lunes, 21 de marzo de 2011

LORENZO MILANI Y LA ESCUELA DE BARBIANA


Vamos a hablar del itinerario pedagógico de don Lorenzo Milani, creador de la experiencia de Barbiana. También se incluyen las propuestas metodológicas y pedagógicas más características. Los principios de la Escuela de Barbiana recogidos por ocho alumnos de esta escuela en el libro «Carta a una maestra» son los siguientes: no suspender, escuela de jornada completa y una finalidad, la creación de una nueva sociedad.



UNA VOCACIÓN ORIGINAL

Lorenzo Milani nació en Florencia (Italia) el 27 de mayo de 1923, en el seno de una familia burguesa, culta, liberal y atea, aunque su madre era de origen judío.
El fascismo y la guerra condicionaron su infancia y adolescencia: bautizado «por conveniencia» en la Iglesia Católica, cambios de ubicación familiar (Florencia, Milán y de nuevo Florencia), interrupción de los estudios de arte.

A partir del arte se interesó por el «hecho religioso», primera fuente de inspiración de la pintura italiana. Su afán por llegar siempre a las últimas causas, le llevó al estudio de la liturgia y del espacio religioso. Para él, la pintura no era una simple técnica de trabajo por encargo, al gusto del cliente, sino sobretodo un contenido de verdad.


La preocupación religiosa le llevó a relacionarse con Don Benzi, un cura que «no era como los demás», que era capaz de hablar amigablemente con un ateo. A la vista del cadáver de un joven sacerdote discípulo de Benzi, Lorenzo le dijo a este último: «Yo ocuparé su lugar». Fe cristiana y vocación sacerdotal irrumpen al mismo tiempo, sin solución de continuidad. Corría el mes de junio de 1943. Tenía veinte años.
En el mes de noviembre del mismo año, abandonó definitivamente la pintura e ingresó en el Seminario Diocesano de Florencia. Participó en frecuentes acciones de apoyo a los «partigiani» de la resistencia anti-nazi.

Entró en conflicto con los superiores eclesiásticos, quienes lo consideraron siempre como seminarista molesto y susceptible de expulsión; sin embargo, nunca pudieron formular una acusación consistente: Lorenzo observaba las reglas al pie de la letra, cuestionando después su conveniencia o justificación. Esta era su manera de poner de relieve las deficiencias del sistema.

El 13 de julio de 1947 recibió la ordenación sacerdotal. Pocos días después era nombrado coadjutor del párroco de San Donato a Calenzano, población situada entre Florencia y Prato.



LAS CONSTATACIONES PEDAGÓGICAS

La primera misión que le confió el párroco fue el catecismo de los niños, que funcionaba según la forma tradicional. Los niños acudían hasta que se daban cuenta de que aquello «era cosa de niños» y lo abandonaban paulatinamente sin haber recibido ninguna enseñanza significativa para sus vidas. Lorenzo intuyó bien pronto la causa de esta ineficacia: esa gente no poseía suficientemente la lengua de la que había que servirse. Si no se domina la lengua, toda comunicación lingüística no deja rastro alguno en quien la recibe.

La misa de los domingos era toda una muestra de indiferencia o incoherencia, públicamente ostentadas. Las primeras comuniones y los matrimonios eran verdaderas carreras para ver quién gastaba más. Las exigencias burguesas se habían arraigado también entre los más pobres. «Quien no sabe amar al pobre en sus errores, no lo
ama», escribía Don Lorenzo, y añadía: «Amar al pobre significa no solamente aumentarle el sueldo, sino sobre todo hacer que se acreciente en él el sentido de la propia superioridad, ponerle en el corazón el horror por todo aquello que es burgués, hacerle entender que solamente haciendo lo contrario de los burgueses, los podrá superar y eliminar de la escena política y social» (1). Se va perfilando una segunda exigencia pedagógica: La educación para la coherencia.

Las actividades recreativas representaban Para el pobre una evasión y una total pérdida de tiempo y lo más grave era que estaban organizadas por los «promotores» del pueblo: el cura, el maestro, los dirigentes comunistas.

El fútbol y las otras competiciones deportivas no tenían otro atractivo que la alegría del vencedor por haber humillado al vencido. Las historietas gráficas («cómics») estaban plagadas de homicidios. Las películas, si no eran directamente inmorales, eran estúpidas, o sea, inmorales en cualquier caso. La televisión iba haciendo hombres «standard», amoldados al modelo de vida privada de los actores y dirigentes, todo debidamente controlado por la estrategia patronal. De todo ello, Lorenzo Milani saca una tercera conclusión pedagógica: el valor del tiempo.

Para Milani, el sistema democrático representaba teóricamente el intento más elevado de la humanidad para dar libertad y dignidad humana a los pobres. Pero, algo funcionaba mal en este sistema, puesto que la policía sólo se movía cuando se trataba de defender los bienes del Sr. Agnelli contra el obrero, pero nunca lo hacía para defender al obrero contra el Sr. Agnelli. Estando así las cosas, los curas «democráticos» defendían desde el púlpito un partido que quería poner al Sr. Agnelli para hacer las leyes, «como si las leyes no estuvieran ya todas a favor del Sr. Agnelli y en contra del pobre» (2). Se imponía una cuarta exigencia pedagógica: una escuela «política» es decir, una escuela que sepa distinguir a los opresores de los oprimidos y que dé a estos últimos las armas para liberarse. El voto y la huelga, junto con el dominio del lenguaje, serán los elementos capaces de transformar pacíficamente esta sociedad injusta.


LA ESCUELA POPULAR DE SAN DONATO (1947-1954)

Lo tenía más que decidido: era preciso una nueva escuela. Una escuela que diese al pueblo la posesión de la lengua, la coherencia de la razón, el sentido y el valor del tiempo, la conciencia de clase oprimida.

Así surgió un buen día la Escuela Popular de San Donato. En una sala de la inmensa rectoría, con bancos viejos de la iglesia, con una pared pintada de negro (a modo de pizarra) y con una botella de tinta a disposición de todos. La inversión fue de 130 liras (15 pesetas).

Los muchachos que frecuentaban la escuela tenían de 14 a 25 años, la edad considerada más interesante por Milani para formar el espíritu crítico. En la escuela se criticaba a todo el mundo, a los curas y a los comunistas, pero siempre con honradez, con lealtad, con serenidad y con generosidad política. «Yo voy a ella porque nos enseña a pensar con nuestra propia cabeza», decía un recién llegado.

Don Lorenzo no podía ocultar su satisfacción: «Es la niña de mi ojo derecho -decía- ha nacido como escuela; ahora se ha convertido en algo más: una especie de empresa, una sociedad de apoyo mutuo, un partido, una comunidad religiosa, una logia masónica, un cenáculo de apóstoles. En fin, no consigo describirlo bien, es algo de todo esto y nada de todo esto» (3).

Después de seis años de escuela popular, ésta se había convertido en una necesidad básica, como la casa y el pan. Empezaban a desaparecer los elementos irracionales. Además la escuela había abierto las puertas de la auténtica evangelización del pueblo. «Con la escuela -decía Don Lorenzo- no los podré hacer cristianos, pero los podré hacer hombres, y a los hombres les podré explicar la doctrina; y de ciento podrán rechazar la gracia los cien, o abrirse a ella todos, o bien rechazarla unos y abrirse a ella los otros. Pero Dios no me pedirá cuenta del número de los salvados de mi pueblo, sino del número de los evangelizados. Yo, hasta hoy, no había predicado a mi pueblo, solamente había lanzado palabras indescifrables contra paredes impenetrables, que sabia que no llegaban y que no podían llegar. Por eso la escuela es, para mí, sagrada como un octavo sacramento. De ella espero la clave, no de la conversión, porque ello es secreto de Dios, pero sí de la evangelización de este pueblo» (4).

Sin embargo, las altas jerarquías eclesiásticas no opinaban de la misma manera. A la muerte del párroco, que pese a no entenderlo mucho se fiaba de Lorenzo y lo protegía, los dirigentes de la Democracia Cristiana local obtuvieron del Cardenal la remoción del molesto coadjutor que se había atrevido a rascar en las profundidades sagradas de la fe secular.

Lorenzo Milani fue «ascendido» a «Cura Párroco» de Sant’Andrea de Barbiana, nombre que se daba a cuatro casas desperdigadas por las montañas de Vicchio, en el valle del Mugello; una parroquia de 96 almas que llevaba quince años sin sacerdote y en la que ya no se contaba con tener otro. En toda la diócesis de Florencia no había otro rincón más escondido para poder enterrar en vida «jurídicamente» a una persona.

LA ESCUELA DE BARBIANA (1954-1967)

Los habitantes de Barbiana, leñadores y pastores, eran mucho más pobres que los que había dejado en San Donato. Las condiciones de vida eran de un aislamiento casi total. Cuando llegaba alguien de la ciudad era casi siempre para hacer algún timo. Al cartero sólo se le veía cuando notificaba la entrada en caja de los reclutas. Muchos ya habían optado por abandonar sus casas y establecerse en el llano, para ir a parar finalmente a la gran ciudad.

Cuando llegó Don Lorenzo, oficialmente había escuela en Barbiana (una aula unitaria ubicada en la cuadra de un caserío), pero la maestra asignada no acudía con regularidad a su trabajo. En invierno no se la veía durante semanas enteras. Cuando no fallaba la maestra, lo hacían los muchachos, que debían ir a pastorear las ovejas. Milani no dudó ni un momento: era preciso hacer escuela a todas horas, sustituyendo las deficiencias de la maestra. Los siete años de San Donato no habían pasado en balde.

Paulatinamente, la vieja y aislada casa parroquial iba tomando el aire de una escuela muy especial. Se construyeron unas grandes mesas que servían para dar clase, estudiar, comer y para todo lo que se terciase. Empezaron a llegar libros, instrumentos de medida y cálculo, mapas, discos, etc...

Así surgió la escuela de Barbiana, la escuela que no suspendía a nadie, que no tenía fiestas ni vacaciones y que se proponía un fin mucho más alto que cualquier otra escuela de Italia. Sin prisas y con una gran serenidad, Don Lorenzo fue pasando los días y los años, olvidado por casi todo el mundo, hasta que un día el mundo quedó sorprendido ante un libro insólito, Carta a una maestra, firmado por ocho alumnos de una escuela de montaña.

LOS PRINCIPIOS DE BARBIANA

Carta a una maestra propone las líneas de una cultura netamente popular, de acuerdo con tres principios fundamentales: I ) No suspender; 2) Escuela de jornada completa; 3) Una finalidad.

El primer principio se formula en contra del hecho escandaloso y antisocial de que el sistema educativo, tal como está organizado, aprueba a los ricos y suspende a los pobres. La escuela «es un hospital que cura a los sanos y rechaza a los enfermos» (5).

Los maestros no quieren saber nada del alumno: cultura del padre, número de hermanos, mal genio de la abuela, casa pequeña, libros que tiene en casa; ni siquiera conocen sus nombres. No saben a quien suspenden ni a quien aprueban.

La escuela a tiempo completo se plantea con la óptica de una auténtica igualdad. Al muchacho burgués le bastan unas pocas horas de escuela, porque la verdadera escuela la tiene en casa: en las conversaciones de sus padres, los libros de la biblioteca familiar, los discos, las excursiones de los domingos, los viajes de vacaciones, una habitación para él solo (con mesa de estudio y luz portátil), unos padres o hermanos que le ayudan a hacer los deberes e incluso, si hace falta, un profesor para él solo (clases particulares).

Para el muchacho pobre, todas las horas que pasa fuera de la escuela son horas de empobrecimiento cultural: en casa no hay libros ni discos, sino sólo la última fotonovela o «El Mundo Deportivo»; la madre y la abuela discutiendo siempre; la radio a toda marcha; se comparte la habitación con cuatro hermanos: la única mesa para trabajar es la del comedor; los fines de semana y las vacaciones se pasaran en la calle, en el cine, en las máquinas de marcianos... La escuela oficial, con sus seiscientas horas escasas de clase al año no puede estar al servicio de los pobres. Sólo una escuela de jornada completa, que llene las tardes, los domingos, el verano... puede igualar realmente al pobre y al rico.

Por último, Barbiana establece como finalidad educativa el advenimiento de una nueva sociedad, en la que trabajo no sea sinónimo de esclavitud, sino de alegría, en la que las leyes funcionan a favor de los pobres; en la que éstos puedan expresarse con su propio lenguaje para comunicar su manera de vivir, el realismo del que carece la actual clase dirigente; una sociedad en la que todos y cada uno de sus miembros sean «soberanos». Para ello hay que «armar» a los pobres con las armas de la palabra y del pensamiento; «hay que tener el celo de elevar al pobre a un nivel superior; no a un nivel igual al de la actual clase dirigente, sino superior: más humano, más espiritual, más cristiano, más todo...» (6).

EPÍLOGO

Lorenzo Milani sufría de una leucemia progresiva desde 1963. En la primavera de 1967 se agravó su estado de salud y fue trasladado al hospital de Careggi y de allá a la casa de su madre, en Florencia. Regresó al ambiente burgués, culto, liberal y ateo en el que había nacido, pero con el «buen sentido de los pobres», que le permitía reírse de todo cuanto le rodeaba. «Muero como un burgués», decía, pero sus últimas palabras fueron: «Ahora que sufro soy al final igual a los pobres». Era el 26 de junio de 1967. Tenía 44 años. En cumplimiento de su voluntad, fue enterrado en el pequeño cementerio de Barbiana.
En Cuadernos de Pedagogía. Miquel Martí i Soler

(1) Esperienze Pastorali, pp. 104-105
(2) Lettere, p. 80
(3) Lettere, p. 5
(4) Esperienze Pastorali, pp. 200-203
(5) Carta a una maestra p. 23
(6) Esperienze Pastorali pp. 239

3 comentarios:

  1. Digno de imitar , en nuestra sociedad, con esta visión se pueden generar grandes cambios sociales, que permitirán cerrar la brecha de la inequidad existente en la actualidad en nuestros países latinoamericanos.

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  2. José Manuel Feito 13 de marzo de 2017.-Ese espíritu llevado a la parroquia, para ejercer de cura con esos criterios hubiera enriquecido de igual modo la pastoral en la parroquia. De todas formas la escuela ya era una estupenda cátedra y excepcional púlpito de lo que puede un cura con inquietud social y sociológica, consciente de la problematica del mundo actual.

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  3. es aquí donde las competencias para la vida no encajan ya que se requiere de un pacto de renovación social para que países como en México busquen sanar a su sociedad enferma de corrupción y delincuencia, de desinclusión social, laboral y estudios universitarios limitados por un examen, cuando debería ser por un curso propedeutico y la coevalcion de este curso, EN CONCLUSIÓN CERO QUE MÉXICO REQUIERE UNA EDUCACIÓN PARA LA FELICIDAD QUE COMIENCE A ELIMINAR VICIOS OCULTOS

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