El mundo del trabajo o del no trabajo es sin duda una de las variables más importantes también a la hora de acercarse a la mentalidad y a las expectativas de nuestra juventud. En este breve artículo de Juan Torres se reflexiona sobre este tema.
La tasa de paro juvenil en nuestra economía (55,1% al finalizar el cuarto trimestre de 2012) causa alarma con razón y refleja un problema económico dramático. Pero creo que se desenfoca cuando es analizada.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que su magnitud depende de la forma de definirla.
La más difundida (de donde sale el 52,3% aludido) resulta de dividir el número de parados, en este caso menores de 25 años, entre la población activa de esa edad, siendo ésta última la que se encuentra o empleada o parada y buscando activamente empleo.
Sin embargo, también se puede definir de otro modo: dividiendo la población desempleada por la población total de una determinada edad.
La diferencia está en que siguiendo el primer procedimiento el denominador es más reducido, porque quedan fuera los jóvenes que están estudiando o que no buscan trabajo por alguna razón. Y, por tanto, en igualdad de número de parados, la primera tasa será siempre bastante más alta mientras que utilizando la segunda definición se obtiene una tasa más baja (el 22,6% el cuarto trimestre de 2012).
En el caso de los jóvenes, utilizar la primera parece bastante inadecuado, porque lo normal e incluso lo conveniente es que una gran proporción de ellos y ellas se dediquen a estudiar y formarse.
Aunque en cualquier caso no se puede decir que una tasa del 22,6% sea aceptable creo que sí conviene tener en cuenta lo anterior para entender que el problema no es tan desmesurado como se plantea.
A mi juicio, el asunto gravísimo que hay detrás del paro juvenil radica en otros tres fenómenos.
El primero es que la población juvenil no se dedica a adquirir formación en toda la proporción en que se sería deseable.
El segundo, que una gran parte de la población juvenil escolarizada no está adquiriendo los conocimientos y habilidades que le podrían proporcionar los mejores recursos para encontrar empleo o para crearlo el día de mañana.
El tercero, que los jóvenes empleados están fundamentalmente especializados en dos tipos de empleos. Unos, los de condiciones muy precarias y desalentadoras, recibiendo como media el 47% del salario medio total, que empobrecen y desalientan la especialización y la movilidad social y que incluso desincentivan la incorporación al mercado laboral. Otros, son los que abundan en momentos de expansión (como ha sucedido en la época de la burbuja inmobiliaria) pero que también tienen un efecto perverso, porque retiran de la formación a muchos más jóvenes de los deseables pero sin vincularlos a la ocupación de forma permanente sino solo en función del ciclo. Razón por la cual terminan siendo, al mismo tiempo, una fuente a posteriori de desempleo y de generación de población sin apenas formación alguna.
La combinación de esos tres fenómenos es la que provoca el mayor problema juvenil de nuestra época que yo creo que no es solo el de la cuantía del paro sino el de la existencia de una juventud desalentada, sin horizontes, equivocadamente orientada en lo académico y lo laboral y empobrecida justo cuando empieza a trabajar. Y en el corazón de este drama social se encuentran los llamados ni-ni, los jóvenes que no están ni en un sitio ni en otro, que en estos momentos pueden ser más o menos uno de cada cinco de los que tienen entre 16 y 24 años y uno de cada tres de los que se están entre 25 y 29 años.
Si se tratase de un problema de falta de empleos (que en cualquier caso lo es) lo necesario sería hacer mucho más igualitaria la pauta de distribución de la renta para aumentar el mercado interno y así incrementar los recursos productivos y la demanda efectiva. Pero como se trata de algo más, es imprescindible también poner en marcha otro tipo de políticas dirigidas a promocionar y a enriquecer cultural, profesional y personalmente a estos millones de jóvenes que ahora, malempleados, estudiando la mayoría sin decisión ni confianza o simplemente dejando pasar el tiempo, constituyen el gran vacío social de nuestra época, una especie de agujero negro donde podemos acabar destruyéndonos. Y lo grave del caso es que los gobiernos no están haciendo ni una ni otra cosa, sino justo todo lo contrario.
Juan Torres López | Economista
nuevatribuna.es | 30 Enero 2013
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