martes, 29 de marzo de 2011

FRAGMENTOS DE "CARTA A UNA MAESTRA". Los chicos de la Escuela de Barbiana

Reproducimos FRAGMENTOS de esta Carta escrita en la década de los 60 por muchachos de la Escuela de Barbiana impulsada por el sacerdote Lorenzo Milani sin comentarios. Sigue teniendo una fuerza y una actualidad sorprendente. Y sobre todo, demuestra la capacidad transformadora personal y política que tiene una Escuela concebida para la promoción integral y colectiva de los asistentes a ella cuando a los chicos les plantea un gran ideal, un fin: una sociedad justa.

CARTA A UNA MAESTRA:

Querida señora: 

Usted ni siquiera se acordará de mi nombre. ¡Se ha cargado a tantos!
Yo, en cambio, he pensado muchas veces en usted, en sus compañeros, en esa institución que llamáis escuela, en los chicos que «rechazáis». Nos echáis al campo y a las fábricas y nos olvidáis. 

La timidez 

Hace dos años, en primero de Magisterio, me daba usted miedo. Aunque la verdad es que la timidez me ha acompañado toda mi vida. De niño no levantaba los ojos del suelo. Me pegaba a las paredes para que no me vieran.
Al principio creí que sería una enfermedad mía, o acaso de mi familia. Mi madre es de esas personas que se ponen nerviosas para rellenar un telegrama. Mi padre observa y escucha, pero no habla.

Después creí que la timidez era un mal de los montañeses. Los campesinos de la llanura me parecían más seguros de sí mismos. ¡Y no hablemos de los obreros! Ahora veo que los obreros dejan a los hijos de papá todos puestos de responsabilidad en los partidos y todos los asientos del Parlamento.
Así que son como nosotros. Y la timidez de los pobres es un misterio muy viejo. Yo que estoy dentro de él no sabría explicárselo. Acaso no sea ni cobardía ni heroísmo. Sólo falta de prepotencia para creerse superior.
Los chicos de la sierra

La escuela unitaria

En la Escuela Primaria el Estado me ofreció una escuela de segunda categoría. Cinco cursos en la misma clase. Una quinta parte de la escuela a la que tenía derecho.
Es el sistema que emplean los americanos para crear las diferencias entre blancos y negros. Desde pequeños, escuela peor para los pobres.

Enseñanza obligatoria

Acabada la Escuela Primaria, tenía derecho a otros tres años de escuela. Más aún, la Constitución dice que tenía obligación de acudir a ella. Pero en Vicchio (se pronuncia Viquio) todavía no había segunda etapa. Ir a Borgo era toda una aventura. Quien lo había probado, había gastado dinero en cantidad para acabar suspendido y echado a la calle como un perro. Además, la maestra había dicho a mis padres que no malgastaran el dinero: «Mándenlo al campo. No sirve para estudiar».Mi padre no le dijo nada. Para sus adentros pensaba: «Si viviéramos en Barbiana, serviría».

Barbiana

En Barbiana todos los chicos iban a la escuela con el cura. Desde por la mañana temprano hasta por la noche, verano e invierno. Ninguno era «inútil para los estudios».
Pero nosotros éramos de otro pueblo bastante alejado. Mi padre estaba a punto de rendirse. Luego se enteró de que iba hasta un chico de San Martino. Entonces se animó y fue a ver. 

El bosque

Cuando volvió, vi que me había comprado una linterna para la noche, una fiambrera y unas botas de goma para la nieve. El primer día me acompañó él. Tardamos dos horas, porque tuvimos que abrimos camino con el machete y la hoz. Luego me las arreglaba en poco más de una hora. Pasaba junto a dos casas solitarias. Con los cristales rotos, abandonadas recientemente. A ratos echaba a correr por una víbora, o por un loco que vivía solo en La Roca y me llamaba desde lejos.
Tenía 11 años. Usted se hubiera muerto de miedo. ¿Se da cuenta? Cada cual tiene su miedo. Así que estamos empatados. Pero sólo si cada uno se queda en su casa o si a usted tuviéramos que examinarla nosotros. Pero a usted no le hace falta.

Las mesas

Barbiana no me pareció una escuela cuando llegué. Ni tarima, ni pizarra, ni pupitres. Sólo grandes mesas en las que se aprendía y se comía.
De cada libro no había más que un ejemplar. Los chicos se apretujaban sobre él. Era difícil darse cuenta de que uno de ellos era algo mayor y enseñaba.
El más viejo de aquellos maestros tenía 16 años. El más pequeño 12 y me tenía admirado. Decidí desde el primer día que yo también tenía que enseñar.

El preferido
La vida también era dura allí arriba. Disciplina y broncas como para perder las ganas de volver.
Pero quien no tenía base o era lento o sin ganas, se sentía el preferido. Se le acogía como acogéis vosotros al primero de la escuela. Parecía que toda la clase fuera para él solo. Mientras él no lo entendía, los demás no avanzaban.

El recreo
No había recreo. No había vacación ni siquiera el domingo.
A ninguno de nosotros le preocupaba mucho porque el trabajo es peor aún. Pero cada burgués que nos visitaba se ponía a discutir este punto.
Un profesor muy importante dijo: «Usted, reverendo, no ha estudiado pedagogía. Polianski dice que el deporte es para el muchacho una necesidad fisiopsico... » . Hablaba sin mirarnos. Quien enseña pedagogía en la universidad no tiene necesidad de mirar a los chicos. Se los sabe de memoria, como nosotros nos sabemos las tablas.
Por fin se marchó y Lucio, que tenia 36 vacas en el establo, dijo: «La escuela siempre será mejor que la mierda».

Los campesinos en el mundo

Tal frase hay que grabarla en la puerta de vuestras escuelas. Millones de chicos campesinos están dispuestos a firmarla. Que los muchachos odian la escuela y les gusta el juego, lo decís vosotros. A nosotros, los campesinos, no nos lo habéis preguntado. Y somos mil novecientos millones . Seis de cada diez chicos piensan exactamente como Lucio. Los otros cuatro no sabemos. Toda vuestra cultura esta construida así. Como si el mundo fuerais vosotros.

Chicos maestros

Un año después yo ya era maestro. Es decir, lo era durante tres medios días por semana. Enseñaba Geografía, Matemáticas y Francés a los de primero de escuela media. Para hojear un atlas o explicar los quebrados no hace falta la carrera. Si me equivocaba en algo, la cosa no era grave. Era un alivio para los chicos. Buscábamos juntos. Las horas pasaban tranquilamente, sin miedos ni nervios. Usted no sabe hacer escuela como yo.

Política o avaricia 

Además, enseñando aprendía muchas cosas. Por ejemplo, he aprendido que el problema de los demás es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir solo, la avaricia. Y no es que yo estuviera vacunado contra la avaricia. Con los exámenes encima tenía ganas de mandar al diablo a los pequeños y estudiar para mí. Era un chico como los vuestros, pero allá arriba no lo podía decir ni a los demás ni a mí mismo. Tenía que ser generoso aunque no lo fuera. A vosotros os parecerá poco. Pero con vuestros chicos hacéis menos. No les pedís nada. Solamente les invitáis a abrirse camino. 



Los chicos de pueblo 

deformados 

Cuando pusieron la Escuela Media en Vicchio, llegaron a Barbiana algunos chicos del pueblo. Todos suspendidos, na­turalmente. 

A primera vista, para ellos no existía el problema de la timidez. Pero estaban deformados en otras cosas. 

Por ejemplo, consideraban el juego y las vacaciones, un derecho; la escuela, un sacrificio. Nunca habían oído decir que a la escuela se va a aprender y que ir a ella es un pri­vilegio. 

Para ellos el maestro estaba del otro lado de la trinchera y convenía engañarle. Hasta trataban de copiar. Les hizo falta tiempo para comprender que no había notas. 

el gallo 

Los mismos trucos sobre el sexo. Creían que había que hablar de ello a escondidas. Si veían un gallo montando a una gallina se daban codazos como si hubieran visto un adulterio. 

Sin embargo, al principio era la única materia que les llamaba la atención. Teníamos un libro de anatomía. Se encerraban en un rincón para mirarlo. Dos de sus páginas estaban completamente estropeadas. 

Más tarde descubrieron que las demás páginas tampoco estaban mal. Luego se dieron cuenta de que también es bo­nita la Historia. 

Alguno ya no se ha detenido. Ahora le interesa todo. Da clase a los pequeños, ha llegado a ser como nosotros. A otros, sin embargo, habéis logrado enfriarlos otra vez. 


las niñas 

De las niñas del pueblo no vino ni una. Quizás por la dificultad del camino. Quizás por la mentalidad de los pa­dres. Creen que una mujer puede vivir hasta con un cerebro de gallina. Los hombres no le piden que sea inteligente. 

Esto también es racismo. Pero sobre este detalle no te­nemos nada que reprocharos. A las niñas las queréis más vosotros que sus propios padres. 

Sandro y Gianni 

Sandro tenía 15 años. Metro setenta de altura, humilla­do, adulto. Los maestros le habían tomado por tonto. Que­rían que repitiese primero por tercera vez. 

Gianni tenía 14 años. Vago, alérgico a la lectura. Los maestros lo habían calificado de sinvergüenza. Y no andaban del todo equivocados, pero esto no es motivo para sacudír­selo de encima. 

Ninguno de los dos tenía intención de repetir. Ya no les cabía más que desear un puesto en una fábrica. Vinieron a nosotros sólo porque no hacemos caso de vuestros suspensos y ponemos a cada chico en la clase que le toca por su edad. 

Pusimos a Sandro en tercero y a Gianni en segundo. Ésta fue la primera satisfacción escolar de su pobre vida. Sandro se acordará siempre. Gianni se acuerda un día sí y otro no. 

“la pequeña vendedora de cerillas” 

La segunda satisfacción fue la de cambiar, por fin, de programa. 

Vosotros los queríais tener parados en busca de la per­fección. Una perfección que es absurda, porque el chico oye siempre las mismas cosas hasta aburrirse y, mientras tanto, va creciendo. Las cosas siguen iguales, pero él cambia. Se le vuelven infantiles entre las manos. 

Por ejemplo, en primero les hubierais hecho leer de nue­vo, por segunda o tercera vez, La cerillera y aquello de «los copos de nieve que caen, caen y caen...». En cambio, en segundo y tercero leen cosas escritas para mayores. 

Gianni no sabía poner la hache en el verbo haber. Pero sabía muchas cosas del mundo de los mayores. Del trabajo, de las familias, de la vida del pueblo. Alguna noche iba con su padre a la delegación del partido comunista o también a las sesiones del Ayuntamiento. 

Vosotros, con los griegos y los romanos le habíais hecho odiosa toda la Historia. Nosotros, con la ultima Guerra Mun­dial le teníamos cuatro horas sin respirar. 

En Geografía le hubierais hecho estudiar Italia por se­gunda vez. Habría dejado la escuela sin haber oído nombrar el resto del mundo. Le habríais hecho un gran daño. Aunque sólo fuese para leer el periódico. 


no sabes expresarte 

Sandro en poco tiempo se aficionó a todo. Por la mañana seguía el programa de tercero. 

Tomaba nota de las cosas que no sabía y por la tarde buscaba en los libros de segundo y primero. En junio. «el tonto» se presentó al Graduado y tuvisteis que aprobarle. 

Gianni fue más difícil. Había salido de vuestra escuela analfabeto y odiando los libros. 

Con él hicimos piruetas. Conseguimos que le gustara, no digo todo, pero al menos alguna asignatura. Sólo hacía falta vuestra felicitación y el paso a tercero. Ya nos hubiéramos ocupado nosotros de que le gustara todo lo demás. 

Pero en el examen una profesora le dijo: «¿Por qué vas a un colegio privado? ¿Ves como no sabes expresarte?» «...» [Aquí queríamos poner la palabra que nos vino a la boca aquel día. Pero el editor no la quiere imprimir]. 

También lo sé yo que Gianni no sabe expresarse. 

Démonos golpes de pecho todos. Pero primero vosotros, que le habíais echado de la escuela un año antes de tiempo. 

¡Buen remedio el vuestro! 

sin distinción de lengua 

Por otra parte haría falta ponerse de acuerdo sobre qué es un lenguaje correcto. Los idiomas los crean los pobres y los van renovando hasta el infinito. Los ricos los fijan para poder fastidiar a los que no hablan como ellos. O para car­gárselos en la escuela. 

Vosotros decís que Pierino, el del médico, escribe bien. A la fuerza, habla como vosotros. Es de la casa. 

En cambio, la lengua que habla y escribe Gianni es la de su padre. Cuando Gianni era pequeño llamaba «lala» a la radio. Y su padre se ponía serio: «No se dice lala, se dice arradio». 

Ahora, si es posible, no está mal que Gianni aprenda también a decir radio. Vuestro lenguaje le podrá ser útil. Pero, mientras tanto, no podéis echarlo de la escuela. 

«Todos los ciudadanos son iguales, sin distinción de len­gua.» Lo ha dicho la Constitución pensando en él. 

marioneta obediente 

Pero vosotros respetáis más la gramática que la Consti­tución. Y Gianni ya no ha vuelto ni siquiera con nosotros. 

No podemos quedarnos tranquilos. Le seguimos de lejos. Hemos sabido que ya no va a misa ni a la delegación de ningún partido. Va a la fábrica y barre. En los tiempos libres sigue las modas como una marioneta obediente. El sábado al baile, el domingo al fútbol. 

Vosotros no sabéis de él ni si existe siquiera. 

el hospital 

Éste ha sido nuestro primer encuentro con vosotros. A través de los chicos que no queréis. 

También nosotros hemos visto que con ellos la escuela resulta más difícil. A veces sentimos la tentación de quitarlos de en medio. Pero si los perdemos la escuela ya no es escuela. Es un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos. Se convierte en un instrumento de diferenciación cada vez más irremediable. 

Y vosotros, ¿os atreveréis a desempeñar ese papel en el mundo? Entonces llamadlos de nuevo, insistid, volved a em­pezar todo desde el principio hasta el fin, aun a costa de pasar por locos. 

Es mejor pasar por loco que ser instrumento del racismo. 

Los exámenes 

las reglas de la escritura 

En junio del tercer año de Barbiana me presenté al exa­men final de la Escuela Media como libre. 

El tema de redacción fue: «Hablan los vagones del tren». 

En Barbiana había aprendido que las reglas de la escri­tura son: Tener algo importante que decir y que sea útil para todos o para muchos. Saber a quién se escribe. Recoger todo lo que viene bien. Buscarle un orden lógico. Eliminar todas las palabras inútiles. Eliminar todas las palabras que no use­mos al hablar. No ponerse limites de tiempo. 

Así escribo esta carta con mis compañeros. Así espero que escribirán mis alumnos cuando yo sea maestro. 

tenéis la sartén por el mango 

Pero ante aquella redacción, ¿de qué me servían las hu­mildes y sanas reglas del arte de todos los tiempos? Si quería ser honrado tenía que dejar la página en blanco o hacer una crítica del título y de quien lo había puesto. 

Pero tenía 14 años y venía de la montaña. Para empezar magisterio era necesario el título de Escuela Media. Aquel papelucho estaba en manos de cinco o seis personas ajenas a mi vida y a casi todo lo que yo amaba y sabía. Gente distraída que tenía la sartén por el mango. 

Así que intenté escribir como queréis vosotros. Segura­mente no lo logré. La verdad es que les salían mejor los escritos a vuestros señoritos, expertos corno son en rizar el rizo y soltar frases hechas. 

la manía de la trampa 

El ejercicio de francés era un concentrado de excepciones. 

Hay que suprimir los exámenes, pero si los hacéis, al me­nos sed leales. Las dificultades hay que ponerlas en la misma proporción que tienen en la vida. Si ponéis de más es que tenéis la manía de la trampa. Como si estuvierais en guerra con los chicos. 

¿Por qué lo hacéis? ¿Por su bien? 

lechuzas, guijarros y abanicos 

Por su bien no. Aprobó con un nueve un chavalín que en Francia no sabría preguntar ni por el servicio. 

Sólo sabía pedir lechuzas, guijarros y abanicos, tanto en plural como en singular. Se sabrá en total unas doscientas palabras y escogidas por el hecho de ser excepciones, no por ser frecuentes. 

El resultado es que también odiaba el francés corno se pueden odiar las matemáticas. 

el fin 

Yo he aprendido las lenguas con discos. Sin darme cuen­ta siquiera he aprendido primero las cosas más útiles y fre­cuentes. Exactamente igual que se aprende el italiano. 

Ese verano había estado en Grenoble lavando platos en un restaurante. En seguida me había encontrado a mis an­chas. En los albergues me había comunicado con chicos de Europa y África. 

Había vuelto decidido a aprender lenguas por un tubo. Muchas lenguas mal, mejor que una bien. Con tal de poder comunicar con todos, conocer personas y problemas nuevos, reírse de las sagradas fronteras de las patrias. 


los medios 

En la Escuela Media nosotros habíamos estudiado dos idiomas en vez de uno: francés e inglés. Teníamos un vo­cabulario suficiente para mantener cualquier discusión. 

Pero con tal de no fijarse demasiado en algunos errores de gramática. La gramática casi no aparece más que escri­biendo. Para leer y hablar no hace falta. Luego, poco a poco te suena. Más tarde, quien tenga interés puede estudiarla. 

Por lo demás, así se hace con nuestra propia lengua. La primera lección de gramática se recibe después de ocho años de hablar. Después de tres años de leer y escribir. 

Los nuevos programas os aconsejan también los discos. Pero los discos valen en una escuela a tiempo pleno, en que los idiomas se aprenden por distracción en las horas de can­sancio. Un par de horas al día, siete días por semana. No tres horas a la semana como vosotros. 

En esas condiciones es mejor no usarlos. 

En los orales hubo una sorpresa. Vuestros chavales pa­recían pozos de cultura francesa. Por ejemplo, hablaban con seguridad de los castillos del Loira. 

Más tarde supimos que no habían hecho otra cosa en todo el curso. Además tenían en el programa algunos trozos y los sabían leer y traducir. 

Si hubiera aparecido un inspector ellos hubieran quedado mejor que nosotros. El inspector no se sale del programa. Y, sin embargo, vosotros y él sabéis que ese francés no sirve para nada., Entonces, ¿por quién lo hacéis? Vosotros por el inspector. Él por el director provincial. Y éste por el ministro. 

Es el lado más desconcertante de vuestra escuela; vive como fin de sí misma. 

arribistas a los 12 años 

También es un misterio la finalidad de vuestros chavales. Quizás no exista, quizás sea una vulgaridad. 

Día tras día estudian por la nota, por la cartilla, por el título. Y mientras, se despistan de las cosas bonitas que es­tudian. Lenguas, historia, ciencias, todo se convierte en nota y nada más. 

Detrás de esas hojas de papel no hay más que interés individual. El título es dinero. Ninguno de vosotros lo dice, pero aprieta, aprieta y el juego es ése. 

Para estudiar a gusto en vuestras escuelas habría que ser ya un trepador arribista a los 12 años. 

A los 12 años los arribistas son pocos. Tanto es así que la mayoría de vuestros chavales odian la escuela. Vuestra vulgar invitación no merecía otra respuesta. 

el inglés 

En la clase de al lado había una sección de inglés. El colmo del engaño. Ya sé que el inglés es más útil. Pero aprendiéndolo. No empezándolo sólo, como hacéis vosotros. ¡Menudas lechuzas y guijarros! No sabían decir ni buenas tardes. Y desanimados para siempre. 

La primera lengua extranjera es un acontecimiento en la vida del chico. Debe ser un éxito, ¡ay, si no! 

Nosotros hemos visto que en la práctica sólo es posible con el francés. Cada vez que aparecía un visitante extranjero que hablaba francés, había algún chaval que descubría la alegría de entender. Esa misma tarde se le veía coger los discos de una tercera lengua. 

Lo más importante ya lo tenía: interés, certeza de que es posible llegar al fondo y la mente ya iniciada en los proble­mas lingüísticos. 

matemáticas y sadismo 

El problema de Geometría hacía pensar en una escultura moderna de la Bienal: «Un sólido está formado por una se­miesfera superpuesta a un cilindro, cuya superficie es tres séptimos de aquélla...». 

No existe un instrumento que mida las superficies. Así que en la vida no puede ocurrir nunca que conozcamos las superficies y no las dimensiones. Un problema así sólo puede nacer en la mente de un enfermo. 

etiquetas nuevas 

Con la nueva Escuela Media estas cosas ya no se verán. Los problemas partirán de «consideraciones de carácter con­creto». 

De hecho, Carla ha tenido en el examen final un proble­ma de carácter concreto, a base de calderas: «Una caldera tiene la forma de una semiesfera superpuesta...». Y de nuevo se parte de las superficies. 

Es mejor un profesor a la antigua, que uno que cree ser moderno porque ha cambiado las etiquetas. 

una clase de bobos 

El nuestro era a la antigua. Entre otras cosas, sucedió que ninguno de sus muchachos logró resolver el problema. De los nuestros se las arreglaron dos de los cuatro. Resul­tado: veintiséis suspensos entre veintiocho. 

¡Iba diciendo luego que le había tocado una clase de bo­bos! 

el sindicato de padres 

¿Quién tenía que atarle corto

Lo podía hacer el director o el claustro de profesores. No lo hicieron. 

Podían hacerlo los padres. Pero mientras tengáis la sartén por el mango, los padres estarán callados. Entonces, o qui­taros de la mano la sartén (notas, cartillas, exámenes) u organizar a los padres. 

Un buen sindicato de padres y madres capaz de recor­daros que os pagamos nosotros y os pagamos para que nos sirváis, no para echarnos a la calle. 

En el fondo os vendría bien. Quienes no reciben críticas envejecen mal. Se salen de la historia que vive y progresa. Se convierten en esas pobres criaturas que sois vosotros. 


el periódico 

La Historia de este medio siglo era la que mejor me sabía. Revolución rusa, fascismo, guerra, resistencia, liberación de África y de Asia. La Historia que han vivido mi abuelo y mi padre. 

También sabía bien la Historia en que yo vivo. Es decir, el periódico que leíamos en Barbiana todos los días en voz alta, de punta a cabo. 

Con los exámenes encima, cada uno tiene que arrancarse de su propia avaricia dos horas de clase gastadas en el pe­riódico. Porque nada del periódico sirve para vuestros exá­menes. Es la prueba de que hay poco en vuestra escuela que sirva para la vida. 

Precisamente por eso hay que leerlo. Es como gritaros a la cara que un asqueroso Graduado no ha logrado transfor­marnos en bestias. Lo queremos solo por nuestros padres. Pero política y crónica, es decir, los sufrimientos de los de­más valen más que vosotros y que nosotros mismos. 

La Constitución 

Aquella profesora se había parado en la I Guerra Mun­dial. Exactamente en el momento en que la escuela podría enlazarse con la vida. Y en todo el año jamás leyó un perió­dico en clase. 

Debieron quedársele grabados en los ojos los carteles fas­cistas: «Aquí no se habla de política». 

Una vez la madre de Juan Pedro le dijo: «Pues me parece que el niño desde que va a la doblescuela del ayuntamiento ha mejorado mucho. Por la noche en casa le veo leer». «¿Leer? ¿Sabe qué lee? ¡La CONSTITUCION! El año pasado tenía en la cabeza las chicas y este año la Constitución.» 

La pobre mujer pensó que era un libro sucio. Por la noche quería que el padre le sacudiera a Juan Pedro. 

el Monti 

Esa misma profesora, en Lengua, preguntaba a toda costa las raras fábulas de Homero. ¡Si al menos hubiera sido Ho­mero! Era Monti. 

En Barbiana no lo habíamos leído. Sólo una vez, por bro­ma, cogimos el texto griego y contamos las palabras de un canto. ¡Ciento cuarenta y una para cien! De cada tres pala­bras, dos son de Homero y una es parto de la cabeza de Monti. 

Y Monti, ¿quién es? ¿Uno que tiene algo que decirnos? ¿Uno que habla la lengua que necesitamos nosotros? Todavía peor: es uno que escribía una lengua que no se hablaba ni siquiera en su tiempo. 

Un día estaba yo enseñando Geografía a un chavalín re­cién echado de vuestra Escuela Media. No sabía nada de nada, pero para decir Gibraltar decía Columnas de Hércu­les. 

¿Se lo imagina en España pidiendo billete en una esta­ción de tren? 

jerarquía de urgencias 

Cuando la escuela es poca hay que hacer el programa atendiendo sólo a las urgencias. 

Pierino, el del médico, tiene tiempo hasta de leer histo­rias. Gianni, no. Se os ha escapado de las manos a los 15 años. Está en la fábrica. No tiene necesidad de saber si ha sido Júpiter el que ha parido a Minerva o al revés. 

En su programa de italiano entraba mejor el convenio de los obreros del metal. Usted, señora, ¿lo ha leído? ¿No le da vergüenza? Es la vida de medio millón de familias. 

Que sois cultos, lo decís vosotros. Todos habéis leído los mismos libros. No hay nadie que os pregunte algo distinto. 

chicos infelices 

En los exámenes de gimnasia el profesor nos echó un balón y nos dijo: «Jugad a baloncesto». Nosotros no sabía­mos. El profesor nos miró con desprecio: «Pobres chicos». 

Igual que vosotros. La habilidad en un rito convencional le parecía importante. Le dijo al director que no teníamos «educación física» y quería dejarnos para septiembre. 

Cada uno de nosotros era capaz de subirse a un roble. Arriba, soltarse de manos y con la hacheta echar abajo una rama de un quintal. Luego arrastrarla por la nieve hasta la puerta de casa, a los pies de su madre. 

Me han dicho de un señor en Florencia que sube a su casa en el ascensor. Luego se ha comprado otro artefacto caro y hace como que rema. Vosotros le daríais en educación física un diez. 

latín en el Mugello 

Naturalmente, de latín sabíamos poco. Hacía dos años que el Congreso lo había enterrado. Precisamente ese habían dejado de pretenderlo en Cambridge y Oxford.Pero los campesinos del Mugello tenían que saberlo todo. Los profesores pasaban entre los bancos, solemnes como sa­cerdotes. Custodios de la mecha apagada.Se me salían los ojos mirando aquella gente extraña. Nunca me había encontrado nada igual. 


La nueva Escuela Media 


en vuestras manos 

Habíamos leído la ley y los programas de la nueva Es­cuela Media. 

La mayoría de las cosas allí escritas nos parecen bien. Además sucede que esa nueva Escuela Media existe, es úni­ca, obligatoria y no ha gustado a las derechas. Es un hecho positivo. 

La única pena es saberla en vuestras manos. ¿Volveréis a hacerla clasista como la otra? 

el horario 

La antigua era clasista principalmente por el horario y el calendario. La nueva no los ha cambiado. Sigue siendo una escuela hecha a la medida de los ricos. De quienes tienen la cultura en casa y van a la escuela únicamente a cosechar títulos. 

Pero hay un hilo de esperanza en el artículo tres. Esta­blece unos repasos de, al menos, diez horas semanales. A continuación el mismo artículo os ofrece la escapatoria para no hacerlo: la doblescuela será establecida «previa verificación de las posibilidades locales». Así que la cosa vuelve a estar en vuestras manos. 

realización 

En el primer año de la nueva Escuela Media las recu­peraciones estatales han funcionado en 15 ayuntamientos de los 51 de la provincia de Florencia. 

En el segundo año, en seis ayuntamientos, llegando al 7,1 por 100 de los chicos. El año pasado, en cinco ayunta­mientos, 2,9 por 100 de los chicos. 

De las doblescuelas municipales ya no existe ninguna. No podéis acusar a los padres. Han comprendido que no os in­teresa. Si no, tan serviles como son, ellos os hubieran envia­do los chicos no sólo a los repasos, sino a la cama. 

contrarios 

El alcalde de Vicchio, antes de volver a abrir la doblescuela municipal pidió el parecer de los maestros estatales. Llegaron 15 cartas. Trece en contra y dos a favor. El motivo más fre­cuente era que si la doblescuela no se hace bien es mejor no hacerla. 

Los chicos del pueblo se quedaban por los bares y por la calle. Los del campo en el campo. Frente a esta situación, la doblescuela no puede fallar nunca. Es bueno todo. Es bueno hasta ese aborto que vosotros llamáis escuela. 

Si sois contrarios a las recuperaciones os aconsejo que no lo demostréis. La gente es maliciosa. Podría pensar que dais clases particulares a los señoritos. 

Suráfrica 

Otros odian la igualdad. 

Un director de Florencia ha dicho a una señora: «No se preocupe, mándemelo. La mía es la Escuela Media menos unificada de Italia». 

Jugar al pueblo soberano es fácil. Basta reunir en una sección a los niños «bien». No importa conocerlos personal­mente. Se mira el expediente, edad, lugar de residencia (campo, ciudad), lugar de origen (norte, sur), profesión del padre, recomendaciones... 

Así, convivirán en la misma escuela dos, tres o cuatro clases diferentes de la Escuela Media. La A es la antigua Escuela Media. La que funciona bien. Los mejores profesores se la disputan. 

Los padres de cierto estilo tratan de meter en ella a su hijo. La B es algo inferior y así sucesivamente. 


el Deber de los codazos 

Todo gente honorable. El director y los profesores no lo hacen para sí, sino por la Cultura. 

Tampoco esos padres lo hacen para sí. Buscan el porvenir del niño. Abrirse camino a codazos no está bien, pero si se hace por él se convierte en un deber sagrado. Se avergon­zarían de no hacerlo. 

desarmados 

Los padres más pobres no se mueven. Ni siquiera sos­pechan que existan esas cosas. Hasta están conmovidos. En su tiempo no había en el campo más que tres cursos. 

Si las cosas no marchan, será porque el niño no sirve para los estudios. «Lo ha dicho el Profesor. ¡Qué persona tan educada! Me ha hecho sentar, me ha enseñado el archivo, un ejercicio lleno de rayas azules. No nos ha salido inteli­gente. Paciencia. Irá al campo como hemos ido nosotros».


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