sábado, 20 de julio de 2013

"Quiero irme a casa". Un proyecto para desmontar prejuicios.


Desmontar las falacias interesadas y los prejuicios, humanizar al otro, al extranjero desconocido, así como fomentar la convivencia y la solidaridad son los fines de Quiero irme a casa, un proyecto de sensibilización basado en la educación para el desarrollo dirigido estudiantes de secundaria.

Basado en Jordania, relata la vida de varios jóvenes palestinos, iraquíes y sirios que han encontrado asilo en este pequeño país de 6,3 millones de habitantes donde más del 30% de la población es de origen palestino, el 10% sirios y un 0,5% iraquíes.



“Las crisis son terrenos propicios a la aparición de conflictos explícitos y a la agudización de los mismos: sean crisis económicas como la actual, con repercusiones muy profundas sobre el mercado de trabajo y sobre la situación de los inmigrantes y de otros sectores de las clases populares; sean crisis políticas en las que se modifican las condiciones de la gestión de la «cuestión migratoria», en general, para reducir los derechos de los inmigrantes, y en las que se radicalizan los discursos contra la inmigración y contra los inmigrantes (especialmente en nuestro tiempo, contra los musulmanes); sean crisis sociales donde aumenta notablemente el miedo y el rechazo al «otro»; sean, y éste es el peor escenario y ésas son las tablas en las que estamos en la representación europea de la cuestión migratoria, una combinación de estas tres dimensiones, que puede tener efectos multiplicadores negativos”.
Quien nos advierte sobre los nuevos retos a los que se enfrenta la cohabitación en España es Lorenzo Cachón, integrante del grupo de Estudios sobre Migraciones Internacionales (GEMÍ) de la Universidad Complutense de Madrid, en el informe Inmigración y conflictos en Europa. Aprender para una mejor convivencia.
Después de que la inmigración económica trajera la multiculturalidad a la sociedad española, instituciones como colegios y servicios sociales de algunos ayuntamientos esbozaban procesos de interculturalidad que dieran el necesario paso entre la convivencia de distintas comunidades a la interacción y el enriquecimiento mutuo para dar forma a un nuevo cuerpo compartido de valores, gustos, acuerdos… Sin embargo, la crisis paró en seco este proceso y los discursos racistas y xenófobos volvieron al escenario público, a través especialmente de determinados políticos, para ser reproducidos en los medios de comunicación e, indefectiblemente, terminar conquistando parte de la opinión pública. El informe anual 2012 sobre racismo en el Estado español de S.O.S. Racismo explica que ”en muchas ocasiones los medios ‘crean’ el conflicto y ‘etnifican’ lo que en otras circunstancias en las que no aparece el elemento inmigrante se encuadrarían en problemas cotidianos de vecindad o del barrio. En las páginas siguientes hemos incluido también algunos de estos ejemplos extraídos de la prensa diaria en los que se utiliza una única fuente de información, se acentúa el posible conflicto cultural y se invisibiliza la opinión de la otra parte afectada en el conflicto. Este tratamiento de los medios origina lógicamente un determinando estado de opinión”.
Abdu vive junto a su familia en una de las cientos de miles de tiendas de plástico que pueblan el campamento de refugiados de Zaatari, en la frontera jordana con Siria.

















Los expertos reunidos en el Congreso Internacional de Inmigración celebrado en abril de 2012, concluyeron que del discurso de la invasión aún dominante en los años de bonanza habíamos pasado al de la competencia: “El discurso de la riqueza económica que aporta la inmigración disminuye y se ve sustituido por el miedo a “no poder mantenerlos”. La población inmigrante deja de ser la causa de la “salvación” de la Seguridad Social, para convertirse en el motivo de su “saturación”. Por otro lado, se observa un desplazamiento del discurso de la inmigración unido a la delincuencia hacia un discurso donde lo relevante es el modelo de integración con un ascenso importante del discurso asimilacionista y la pérdida de reconocimiento de la valoración cultural. Aflora un discurso más reacio a la aceptación de las diferencias culturales, en general, y a la religión musulmana en particular”.
En este escenario de intolerancia creciente, de recortes en la educación pública y la consecuente pérdida de recursos para los niños en situaciones de mayor vulnerabilidad e, indefectiblemente, con más obstáculos para seguir su aprendizaje de forma normalizada, es urgente que las escuelas combatan los
Niñas refugiadas en una escuela siria
discursos racistas que los y las niñas reciben por diversas vías en su vida cotidiana. Desmontar las falacias interesadas y los prejuicios, humanizar al otro, al extranjero desconocido, así como fomentar la convivencia y la solidaridad es el fin de Quiero irme a casa, un proyecto de sensibilización  basado en la educación para el desarrollo dirigido estudiantes de secundaria. Basado en Jordania, relata la vida de jóvenes palestinos, iraquíes y sirios que han encontrado refugio en este pequeño país de 6,3 millones de habitantes donde más del 30% de la población es de origen palestino, el 10% sirios y un 0,5% iraquíes.
Un escenario muy diferente al europeo y más concretamente al español, donde el número de solicitudes de asilo en 2012 ha sido el más bajo en 25 años, 2500, según el informe de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Y de éstas, se han concedido pocas más de 500, la más baja de la UE sólo por detrás de Estonia pese a ser la frontera sur  del continente.
La madre de Ahmed relata cómo su padre fue asesinado por militares del régimen de Assad. La familia vive ahora refugiada en Jordania hacinados en una pequeña habitación con tan sólo una alfombra.
Pateel es una joven iraquí de origen armenio a quien la invasión no sólo hizo estallar su tranquila infancia, sino que también la obligó a separarse de su padre quien, como todos los iraquíes, no puede trabajar en Jordania. Ella nos presentará a Abdu, un niño sirio que sobrevive en el campo de refugiados de Zaatari, construido inicialmente para 30.000 personas y que ya supera las 150.000 según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, convertida así en la cuarta población más importante de Jordania, un país que depende económicamente en un alto porcentaje de los refugiados, por las ayudas internacionales y su trabajo infraremunerado. De ellos, el 75% son mujeres, niños y ancianos. Mientras suenan las alarmas por los incendios que ya se han cobrado las vidas de varias familias cuando intentaban combatir con estufas de gas el paralizante frío de las nevadas que asolaron este desierto durante el invierno, Abdu rememora sus días en su colegio en Dera´a, la ciudad donde se iniciaron las protestas después de que unos niños que pintaran unos grafitis contra el gobierno y fueran retenidos y torturados. Desde entonces han pasado dos años y se estima que más de 93.000 personas han sido asesinadas. Abdu quiere ser soldado y luchar contra el régimen de Assad.
Pateel entrevista a Rashid en la azotea de su casa
También conocemos a Rashid, Sandra, Rami y Ahmed, cuatro jóvenes supervivientes que tuvieron la suerte de encontrar unas fronteras abiertas por las que salvar sus vidas. Unas escuelas donde seguir aprendiendo, relacionarse con otros niños y niñas de su edad, y olvidarse por unas horas al día de la pobreza y la guerra. Y en el peor de los casos, como son las condiciones infrahumanas en las que sobreviven los sirios refugiados en el campamento de Zaatari, al menos no se les persigue, ni encierra en cárceles llamadas Centros de Internamiento para Emigrantes, ni deporta exponiéndolos a los riesgos por los que huyeron durante años atravesando desiertos, muros y mares. Un ejemplo que Quiero irme a casa lleva a las aulas.

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