Maggy salvó la vida de 25 niños ella misma y ha ayudado a otros 10.000 a tener una vida mejor. Levanta pueblos de 500 casas donde los niños huérfanos pueden crecer en “familia”. Allí reciben alimento, ropa, atención médica, la posibilidad de ir a la escuela, un hogar, ¡y amor!. Maggy ayuda a niños de todos los grupos étnicos y religiosos del país y les enseña que todos tienen el mismo valor. También ayuda a niños pobres de pueblos vecinos y muestra que la gente de Burundi puede ayudarse mutuamente. Las 30.000 personas que viven en la zona de los pueblos de Maggy reciben asistencia en el hospital que ella hizo construir. Maggy se arriesga cuando señala cómo los políticos, el ejército y los rebeldes de Burundi violan los derechos del niño.
Maggy Barankitse y Dieudonné, de 7 años, se abrazan. Dieudonné es uno de los tantos niños de Burundi al que Maggy ha ayudado a tener una vida mejor. Todo empezó cuando ella salvó la vida de 25 niños durante la guerra civil de 1993. Desde entonces ha ayudado a 10.000 niños. Ellos han recibido alimento, ropa, atención médica, un hogar, la posibilidad de ir a la escuela, ¡y ¡amor!.
Dieudonné es un niño muy despierto, pero en el rostro lleva las marcas de la guerra.
Cuando Maggy lo encontró a los cuatro meses de edad, la granada que había matado a su mamá también había dañado su rostro. Maggy trabajaba en la residencia del obispo en Ruyigi cuando estalló la guerra civil entre los dos grupos étnicos hutu y tutsi.
- "Ayudaba a gente de ambos grupos a refugiarse en la residencia del obispo. Pero cientos de tutsis atacaron el lugar. Me patearon y golpearon, pero como soy tutsi me dejaron vivir."- - "Logré esconder a 25 niños, pero cuando el ataque terminó, todos habían perdido a sus padres. Como también quedé huérfana siendo muy pequeña, sé lo importante que es para un niño sentirse seguro y amado. Decidí cuidar de todos ellos", cuenta Maggy.
En la guerra de Burundi fueron asesinadas alrededor de 300.000 personas, muchas de ellas, niños. Hay 620.000 niños huérfanos en el país como consecuencia de la guerra y el SIDA.
- "Los niños fueron secuestrados y obligados a ser soldados. Otros debieron dejar la escuela porque ya nadie paga sus cuotas. Más de la mitad de los niños de Burundi no va a la escuela. Muchos terminan en la calle, deben mendigar para sobrevivir y corren el riesgo de ser utilizados. Pero los políticos continúan destinando el dinero a las armas en vez de a los niños", dice Maggy.
La Casa de la Paz
Maggy y los niños se mudaron a una antigua escuela a la que llamaron Maison Shalom, “la casa de la paz”. Los niños pertenecen a todos los grupos étnicos y religiosos de Burundi. Maggy les enseña que todos tienen el mismo valor.
– "Quiero mostrarle a la gente de Burundi que podemos vivir todos juntos en paz.Al principio sólo existía el orfanato en Maison Shalom, pero Maggy opina que los niños no deben crecer en orfanatos. "
– "Por eso he levantado pueblos con 500 casas pequeñas donde los niños pueden vivir juntos en pequeñas familias."
En cada pueblo viven dos “mamás del pueblo”. Los niños aprenden a ocuparse de la casa, cultivar verduras, cuidar el ganado, pero ante todo sienten que pertenecen a una familia que los ama. Lo que los niños aprenden en el pueblo los ayuda a arreglárselas cuando se mudan de aquí.
Maggy abrió una panadería, un taller de costura, un pequeño hotel y una granja. Allí trabajan los niños que han terminado la escuela y así pueden mantener a su “familia”.
A menudo la lucha de Maggy por los niños de Burundi es peligrosa. Ella ha buscado a los niños abandonados y heridos de las zonas en guerra. Ha sido llevada a juicio varias veces y muchos han querido matarla porque dice la verdad acerca del modo en que los políticos, el ejército y los rebeldes violan los derechos del niño.
– "Mi sueño es algún día cerrar Maison Shalom y que todos los niños en Burundi tengan una familia donde vivir. Pero a diario llegan nuevos niños y estaremos allí siempre que haya niños que necesiten nuestra ayuda y nuestro amor."
«Maggy es mi mamá y mi abuela»
Justine y su hermano menor Claude, que también sobrevivió al ataque en la residencia del obispo.
Corría el año 1993 y la familia de Justine buscó refugio en casa de Maggy. Pero una mañana la residencia del obispo fue atacada por cientos de hombres armados.
Apúrense! Pueden esconderse aquí, gritó Maggy. Abrió el armario vacío y Justine y sus tres hermanas menores se apretujaron lo más rápido posible. Cuando Maggy cerró la puerta, Justine estaba aterrorizada. Oyó disparos de escopeta y a la gente gritar. Pensó en el resto de la familia. ¿Adónde habían ido mamá y papá? ¿Y su hermano menor?
Varias horas después, Maggy abrió la puerta del armario. Justine vio que lloraba.
– Todo terminó... Pero tus padres no sobrevivieron. Tu hermana menor también ha muerto. Siento mucho todo lo que ha ocurrido,
– pero prometo cuidarlas ahora, murmuró.
– Maggy nos cuidó a mí y a mis hermanas. Se ocupó de que pudiéramos continuar la escuela, pero sobre todo nos dio amor. Creo que fue gracias a su amor que pudimos superar esa terrible experiencia. Veo a Maggy como mi mamá, mi papá, mi abuela... ¡ella es todo para mí!, dice Justine.
– Quiero ser como Maggy y ayudar a otros niños que pasan dificultades. Lo más importante que Maggy me ha enseñado es a perdonar. A sólo unas casas de aquí viven los hombres que mataron a mis padres y a mi hermana. Al principio, siempre quería vengarme. Pero un día vinieron y me pidieron perdón. Lloraron y dijeron que se arrepentían. Fue difícil, pero en verdad los perdoné. Después de ese día pude finalmente continuar mi vida.
Justine y todos sus hermanos el año siguiente al ataque.
Maison Shalom empezó con Lysette y Lidia
– Antes de morir, la mamá de Lysette y Lydia me pidió que amara a sus hijas como si fueran mías. Y le prometí hacer lo posible para que las chicas tuvieran una buena vida. Entonces también decidí cuidar a todos los niños que sobrevivieron a la masacre en la residencia del obispo. Esa noche me convertí en la mamá y el papá de 25 niños, que habían quedado completamente solos en medio de una cruenta guerra, dice Maggy.
Maggy levantó una lápida en honor a los padres de Lysette y a todos los que habían muerto en la masacre. Pero también levantó la lápida para que todos los niños que sobrevivieron tuvieran un lugar adonde ir para recordar a sus padres y a sus hermanos fallecidos.
Maggy y las hermanas junto a la lápida levantada para honrar a todos los que murieron en la masacre.
– "A menudo voy allí con Lysette y Lydia. Rezamos por su mamá y su papá y a veces las chicas dejan hermosas flores sobre la tumba. Los padres de Lysette significan mucho para mí. Su mamá y yo éramos muy amigas y siento como si ellos aún me ayudaran a soportar seguir luchando."
– Tuve una nueva oportunidad en la vida gracias a Maggy, dice Lysette Irakoze. Aquí está junto a su hermana Lydia cuando eran niñas y adolescentes.
Cristianos y musulmanes son bienvenidos
La mayoría en Burundi es católica. Maggy también es católica, pero en Maison Shalom todos los niños son bienvenidos sin importar cuál sea su religión. No importa si pertenecen a las religiones africanas tradicionales, si son musulmanes, protestantes, católicos o si no tienen religión alguna.
Todos tienen el mismo valor para Maggy.
– Si sé que los padres de un niño eran musulmanes, educo al niño como musulmán, porque sé que eso es lo que ellos hubieran querido, dice Maggy.
Aline Nimbesha vive en el pueblo de Maggy y quiere ayudar a niños huérfanos.
– Si Maggy no me hubiera ayudado, habría muerto. Quiero ser como ella y cuidar a niños huérfanos, dice Aline, de 14 años.
Cuando Aline tenía cinco años perdió a sus padres. Hoy vive en uno de los pueblos que Maggy ha levantado para niños huérfanos. Aline vive junto a otros seis niños y ahora ellos son su familia.
¡Landry, es hora de bañarse!, grita mientras empieza a llenar de agua una palangana. Aline lo suele bañar todos los días cuando regresa de la escuela. A Landry no le gusta y grita. Pero luego, cuando Aline lo sienta en sus rodillas envuelto en una toalla seca, se siente complacido.
– Adoro a los niños y suelo cuidar a los niños del pueblo cuando termino la tarea. Los cargo en mi espalda y les canto para que estén tranquilos y contentos. Hay que cuidar a los niños y tratar de que se sientan seguros, dice Aline.
Aline ha vivido cosas terribles. En 1993 su aldea fue atacada y toda su familia fue asesinada. Ella es tutsi y los que mataron a su familia eran hutus.
Golpe en la cabeza
– Incendiaron el pueblo y nos persiguieron por el bosque. Yo sólo tenía cinco años, pero un hombre me cortó en el cuello con un machete y luego me golpeó en la cabeza con una piedra. Cuando pensó que yo había muerto, se fue. Pero tuve suerte, pues una mujer me cuidó y me cargó hasta la casa de Maggy. Estaba inconsciente cuando llegué a Ruyigi y en una parte de la cabeza tenía una herida grave. Si Maggy no me hubiese recibido y llevado a un hospital, habría muerto.
Aline roza con cuidado la cicatriz de su cuello. Continuamente le recuerda las cosas horrorosas que pasaron. Pero a pesar de que fueron hutus los que mataron a su familia, nunca los ha odiado como grupo étnico.
– Probablemente sea porque siempre he tenido amigos hutus. En Maison Shalom y en los pueblos de Maggy viven hutus y tutsis y nunca hubo problemas. Somos amigos y no hay diferencia entre nosotros, pues aquí tenemos el mismo valor. Siempre lo cuento a otros tutsis que no pueden entender cómo puedo vivir junto a hutus.
Quiere ser como Maggy
– Hola, ¿cómo estás?
Es Gloriosa que ha llegado a la casa. Es un poco como la mamá de los demás niños.
Trabaja en la panadería que Maggy abrió en Ruyigi para que las muchachas que terminan
la escuela puedan ganar dinero y mantenerse.
Maggy paga los cuotas escolares de los niños y una vez al mes les da maíz, arroz, frijoles,
aceite, carne y otras cosas que necesitan. Si quieren comprar otras cosas, usan el dinero de Gloriosa.
Cuando van al mercado y compran frutas frescas, por ejemplo, es ella la que paga. Al igual que cualquier otra mamá.
Además de Gloriosa, hay en el pueblo de Maggy otras mujeres que son como mamás de todos los niños. Si hay algún problema, los chicos pueden hablar con ellas. Las mamás del pueblo también se ocupan de que todos vayan a la escuela y ayudan si alguno se enferma.
Cuando todas las chicas regresan a la casa empiezan a prepararse para la noche. Una limpia, otra hace las tareas de la escuela y Aline se sienta en un banco fuera de la casa a limpiar el arroz.
Algo más lejos está Jacqueline lavando los plátanos.
– Es mejor vivir así que en un orfanato, porque aquí somos una pequeña familia que se cuida mutuamente y aprendemos muchas cosas. Aprendemos a cocinar, a cuidar de la casa y hasta a cultivar verduras. ¡Porque también tenemos que hacerlo nosotros mismos! El día que nos vayamos de aquí, vamos a arreglárnoslas bien, dice Aline.
Aunque en realidad ella no quiere irse del pueblo y crear su propia familia. Quiere ser como Maggy.
– Quiero terminar la escuela y después hacer todo lo posible para ayudar a los niños huérfanos. Porque lamentablemente creo que habrá más niños huérfanos en Burundi.
Los niños, el futuro Las chicas cocinan sobre las llamas en el jardín, tal como hacen en todos los pueblos cercanos. Comen y charlan sobre todo lo que ha pasado en el día. Oscurece rápido y pronto Aline y las demás chicas sólo pueden ver el fuego frente a las pequeñas casas donde otros niños también están comiendo y hablando.
– Como tenemos tantos problemas en Burundi, es aún más importante cuidar a los niños que están creciendo ahora. Los niños son el futuro, así que si ellos tienen un buen comienzo en la vida quizá en el futuro sean diferentes a los adultos de hoy
También los niños vecinos reciben ayuda
– En los pueblos de Maison Shalom viven niños de todas las religiones y grupos étnicos de Burundi y todos son amigos. Es así como debería ser en todo el país si alguna vez queremos tener paz en Burundi, dice Maggy. Ella espera que lo vean los vecinos de los niños de Maison Shalom y así entiendan que realmente se puede vivir juntos en paz.
– Quiero que todos en los alrededores se beneficien de Maison Shalom. Si reparamos las casas en nuestros pueblos, también ayudamos a los vecinos con la construcción de nuevos techos. El hospital que levantamos es para las 30.000 personas que viven en la zona. También ayudamos a los vecinos pobres para que sus hijos puedan ir a la escuela y pagamos sus cuotas y uniformes escolares. ¿Por qué sólo los niños de Maison Shalom irían a la escuela? ¡Sería injusto! Al pensar así, nuestro trabajo beneficia a todo Burundi, dice Maggy.
Mas informacion en el artículo de solidaridad.net;
Marguérite Barankitse contra el odio
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