LA MONA
Subió una Mona a un nogal.
Y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde;
con que la supo muy mal.
Arrojóla el animal,
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona.
Porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.
Félix María Samaniego
EL CUERVO Y LA SERPIENTE
Pilló el Cuervo dormida a la Serpiente,
y al quererse cebar en ella hambriento,
le mordió venenosa. Sepa el cuento
quien sigue a su apetito incautamente.
Félix María Samaniego
EL CUENTO DE LA LECHERA
Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
"¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!"
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz lechera,
diciéndose entre sí de esta manera:
"Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodearán cantando el pío, pío.
Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que corra y salte toda la campaña,
desde el monte cercano a la cabaña."
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
Adiós leche, adiós huevos,
adiós dinero, adiós lechón,
adiós vaca y ternero.
¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.
Félix María de Samaniego
EL JOVEN FILÓSOFO Y SUS COMPAÑEROS
Un joven educado
con el mayor cuidado
por un viejo filósofo profundo,
salió por fin a visitar el mundo.
Concurrió cierto día,
entre civil y alegre compañía,
a una mesa abundante y primorosa.
«¡Espectáculo horrendo! ¡Fiera cosa!
¡La mesa de cadáveres cubierta
a la vista del hombre!... ¡Y éste acierta
a comer los despojos de la muerte!»
El joven declamaba de esta suerte.
Al son de filosóficas razones,
devorando perdices y pichones,
le responden algunos concurrentes:
Si usted ha de vivir entre las gentes,
deberá hacerse a todo.»
Con un gracioso modo,
alabando el bocado de exquisito,
le presentan un gordo pajarito.
«Cuanto usted ha exclamado será cierto;
mas, en fin, le decían, ya está muerto.
Pruébelo por su vida... Considere
que otro le comerá, si no le quiere.»
La ocasión, las palabras, el ejemplo,
y según yo contemplo,
yo no sé qué olorcillo
que exhalaba el caliente pajarillo,
al joven persuadieron de manera,
que al fin se le comió. «¡Quién lo dijera!
¡Haber yo devorado un inocente!»
Así exclamaba, pero fríamente.
Lo cierto es, que llevado de aquel cebo,
con más facilidad cayó de nuevo.
La ocasión se repite
de uno en otro convite,
y de una codorniz a una becada,
llegó el joven al fin de la jornada,
olvidando sus máximas primeras,
a ser devorador como las fieras.
De esta suerte los vicios se insinúan,
crecen, se perpetúan
dentro del corazón de los humanos,
hasta ser sus señores y tiranos.
Pues ¿qué remedio?... Incautos jovencitos,
cuenta con los primeros pajaritos.
Félix María de Samaniego
CONGRESO DE LOS RATONES
Desde el gran Zapirón, el blanco y rubio,
que después de las aguas del diluvio
fue padre universal de todo gato,
ha sido Miauragato
Quien más sangrientamente
persiguió a la infeliz ratona gente.
Lo cierto es que, obligada
de su persecución la desdichada,
en Ratópolis tuvo su congreso.
Propuso el elocuente Roequeso
echarle un cascabel, y de esa suerte
al ruido escaparían de la muerte.
El proyecto aprobaron uno a uno,
¿Quién lo ha de ejecutar? eso ninguno.
«Yo soy corto de vista. Yo muy viejo.
Yo gotoso», decían. El concejo
Se acabó como muchos en el mundo.
Proponen un proyecto sin segundo:
Lo aprueban: hacen otro. ¡Qué portento!
Pero ¿la ejecución? Ahí está el cuento.
Félix María Samaniego
LOS DOS AMIGOS Y EL OSO
A dos amigos se aparece un oso:
el uno, muy medroso,
en las ramas de un árbol se asegura;
el otro, abandonado a la ventura,
se finge muerto repentinamente.
El oso se le acerca lentamente:
mas como este animal, según se cuenta,
de cadáveres nunca se alimenta,
sin ofenderlo lo registra y toca,
huélele las narices y la boca;
no le siente el aliento
ni el menor movimiento;
y así, se fue diciendo sin recelo:
"¡Éste tan muerto está como mi abuelo!"
Entonces el cobarde,
de su gran amistad haciendo alarde,
del árbol se desprende muy ligero,
corre, llega y abraza al compañero,
pondera la fortuna
de haberle hallado sin lesión alguna,
y al fin le dice: "¿Sabes que he notado
que el oso te decía algún recado?
¿Qué pudo ser?" "Diréte lo que ha sido:
Estas dos palabritas al oído:
Aparta tu amistad de la persona
que si te ve en el riesgo te abandona"
Félix María Samaniego
LAS MOSCAS
A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron,
que por golosas murieron
presas de patas en él.
Otra, dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que las domina.
Félix María Samaniego
LA CODORNIZ
Presa en estrecho lazo
la Codorniz sencilla,
daba quejas al aire,
ya tarde arrepentida.
«¡Ay de mí miserable
infeliz avecilla,
que antes cantaba libre,
y ya lloro cautiva!
Perdí mi nido amado,
perdí en él mis delicias,
al fin perdilo todo,
pues que perdí la vida.
¿Por qué desgracia tanta?
¿Por qué tanta desdicha?
¡Por un grano de trigo!
¡oh cara golosina!»
El apetito ciego
¡a cuántos precipita,
que por lograr un nada,
un todo sacrifican!
Félix María Samaniego
EL CIERVO EN LA FUENTE
Un Ciervo se miraba
en una hermosa cristalina Fuente;
placentero admiraba
los enramados cuernos de su frente,
pero al ver sus delgadas, largas piernas,
al alto cielo daba quejas tiernas.
«¡Oh dioses! ¿A qué intento,
a esta fábrica hermosa de cabeza
construir su cimiento
sin guardar proporción en la belleza?
¡Oh qué pesar! ¡Oh qué dolor profundo!
¡No haber gloria cumplida en este mundo!»
Hablando de esta suerte
el Ciervo, vio venir a un lebrel fiero.
Por evitar su muerte,
parte al espeso bosque muy ligero;
pero el cuerno retarda su salida,
con una y otra rama entretejida.
Mas libre del apuro
a duras penas, dijo con espanto:
«Si me veo seguro,
pese a mis cuernos, fue por correr tanto;
lleve el diablo lo hermoso de mis cuernos,
haga mis feos pies el cielo eternos:»
Así frecuentemente
el hombre se deslumbra con lo hermoso;
elige lo aparente,
abrazando tal vez lo más dañoso;
pero escarmiente ahora en tal cabeza.
El útil bien es la mejor belleza.
Félix María Samaniego
LOS NAVEGANTES
Lloraban unos tristes Pasajeros
viendo su pobre nave combatida
de recias olas y de vientos fieros,
ya casi sumergida;
cuando súbitamente
el viento calma, el cielo se serena,
y la afligida gente
convierte en risa la pasada pena;
mas el piloto estuvo muy sereno
tanto en la tempestad como en bonanza,
pues sabe que lo malo y que lo bueno
está sujeto a súbita mudanza.
Félix María Samaniego
EL CABALLO Y EL ASNO.
Iban, mas no sé adonde ciertamente,
un caballo y un asno juntamente;
este cargado, pero aquel sin carga.
El grave peso, la carrera larga
causaron al borrico tal fatiga,
que la necesidad misma le obliga
a dar en tierra. «Amigo compañero,
no puedo más, decía; yo me muero.
Repartamos la carga, y será poca;
si no, se me va el alma por la boca.»
Dice el otro: «Revienta enhorabuena:
¿Por eso he de sufrir la carga ajena?
Gran bestia seré yo si tal hiciere.
Miren y qué Borrico se me muere.»
Tan justamente se quejó el jumento,
que expiró el infeliz en el momento.
El caballo conoce su pecado,
pues tuvo que llevar mal de su grado
los fardos y aparejos todo junto,
ítem más el pellejo del difunto.
Juan, alivia en sus penas al vecino;
y él, cuando tú las tengas, dete ayuda;
Si no lo hacéis así, temed sin duda
que seréis el caballo y el pollino.
Félix María Samaniego
LA ALFORJA
En una Alforja al hombro
llevo los vicios:
los ajenos delante,
detrás los míos.
Esto hacen todos;
así ven los ajenos,
mas no los propios.
Félix María Samaniego
LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
Erase una gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia mal contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla, abrióla el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló la mina.
¡Cuántos hay que teniendo lo bastante
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones.
Félix María Samaniego
¿A qué viene el comentario en el paréntesis del título?
ResponderEliminar