Cada país lucha a su modo contra las bandas criminales, o incluso negocia con ellas. |
Decía el presidente de Guatemala, Pérez Molina que—“la droga crece y siguen llegando las armas”, recordó en enero en el foro de Davos— y cada país lucha por su cuenta contra sus idiosincrasias criminales.
La medida más relevante de 2012 la tomó El Salvador con un pacto entre las maras (las pandillas callejeras) auspiciado por el Estado.
En este país de seis millones de habitantes se calcula que hay 50.000 pandilleros sueltos y 10.000 encarcelados. Su poder homicida, enlazado a un negocio que mezcla tráfico de drogas, tráfico de personas y extorsión, había disparado la tasa de homicidios: en 2011, la tasa de asesinatos era de 69 por cada 100.000 salvadoreños. Las maras bajaron el pistón a cambio de una política penitenciaria más suave para sus capos encarcelados y en un año El Salvador ha pasado de 14 a 5 homicidios diarios. El pacto ha rebajado el número de muertos, pero también ha despertado una pregunta de fondo: ¿tan débil estaba el Estado como para tener que negociar con el crimen?
Por otra parte, Honduras, es el país más violento del mundo en 2011 con 92 asesinatos por cada 100.000 habitantes, según datos de la ONU.
En diciembre, la ONG Transparencia Internacional, situó a Honduras como el país más corrupto de Centroamérica. El Gobierno de Estados Unidos lo ha calificado como el “aeropuerto de la mafia”. Ocho de cada 10 aviones que salen de Colombia o de Venezuela cargados de cocaína aterrizan en pistas clandestinas de su costa caribeña, en zonas como La Mosquitia o La Ceiba, donde arrestaron en 2012 a un líder de la banda criminal colombiana de Los Urabeños.
En la costa hondureña se descargan los aviones y se cargan los vehículos que llevan la cocaína por tierra hasta la frontera de Guatemala con México, penúltima parada antes de Estados Unidos, un país que en 2009, consumió 27.000 millones de euros en coca. A veces, los vuelos llegan directos a esa frontera, una franja selvática de 900 kilómetros de largo y con unos 300 pasos clandestinos.
Guatemala es el segundo país que más inquieta a los analistas. En 2010 el Pentágono consideró que había riesgo de que se convirtiese en un narco-Estado. Es el tercer país centroamericano con más homicidios (39 por cada 100.000 habitantes en 2011), pero según datos oficiales el año pasado la tasa bajó un 23%, lo que sumaría tres años seguidos de descenso.
Guatemala, Honduras y El Salvador forman el Triángulo Norte de Centroamérica, la zona de la región más inestable y a la que más afecta el crimen organizado. Nicaragua, más al sur, dejó atrás en los noventa una guerra civil, como Guatemala y El Salvador, pero ha salido más entera de aquella crisis.
La batalla de Calderón contra el narco, que en seis años ha causado al menos 60.000 muertos y 20.000 desaparecidos, supuso un control mayor de los puertos marítimos por donde entraba la cocaína y de los vuelos que aterrizaban directamente en este país, de modo que los carteles de la droga, según De Andrés, empezaron a operar en Centroamérica; esto ha implicado en la zona una lucha por el control territorial y ha espoleado lo que Aguilar define como la “violencia endémica”, histórica y con multitud de factores, que padece la región.
* Extracto
PUBLICADO EN SOLIDARIDAD.NET
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