una competencia teórica y metodológica, pero también (inevitablemente) sobre una competencia existencial.

Entonces, si como Frankl repetía “cada época tiene su neurosis y cada época necesita de una psicoterapia” (Frankl 1992, p.9), esto vale con más razón para la educación: cada época tiene sus necesidades educativas y por lo tanto requiere de una pedagogía. Una época marcada por el vacío existencial necesita de una pedagogía apta para prevenir y combatir la falta de sentido. Esta pedagogía probablemente no existe todavía, nos toca a nosotros construirla. (Bruzzone p 6)

En mi encuentro con algunos expertos en el tema de educación como Juan Lafarga, Gaby Delgado, Teresita Durán Ramos, Gloria Junoy, Lucía Armella, Julia Hardy y Daniele Bruzzone, guardé algunas ideas sobre lo que el logoeducador debe abarcar[9] entre otras:
- una base sólida de conocimientos en la teoría Logoterapéutica que le permita la comprensión y apropiación de esta visión antropológica.
- técnicas de enseñanza, comunicación y manejo de grupos que le facilitaren hacer llegar su mensaje.
- herramientas de autoconocimiento que lo lleven a descubrir sus propios recursos y habilidades y que le permitan ocupar su lugar insustituible en la relación.
- una plataforma de lanzamiento a través de contactos institucionales que le permitan ir poniendo en práctica esta actividad.

La logoterapia no es una educación para un grupo determinado, sino que es una educación para la vida y por lo tanto alcanza cualquier edad, condición o situación.

Es entonces necesario explorar las capacidades humanas- existenciales del hombre como Logo-educador, para que aprenda a influir en una sociedad hambrienta de encontrar nuevos valores y sentidos.

El logoeducador podrá ofrecer los ingredientes que la logoterapia contiene para una proyección educativa, funcional a una proyección existencial más auténtica. Dará instrumentos educativos al especialista en educación, que le permitan facilitar al educando el poder hacerse cargo de su experiencia singular e irrepetible y en las condiciones concretas en que se encuentre viviendo para que sepa proyectarse a partir de sí mismo, y pueda dirigir el sentido y el valor de su existencia.

Quien trabaja en la formación de los trabajadores sociales, educativos, sanitarios: para cuidar a los otros hay que saber cuidarse a sí mismo. Y en cuanto más cuidado se tiene de comprender la propia vida y darle un sentido, tanto más se podrá ayudar a los otros a comprender y a dar un sentido a su vida.

Convertirse en logoterapeuta y logo-educador implica entonces, no solo saber ciertas cosas o actuar de cierta manera, sino antes que nada ser un cierto tipo de persona. La competencia relacional típica de la logoterapia se basa sobre una competencia teórica y metodológica, pero también (inevitablemente) sobre una competencia existencial.

Será entonces de vital importancia el proceso personal que viva el propio logoeducador dentro de una logoterapia que le permita una autoactualización de su forma de ser en el mundo y de su mundo valoral, de otra forma su preparación sería incompleta.

Mucho es lo que hemos aprendido en este encuentro, mucho lo que cada uno de los ponentes complementado con los asistentes del congreso han ofrecido para analizar, estudiar, investigar y generar respecto a la formación y el trabajo profesional que realizará el logoeducador.

Solamente me queda agradecer este encuentro amistoso que deja tanta tarea a Smael que seguramente será atendida, para ofrecer la mejor preparación a los egresados de México y de otros países como Especialistas en Logoeducación.

Leticia Ascencio de García
Directora y Fundadora de SMAEL
Psicoterapeuta de parejas (Ametep)
Orientadora en Desarrollo Humano ( UIA)
Directora de Ediciones LAG.
smael@logoterapia.com.mx
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[1] Frankl por definición Ed. San Pablo, Argentina p.96
[2] E. Lukas, Fabry y V. Frankl, Tras las huellas del logos, Editorial San Pablo p. 28
[3] Clément Graciela Calidad de vida y comunidad en América Latina: nuevas propuestas en educación. Revista Mexicana de Logoterapia Conferencia en Santo Tomé – Sta. Fe Argentina Septiembre 2006
[4] Landaboure Noemí. ¿Vale la pena educar hoy? desafíos de la educación en el nuevo milenio
[5] Bruzzone Daniele. Pedagogia de las alturas, Ediciones Lag 2008 México
[6) Un concepto análogo acerca del papel ejemplar del educador se encuentra en el concepto de “attestation” en el pensamiento de Paur Ricoeur. Según el filósofo francés, como se ha observado recientemente, “la búsqueda de sentido que cada uno de nosotros emprende viviendo puede volverse huella o dirección para otros, y viceversa, puede ser motivo de desánimo y dispersión en la eventualidad de que nos abandonemos a la fragmentación y al desorden existencial” (Malavasi, 1998, p. 42). En otras palabras, “el educador atestigua la posibilidad de la existencia auténtica para orientar al educando a elegirse continuamente, más allá de la dispersión y el sinsentido” (Malavasi, 1998, p. 149).
[7] Según la teoría de los actos sociales de Scheler: “todas las normas tienen un valor o un disvalor, solo así puede fungir como modelo axiológico positivo o negativo la persona que los da [...] Es únicamente en el ámbito de esta relación que los valores ético-positivos de A pueden convertirse, sin mediación alguna, en determinantes con el fin de que en B se concreten valores personales análogos: es esta la relación del buen ejemplo. No hay en el mundo nada que induzca, en modo tan original, inmediato y necesario, a la persona a convertirse en buena, como el simple discernimiento intuitivo y adecuado de una persona buena en su bondad” (Scheler, 1996, p. 697).
[8] Bruzzone, Pedagogía de las alturas, Ediciones Lag, cap.6 p.8 México
[9] Lucía Armella


Por Leticia Ascencio de Garcìa

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