miércoles, 22 de octubre de 2014

Leamos a Dewey. Aprendamos con Dewey



Niños alrededor de una mesa en la clase de Miss Watkins. University of Iowa elementary school, Octubre 1921

John Dewey (1859-1955) es, sin lugar a dudas, un clásico. Un clásico de la filosofía y la pedagogía reformista. Sus obras, sus ideas y sus proposiciones son citadas continuamente, a veces sin saberlo. Es, sin duda, una de las grandes referencias para la actual transformación educativa. Su obra, al igual que gran parte de la de sus contemporáneos de la “escuela nueva” y del movimiento regeneracionista, ha cobrado un nuevo sentido en en esta primera década del siglo XXI. No son pocos los que encuentran grandes paralelismos entre aquella sociedad y la nuestra (también diferencias), entre los intentos del movimiento reformista educativo de principios de siglo XX y nuestra actual y urgente necesidad de cambio educativo. No son pocos los que apelan a los clásicos y sostienen que es urgente recuperar su espíritu de modernización y de regeneración educativa.

Gran parte de los retos educativos que hoy nos planteamos tienen más de 100 años: la personalización del aprendizaje; la necesidad de comprender mejor las bases científicas del aprendizaje; la importancia de la educación física; el aprendizaje basado en proyectos; el aprender haciendo; el enfoque competencial en educación; la necesidad de desarrollar las competencias matemática y científica; la importancia de atender a la competencia artística y a la creatividad; el aprendizaje activo; los aprendizajes relevantes y situados; la integración de los aprendizajes formales e informales; el aprendizaje basado en el juego…Todo esto ya estaba en Dewey y sus contemporáneos.


Dewey es un claro representante del pragmatismo (escuela filosófica típicamente norteamericana). Desde su perspectiva, el pensamiento siempre se vincula a la acción y la teoría con la práctica. Para Dewey “el pensamiento se origina y desarrolla en las necesidades y en las demandas de la vida práctica”. Y esta idea marca toda su pedagogía. La única manera de aprender es hacer. Aprender haciendo, dice Dewey.

La educación no es una cuestión de diseñar ingeniosas maneras para divertir o motivar a los alumnos, sino de ser relevantes y cercanos a sus motivaciones y aspiraciones reales. No debemos educar para el futuro, sino para la vida real, para la vida de todos los días, decía hacia 1914. “La educación es un proceso vital y no una preparación a una vida futura”. “La escuela ha de representar la vida actual, vida tan real y vital como la que el niño hace en casa, en el vecindario o en el patio donde juega.”

Dewey criticaba en 1905, como hoy criticamos, “la pasividad de actitudes, la masificación mecánica de los niños, la uniformidad en el programa escolar y en el método.” Para él, el problema estaba en que “el centro de gravedad está fuera del niño, que está en el maestro, en el libro de texto”, “por todas partes donde queráis, excepto en los niños y en las actividades inmediatas al niño.”


Dewey, como Ortega, como Benjamin, como muchos otros, señalaba como una de las principales características de su tiempo el cambio constante, su velocidad, la abundancia de información y de conocimiento, la sensación de incertidumbre y desorientación hacia el futuro. Y afirmaba, por tanto, que:


Dewey fue, además, un gran defensor de la educación como el principal factor de consolidación de la democracia y de transformación social. Veía la escuela, en primer lugar, como una institución social. Y también como el motor de cambio social y de igualdad. A Dewey, se le ha achacado un excesivo optimismo e idealismo. Y aunque es verdad que, a pesar de los cambios que se han producido en los últimos cien años, ni una ni otra han logrado lo que Dewey esperaba, creo que debemos seguir pensando en la escuela ante todo como un espacio de ciudadanía y de democracia.

Creo que no debemos olvidar el sueño de Dewey (y de Giner) de una escuela centrada en los alumnos, con un aprendizaje personalizado pero colectivo y social. El sueño de una educación sujeta a valores, situada, local y fuertemente influida por los contextos donde se desarrolla, que no debe perder de vista su alto impacto social ni dejar de salvaguardar los valores primordiales de la equidad, la accesibilidad y la responsabilidad social. La escuela no como un lugar en donde se vive para aprender sino donde se aprende como se vive.


A mi me gusta pensar en las escuelas como lugares que “promueven que las personas lleven una vida razonable, sean racionales en el sentido de que desarrollen habilidades para enfrentarse con problemas del medio en el que viven, que sean tolerantes, capaces de cambiar, de vivir y dejar vivir, de discutir, de tener más confianza en la persuasión que en la fuerza”. Como escribió Richard Rorty, otro gran pragmatista. Como creo que diría también John Dewey.

Leer a Dewey hoy, como leer a Giner de los Ríos, parece pues una tarea urgente. No se trata de caer en la tentación de afirmar a lo Jorge Manrique en sus coplas que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Se trata de conocer nuestra historia para conocernos mejor. De definirnos en relación y en contraste con nuestros clásicos (Calvino, 1981).

Italo Calvino terminaba su artículo con una recomendación que hago mía y que aquí traslado: “No queda más que inventarse cada uno una biblioteca ideal de sus clásicos; y yo diría que esa biblioteca debería comprender por partes iguales los libros que hemos leído y que han contado para nosotros y los libros que nos proponemos leer y presuponemos que van a contar para nosotros. Dejando una sección vacía para las sorpresas, los descubrimiento ocasionales.”

Releamos a los clásicos. Leamos a Dewey. Aprendamos con Dewey. Y dejémonos una sección vacía para las sorpresas y los descrubrimientos ocasionales.

Del Blog de Carlos Magro

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