sábado, 5 de febrero de 2011

Te recomiendo un libro..."EL AMOR QUE NOS CURA"


No es por azar que Boris Cyrulnik haya sido la primera persona en Francia en interesarse por el fenómeno de la resiliencia. Con tan sólo seis años consigue escapar de un campo de concentración, de donde el resto de miembros de su familia, rusos judíos emigrantes, jamás regresaron. Empieza entonces para el joven huérfano una etapa errante por centros y familias de acogida. A los ocho años la Asistencia pública francesa le instala en una granja y a punto está de hacer de él un niño granjero analfabeto; pero se convierte, sin embargo, en un médico empeñado en entender sus propias ganas de vivir. Neurólogo, psiquiatra y psicoanalista.


Los niños soldado de Latinoamérica, de África o de Oriente Próximo tienen casi todos un trauma. Los que consiguen ponerse a vivir de nuevo se ven obligados a abandonar su población y a veces hasta su país para «partir de cero» y no padecer la etiqueta infamante que el entorno prende a su historia. Muchos niños soldado tienen miedo de la paz porque sólo han aprendido a hacer la guerra. Sin embargo, algunos desean escapar a ese destino y piden ir al colegio, lejos de los lugares en los que han actuado como soldados. Estos niños pueden cambiar, a condición de que la organización social les permita esa evolución.


Muchos niños soldado sueñan con convertirse en médicos «para curar», o en escritores «para contar». Pero el contexto social no siempre abre la posibilidad de recorrer ese largo camino. Los que consigan fundar una familia, convertirse en médicos o en periodistas nunca olvidarán el trauma. Antes al contrario, lo convertirán en el elemento que organiza su vocación.

El medio más seguro de torturar a un hombre es desesperarlo diciéndole: «Aquí no hay porqués». Esta frase le hace caer en el mundo de las cosas, le somete a las cosas y le convierte a él mismo en cosa. Para poder tender la mano a un agonizante psíquico y ayudarle a volver a ocupar un lugar en el mundo de los humanos es indispensable realizar una labor de construcción de sentido. Aquí sí hay porqués: «La capacidad para traducir en palabras, en representaciones verbales susceptibles de ser compartidas, las imágenes y las emociones experimentadas, a fin de darles un sentido que pueda comunicarse», les vuelve a conferir humanidad. Amar los porqués es un factor de resiliencia precioso pues permite volver a tejer los primeros puntos del vínculo desgarrado.


Germaine Tillion, etnóloga, especialista en cuestiones relacionadas con el Magreb, es deportada a Ravensbruck en 1943 por pertenecer a la Resistencia. Al poco de llegar, utiliza la capacidad de observar que había aguzado en sus contactos con los bereberes del Aurés. Trata de comprender cómo funciona el campo de concentración y, por la noche, en los barracones, da charlas en las que explica que los guardias quieren explotarlas hasta que caigan muertas.

Genevieve de Gaulle-Anthonioz dice: «Al escucharte, ya no éramos Stiick (piezas), sino personas, podíamos luchar porque podíamos comprender» Para no dejarse asesinar, hay que buscar en los significados ocultos las estructuras invisibles que permiten el funcionamiento de ese sistema absurdo y cruel.

La tendencia a contarnos el relato de lo que nos ha pasado constituye un factor de resiliencia a condición de que demos un sentido a eso que ha pasado y de que procedamos a una reorganización afectiva.

DIEGO VELICE

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