La educación allí donde no hay asfalto o agua potable supone toda una serie de retos diferentes a los que estamos acostumbrados a leer estar líneas cómodamente frente a un ordenador. Presentamos la experiencia de la red de FE y ALEGRÍA en muchos lugares "donde la ciudad pierde su nombre"
Fe y Alegría se autodefine como un movimiento de educación popular integral y promoción social. Fundada hace 60 años por el jesuita misionero José María Vélaz, tiene como objetivo trabajar en favor de una buena educación allí donde no se dan buenas condiciones para que se produzca, donde “la ciudad pierde su nombre”, según sus propias palabras.
Como muestra, un ejemplo: de las 59 escuelas incorporadas en Madagascar desde que empezó a trabajar allí en 2013, sólo 7 son urbanas. La prioridad ha sido incorporar a la red las escuelas de las zonas más apartadas, en comunidades a las que sólo se puede llegar a pie.
El aula de adobe
Cumplir este objetivo en Madagascar supone mancharse de la tierra roja que caracteriza la isla, como explica Joaquín Ciervide, que ha participado sobre el terreno en esta iniciativa. “La región está sembrada de pueblecitos pequeños de casas de adobe con techos de paja, unidos por pistas en pésimo estado de conservación que no conocen el asfalto. Una de esas casas de adobe sirve de escuela los días de labor y de capilla los domingos: ni televisión, ni teléfono, ni internet, ni electricidad, ni grifo, ni agua, tan solo 4 paredes de abobe bajo una techado de paja”.
Estas carencias materiales son la cúspide visible del problema fundamental: la carencia de estructura educativa. Muchos de estos centros son atendidos por la comunidad, por los propios padres y madres de los alumnos, ante la falta de retribución para el profesorado. “En los pueblos se consiguen ingresos durante los dos o tres meses que siguen a la cosecha, pero luego ya no hay dinero y los maestros y maestras se encuentran ante el dilema de trabajar sin cobrar… o de buscar alternativas para sobrevivir”, explica Ciervide.
Integrar a la comunidad en la educación
Estos ejemplos de Madagascar no pillan por sorpresa a Fe y Alegría, que en África desempeña su labor educativa desde 2008 en Chad y posteriormente en R.D. Congo y en América cuenta con presencia en una veintena de países, hasta sumar un total de casi 1.300 escuelas y 2.000 centros de educación no formal, a los que dotan de estructura y medios para autofinanciarse, al tiempo que mejoran la formación del profesorado. Su misión es asegurar una educación de calidad para la población más pobre y marginalizada.
El trabajo y el esfuerzo por una buena educación de los sectores empobrecidos y excluidos rinden sus frutos y, en muchos casos, las familias valoran más la educación recibida en un centro apoyado por Fe y Alegría que en las alternativas estatales.
Con toda esa experiencia acumulada saben cuál es la única hoja de ruta: “No se puede entender la educación sin tener en cuenta la comunidad en su conjunto: niños y niñas, mayores, personas ancianas, las personas que no han sido asimiladas por la cultura dominante, quienes tienen necesidades especiales, etc.”
Pero la comunidad también tiene sus propios problemas: estamos hablando de escenarios de conflictos bélicos, migraciones, situaciones de abuso y de falta de respeto a la niñez, maltratos familiares, especialmente a las mujeres, y la marginación a la gente de escasos recursos o pertenecientes a minorías. Por ejemplo, una de las costumbres contra las que se enfrenta Fe y Alegría es la de apartar a las niñas de las escuelas, haciendo todo lo posible para que puedan asistir y formarse.
La suma de los tres condicionantes, los materiales, los estructurales y los sociales, dibujan un panorama complejo, lejos de lo que los de asfalto, el que esto escribe y muy probablemente el que esto lee, vislumbra cuando piensa en un aula.
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