miércoles, 5 de enero de 2011

Me pregunto como un chico de 15 años que duerme en un colchón en el suelo puede apasionarse por nuestra historia


Por circunstancias de la vida soy testigo de un encuentro para mí excepcional, entre un anciano de 93 años, Santiago y un joven de 15, Guillermo. Santiago combatió en la Guerra Civil como voluntario; albañil de profesión, luchó junto a Cipriano Mera en el frente de Madrid. Relata a Guillermo como construían las trincheras y las troneras. Le explica que estas últimas eran los orificios desde donde se disparaba desde las trincheras. Dentro de una de aquellas troneras una bala casi le atraviesa la cabeza. La suerte quiso que se incrustara en la pared. Desde entonces la conserva.




Ante el interés mostrado por Guillermo insiste en enseñársela. Ambos se dirigen a la habitación lentamente, pues Santiago anda, más bien se arrastra, con un andador. Es cojo de una pierna desde que tenía un año a causa de la enfermedad. Santiago sigue relatando y según va despertando su memoria, va entusiasmándose con el relato. Guillermo no para de preguntar. Admirado, escucha como aquellos hombres fueron capaces de cortar una carretera trabajando toda la noche. Santiago cuenta que en el frente todos cobraban igual, soldados rasos y mandos. Y como a menudo los militares de carrera se quedaban atrás… En aquella guerra no solo hacían falta galones, sino “echarle muchos cojones”. “No necesitábamos jefes, luchábamos por un ideal”. Cuenta cómo una cuantas veces tuvo que salir corriendo con su pata coja. En concreto, tras la dura y cruenta batalla de Teruel, anduvo tres días perdido en el bosque, sin comer. Después de aquello quisieron hacerle sargento. “Yo me he alistado para luchar contra los militares. Ahora no me voy a hacer militar”. Esto indudablemente hubiera mejorado sus condiciones en el frente. Pero él tenía muy claro por qué luchaba. Cuando acabó la guerra le declararon ¡inútil!. Pero él se la siguió jugando. Llevó por dos veces propaganda anarcosindicalista hasta Andalucía. Santiago es un hombre con conciencia histórica: “Mis nietos no quieren saber de estas cosas… Y así tragáis con lo que tragáis. ¡No hay derecho a hacer contratos de trabajo de tres meses! ¡eso no es trabajo!”. Tras la guerra y hasta su jubilación Santiago se siguió ganando la vida como albañil. Hoy recibe ¡500 € de pensión! Que no le llega para pagar ni la mitad de lo que le cuesta la modesta residencia en la que ahora vive.

Guillermo sigue preguntando: “¿Estuviste en el desfile de la victoria?”. Me asombro de que un muchacho de 15 años le haga esa pregunta al abuelo. Guillermo confiesa que le encanta la historia. Guillermo está estudiando la ESO, reconoce que con mucho sacrificio por parte de su madre, limpiadora. Trabaja 15 horas diarias; limpiando casas y atendiendo la tienda de pinturas de su tío, que ahora tiene que cerrar por la crisis. Desde que sus padres se separaron su madre, él y su hermano pequeño viven en casa de la abuela. Su padre no les pasa la pensión. Guillermo duerme en un colchón en el suelo. Ahora además se ha unido su tío, que también se ha separado. ¿Pero cabéis? Le pregunto… Sí, cabemos, nos estrechamos un poco más… Guillermo no pierde la sonrisa en ningún momento mientras me cuenta estas cosas, aunque se entristece cuando habla de su padre. Me pregunto como un chico de 15 años que duerme en un colchón en el suelo puede apasionarse por nuestra historia. Hasta ahora no había conocido a ningún chico de esa edad apasionado por la historia… ni por nada. En la conversación sale a relucir la figura de Julián Besteiro, por quien Santiago también muestra su admiración. Le cuanto lo que se. Cuando nos despedimos me dice: no te olvides de mandarme cosas de ese Besteiro. Creo que Guillermo es un apasionado de la historia porque duerme en un colchón en el suelo.



María del Val

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